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Terminado el informe, lo releyó dos veces y corrigió las faltas ortográficas persistentes. Encendió un cigarrillo ( de esos que robaba de cualquier cajetilla indefensa ante el menor descuido) y logró escuchar los gritos estridentes de su vulgar mujer. Entendió algo así como que se vencía el recibo de pago de los servicios de mantenimiento y agua potable, en retazos de voces que se ahogaban.
Piensa en el beneficio económico de lo que pensaba obtener con la redacción del informe y sus variadas propuestas de atención para el servicio. Iban calculadas de arriba hacia abajo y al final era prácticamente lo mismo y se animo a auto calificarse de hombre hábil, presto para el buen negocio.
Pensó en Sara y en la cantidad de meses que no se veían. Es que no había tenido dinero para gastar en una discoteca, varias cervezas y el consabido hotel en donde se consumaría el enhiesto deseo.
Tuvo una erección que espantó pensando en su realidad. Agregó algunos rostros desagradables.
Ese pensamiento lo puso triste y de pronto se sintió miserable y un par de lagrimas perlaron su rostro afilado. Así era el, como todos los humanos, tan imperfecto, tan emocionalmente inestable, y paso de la sensación de excitación y de la pena al odio a sus semejantes (sobre todo a aquellos que les iba bien con la vida en paz) Yo soy mejor que esos concha su...madres, pensó.
Mañana nos cortan el agua, repitió su mujer desde el dormitorio, insistiendo en opacar una noche de por si ya obscura. La recordó de hace unos años atrás, cuando no estaba invadida por la amargura.
Era sensual, alegre y dispuesta al sexo. Volvió a sentir la erección.
Se acerco a la cama en donde la mujer hojeaba una revista antigua, decorada con pijama y medias de futbolista. Se sentó en el borde y estirando la mano trato de tocarle un pie.
La mujer dio un puntapié al aire y luego de varias lisuras altisonantes, remato la escena quedándose en la posición que era la alegoría de la antesala de un golpe con el puño. No me jodas, se escuchó.
Ya desplazado y dentro del baño, se miró en el espejo, observó su calva irreversible, sus ojos sin brillo y los mostachos que le hacían una expresión como de eterno lamento.
Volvió a sentir ganas de llorar y odio la felicidad por ser un instante tan esquivo.
El odio lo hizo sonreír y prometió vengarse del mundo aunque nunca (ni en su lecho de muerte) podría saber cómo. Yo soy un hombre se dijo pero el eco le pareció poco convincente.
Sentado en la taza del baño se masturbó con entusiasmo.
Ya era lo único que le quedaba. las manos escupidas, el frote desesperado, su imagen casi simiesca,
El placer lo hizo, aunque brevemente, feliz.
HDP