Sólo en el Perú, mágico país, los patrones pueden departir así con sus trabajadores. Darles ese grado de confianza amical para poder tomarse unos copetines y compartir alguna banal conversación sobre relojes que no tenga que ver con las histéricas charlas de negocios. "Al final de la reunión el Jefe bailó una marinera con una mecanógrafa mientras todos comentaban: esto sí es democracia". Claro que después de los tragos y de gozar las virtudes de la noche enhiesta, a la mañana siguiente, el empleado puede llegar a la oficina del patrón, ingresar sin anunciarse, acercarse de puntillas al escritorio de su superior y decirle con jovialidad: Hola Dioni; porque no sabe que al final reaparecerá la expresión anónima y desmemoriada del Jefe que levantando las cejas responderá buenos días Señor García mientras lee la correspondencia del día (*).
(*) Recordando el cuento de Julio Ramón Ribeyro, El Jefe.
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HABLA JUGADOR