Página 25- Me quiero casar con una millonaria
Los niños, son educados por sus padres con ciertos condicionamientos de la motivación, así que cuando son pequeños y un adulto bobalicón les pregunta: ¿y qué quieres ser de grande? (sin tomar en cuenta que a veces se podría tratar de un enano consumado y sin remedio) el infante responde, futbolista, doctor, ingeniero, y algunas veces artista.
Yo he conocido niños ( o perversos polimorfos) que quieren ser como Maradona y son como de madera, o profesionistas, pese a una cara de escasez neuronal y anancefalia inexorable, o artistas cuando su sensibilidad suma cero, lee nada, o simplemente demuestra en cada acto que es un sublime imbécil. O sus muestras de talento son garabatos de gatos que solo una victima de esquizofrenia mal medicada podría dibujar.
Amén de los miedos, fantasmas y tibiezas que los mismos padres le van sembrando a uno mientras crece.
Mi padre, el verdadero último de los caballeros, era un tipo práctico y de un espíritu agresivo y burlón que no lamento ni lamentaré haber heredado. A mi me enseñó a responder: yo quiero casarme con una millonaria.
No sé, si ese es mi karma, o mi maldición, pues un talentoso necesita siempre respaldo crematístico si o si.
No hay peor negocio que casarse dos talentosos o un talentoso con una persona sin espalda financiera.
Se lo he dicho mil veces a mi hijo y a mis amigos.
La pasión se vuelve rutina, el amor es eterno mientras dure, y cuando las necesidades entran por la puerta, el efecto Cupido sale volando por el balcón o por la ventana así sea de un octavo piso en uno de esos horrorosos condominios que han convertido Lima en el remedo de una urbe asiática construida para efectos de un film de espionaje (como escribió Ribeyro alguna vez en una de sus novelas)
Yo -gracias a mi tendencia poética autodestructiva- me casé con una misia de las peores (de las que tienen la huachafa pretensión de no serlo) y me fue como el orto, terminamos como en la Guerra de los Roses, tirándonos platos y adornos (baratos por cierto, salvo la fuente de origen inglés heredada de su abuelita) y odiándonos, como los mejores bellacos, por un par de mangos.
Pero uno no escarmienta, mis siguientes relaciones no buscaron la olla de oro al final del arco iris y entre tanta distracción terminé mas endeudado que nadie, apretándome en los pagos de expensas y encima una de ellas, G, madre de tres vagancios, simpáticos pero inútiles como un cenicero en una moto, luego de aullar en el lecho, me clavó con 200 soles y cerró a un amigo con 1000 soles que le prestó para invertir en una tienda de ropa que no paso del Showroom, pensando en cobrar diez veces mas por su mercadería de contrabando.
Debo contar que no he aceptado otras propuestas, por el temor de terminar como el escritor de la película Miseria, con los pies rotos y escribiendo para alguna gorda loca por mi poesía o por mi prosa.
Y que aun busco a la propietaria o tenedora de una casa con vista al mar (para que desde un luminoso ventanal pueda escribir tantas historias pendientes)
Mi paseo por los senderos del amor sigue siendo tan austero como el almuerzo de un empleado del sector público, de menú de 8 soles, en magnífica esplendidez.
No es que me importe el vil dinero pero como calma los nervios. Como mejora las sonrisas.
Caminaremos igual por el mundo, haremos una sencilla colisión con el amor y veremos si la casa, además de agonizantes susurros se llena con la prosperidad material. No es que me importe mucho.
Háganlo por la memoria de mi viejo.
HDP
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