(NOS EQUIVOCAMOS O ACERTAMOS PERO NADIE PUEDE DECIR QUE NO ESTUVIMOS HACIENDO EL INTENTO DE CONSTRUIR UN MUNDO MEJOR, MAS JUSTO Y MAS EQUITATIVO MIENTRAS DESALOJAMOS DEMONIOS, DRAGONES Y FANTASMAS)
21.9.17
PEQUEÑA HISTORIA DE GABRIELA.
Estudiaba literatura en la Facultad de Letras de la UNMSM y tenía una risa ronca de tanto darle al pucho que le sobrevenía cuando leía unos poemas que escribía en los que se notaba la influencia de mano medio hamartica de Alejandra Pizarnik. Su presencia, a veces traía unos rayos de sol.
Un día anónimo y gris desapareció de la Facultad y a los meses nos enteramos que se había casado con prisas embarazosas. Cuatro años estuvo casada y tuvo dos hijos. Se divorció y meses después se junto con un muchacho que no producía mucho circulante pero que le endilgo dos hijos mas.
La reencontré a los años en un supermercado, estaba haciendo compras para las maletas porque se iba a los Estados Unidos. En el carrito distinguí algunos kilos de café peruano y las infaltables botellas de pisco. Se había casado con un gringo pintor al que había conocido en facebook, que se había aparecido en Lima de la noche a la mañana y que ademas la ofrecía una nueva vida en Norteamérica.
Decía (o dijo) que su marido tenía unas manos primorosas, di-vi-nas silabeaba entornando los ojos.
Sus amigas se quedaron atónitas cuando ya pasados los cincuenta y después de años de una imbatible soltería, decidió casarse con ese gringo simpaticón al que había amado en y desde las redes, y que aparte de todo era un intelectual, un artista, un pintor. Entonces se malentendió lo de las manos.
Gabriela se caso con el gringo. Hizo su luna de miel en Máncora y a los pocos meses el gringo la pidió legalmente y ella partió a ese paraíso de gusanos que suele ser Miami, y que identifica la esperanza del clasemediero nativo de este país: El Miami y whisky como ideal de vida.
Al comienzo todo fue bien. Ella se acostumbro a caminar desnuda por la casa porque el gringo quería tener relaciones todo el santo día. Su satiriasis era incansable. Aunque extraña porque después de una operación de próstata había quedado impotente como funcionario de la administración pública peruana. Tenía una artilugio que le provocaba una erección semi dura, y que el activaba con una especie de bomba de agua que apretaba manualmente al lado de los cojones.
Terminaba el proceso con una especie de tubo de vació, una succion mecánica que le daba una dureza de mas o menos un cuarto de hora.
Bueno, pero lo que sabía hacer con las manos era de gran potencial erótico. (Quizás así recién se aclaro lo de las manos di-vi-nas)
Sin embargo y con el tiempo, el gringo (que recibía una pensión de 2400 dolares, de la que el estado se quedaba con 800 cocos) empezó a poner inconvenientes para que Gabriela saque su brevete, aprenda inglés o trabaje, y si por algún milagro amical, trabajaba, comenzaba a hacerle pagar su comida, su shampo, sus cigarros y sus cervezas, y aunque el acoso sexual con bomba de vacío era incesante, Karl comenzó a aparecer en casa inflamado de bourbon, con marcas de lápiz labial en la camisa, y hasta se atrevió a encajarle un par de combos (en las piernas) so pretexto que Gabriela era un india insolente.
Una amiga cubana de las que sobran en Miami alternando el gimnasio con la chamba y que se dedicaba al puterío callejero la aconsejo, denúncialo, chica que ese "homble" no te puede tocar un pelo....la policía se lo lleva "pleso", aquí la ley es jodidísima. Gabriela paró bien las orejas.
Las leyes americanas especifican que entre marido y mujer no puede haber robo. Fue de la caja fuerte de Karl de donde Gabriela obtuvo los 2800 dólares (una semana de cuatro horas diarias que el detective contratado usó para conseguir, el teléfono y la dirección de la amante, así como algunas fotos en donde el gringo lucía muy amoroso con una gringa algo mayor con unas tetas falsas, evidentemente postizas)
Cuando Gabriela lo confrontó con las pruebas en mano, el colorado tomó un tono pálido y lívido.
La policía lo desalojó de la casa por los golpes, aunque últimamente solo la empujaba contra las puertas, y el juez fue severo asignando para Gabriela como esposa, otros 800 dólares de la pensión de Karl con lo que el gringo terminó por arreglárselas para vivir pintando cuadros y retratos personalizados en un malecón (de esos que abundan en Miami) y así juntar unos dolares mas que le permitieran vivir con dignidad.
Gabriela trabaja, gana un sueldo regular por atender mesas en un Dennys (y propinas) y a veces el turco que administra el local le aplica unas caricias duras en su trasero peruano.
Tiene un marido hondureño (al que llaman El Catra, por lo de catracho) que le calienta la cama, le hace el amor como Dios manda pero que no aporta mucho y a veces se toma las Miller de la nevera sin pedir permiso. Ve mucha televisión. Sobre todo maratones de películas con Dwight Jhonson alias La Roca, al cual admira con una devoción centroamericana.
Hace poco la encontré por Lima, estaba con su hijo y hablaba con una ronquera cervecera y de Marlboro inconfundible. Me contó con alegría y lisuras su aventura en los Estados Unidos de Norteamérica. Seguía enjuiciando al gringo para aumentar la pensión que ya no le alcanzaba ni para las cervezas el mes. No se porque sentí cierto ánimo vindicativo, ese sentimiento voraz y autodestructivo que sigue cuando al amor le sucede como un hijo, el desamor.
A sus cincuenta y tantos sigue siendo atractiva y sensual, pero en esta vida los viejos y las viejas de esa edad ya apestan para la energía del arrebatado deseo juvenil.
Prefiero recordarla de cuando escribía esos poemas mal copiados de La Pizarnik y no como esta versión de lo que le hace ese país continente, a los sudamericanos que les venden su alma:
es decir, como que les roba el brillo de la mirada.
De "Desconocido y otros cuentos, todavía más desconocidos" de Hugo Del Portal
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