Diario de la desocupación,
Página 27 Convivir con la absoluta infamia
Cuando Glorias se levanta, y mira sus pies sobre la alfombra de estera, recuerda esa niñez, ahora algo lejana, en donde no tenía zapatos.
Su mamá por la noche, le vendaba los pies con fuerza a la usanza de la China anterior a la revolución cultural y le colocaba medias de lanilla de diferentes colores para protegerla del frío inclemente, pero zapatos no tenía, quizás por eso cree, que sus pies, chiquitos pero anchos son la lógica consecuencia de haber tenido una niñez de pobre, siempre descalza. Y siente emoción al vestirse cuando las prendas interiores son de ese color rojo serrano, por que le recuerdan su primer juguete de la infancia, una pelota de plástico que con el tiempo se hizo hueco y se desinfló hasta convertirse en un amasijo chato y sin vida, desprovisto de las alegrías de la infancia. Pero mientras duro fue de una belleza suprema.
Ella es capaz de hacer cosas para luchar contra el pasado que a veces se le presenta con la misma cara de las carencias y armado de espadas de deudas, de cobradores insolentes, de negativas vergonzosas.
Ella aun recuerda como suele doler el estomago cuando hay que esperar para comer, con tan solo un pan y un poco de té bailando en el estómago hasta altas de la noche.
Su madre llegaba apurada, despeinada, algo culposa, y siempre traía solo fideos, vísceras de pollo, pero ese caldo grasoso solía saber a ambrosías.
Su padre no estaba, aparecía mas tarde, a veces dormitando los tragos, a veces presa de una furia impostergable, a veces bueno como el pan caliente, la leche tibia, o la sonrisa de la satisfacción.
Pero la pobreza es infame, la pobreza es horrible, la pobreza marca, la pobreza causa temores, deseos de revanchas, ojos de odio, inconsolables.
Y lo que mas dolor causa es la indiferencia general ante ella.
Fue Glorias quien me hablo de la gente que duerme en las calles.
El frío del invierno y la garúa inacabable, entonces caminé desde el Jr Ucayali y cruce por la calle lateral a obscuras, y allí en la puertas de ingreso a los negocios de la banca, de la bolsa de valores y en las calles de los alrededores, hombres y mujeres de edad incalculable duermen sobre cartones en el piso. Uno los puede oír roncar como si lanzaran sus estertores agónicos en medio de una noche impávida y ante sus verdugos disfrazados de hombres de negocios. Estas son sus victimas, banqueros.
Yo no entiendo de macro economías (y no quiero entender) me interesan un pepino las leyes del mercado, el liberalismo neocon me asquea pero el espectáculo de la pobreza me atraviesa el alma , mas aun cuando se trata de mis pares, de esta raza humana, a la que queremos como humanidad pero nunca como prójimo. Alguien me pide un cigarro, le acerco la cigarrera y le digo que tome dos. Vieja historia de abusos de alcohol y de drogas, mientras el hombre me habla, noto que no tiene dientes y que el frío de la noche me cala sin clemencia los huesos. Meto la mano al bolsillo e improviso un par de monedas, que entrego con culpa y con unas ganas locas e impostergables de salir huyendo ante el cuadro de la necesidad.
Pienso que cualquier iglesia o credo, o que cualquier organización de ayuda bien podría tener hospicios que den un catre en donde pasar la noche, un plato de sopa caliente, un gesto de solidaridad a esta pobre gente.
Recuerdo hace una punta de años , a mi padre, movilizando policías, bomberos y paramédicos para que atiendan un anciano que agonizaba en un jardín de Jesús María. Lo recuerdo puteando fuerte, diciendo que esto no era Calcuta, que la gente no se podía morir así, sin el auxilio de los demás. Que vivíamos tiempos terribles. Hace mucho tiempo de esto.
Los años han pasado, viejo y te habrás dado cuenta que cada día es peor y que la única forma de contarte la historia de Glorias es a través de la exacta repetición de estas palabras como sentencias:
" la pobreza es infame, la pobreza es horrible, la pobreza marca, la pobreza causa temores, deseos de revanchas, ojos de odio, inconsolables"
pero también veo en esas miradas la inexorable certeza de una venganza por llegar, y todo para que el equilibrio retome su cauce normal.
No se convive con la infamia. Ni se escribe sobre ella. Excúsenme.