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Aquel
mediodía de ese verano desganado, la Sra. Santos Córdoba creyó reconocer la
presencia de la muerte por el vuelo de obesas moscas negras sobre los filetes
de tollo y las colas de langostinos que despachaba en su puesto de pescados y
mariscos del mercado 3 de Febrero.
La Sra Daría
de las verduras también había dormido mal, con un sueño interrumpido en el que
escuchaba la voz de su difunta madre, llamándola en sueños.
Por alguna
razón, en algún momento del día, medio mercado, incluyendo a los de los
abarrotes y accesorios de ferretería, sufría de la epidemia de adverbializar casi ligeramente
sobre la posible presencia de la muerte bajo distintas formas o claves.
-A todos nos alcanzará, cuando deba- sentenciaba el zapatero remendón, mirando los traseros de las señoras mayores que cruzaban delante de su pequeño taller, culo que veía, culo que quería,(hasta que se casó con una mujer mucho mas joven que el y que lo engañaba con hombres, también mucho mas jóvenes que el)
Fue justo
cuando se asomaban las agujas del reloj a las tres de la tarde, que un el agudo
sonido del chirrido que produce un frenazo fuerte sobre el asfalto saco a todos
del sopor. Al silencio le sobrevinieron voces ininteligibles gritos cortados
en tres partes, hasta que la frase tomo la forma de las graves noticias, han
atropellado a Guaracha!
Sobre el
pavimento y sobre una mancha de sangre que amenazaba con levantarse lentamente y caminar, como si estuviese viva, latiendo fuera del herido, yacía
el cuerpo inerte de Guaracha que creyó ver el aleteo de unas hermosas alas
negras antes de caer contra el cemento luego de la fuerte embestida que había
recibido de un camión que cargaba frutas y que era manejado con excesiva velocidad por un conductor que lucía un rictus de asustado.
Ahí estaba Guaracha, muerto?, vivo? muerto en vida?
Nadie sabía
mucho de el. Ni como llegó, ni cuando.
Apareció con
los ojos rojos, casi endemoniados, las greñas pegoteadas de una suciedad
incalculable y unos pelos extraños que hacían las veces de bigote y barba, estaba completamente
andrajoso y en un estado de desnutrición tan notorio que un vigilante del
mercado lo dejo dormir en el piso, sobre unos cartones humedecidos por un
tiempo inclemente, al compadecerse de tan deplorable estado.
A veces la
pobreza material genera estas divinas formas de solidaridad humana. El hombre cuando quiere no es malo.
Guaracha se
hizo parte del mercado como uno mas y comenzó a agenciarse la vida cargando
pequeños bultos, luego otros mas grandes, hasta que alguien (contagiado de
compasión amorosa) le proporcionó una madera gruesa que descansaba sobre cuatro
rodajes y unos ejes movibles y de la cual halaba Guaracha para transportar paquetes mas pesados.
Recibía unos monedas por cada encargo que el canjeaba religiosamente por un
menú bastante barato en la chingana de Doña Juanita
(que con el
boom de la gastronomía nacional llego a ganar un premio por su sopa levanta
muertos, una combinación especial y secreta de la cual solo ella guardaba la
formula: hervir sus calzones en el rumoroso caldo y que la convirtiera en una
verdadera estrella afortunada del negocio de las comilonas. Hasta ganó el Concurso Mistura.
Con el resto
de las monedas, compraba sendas botellas de un aguardiente de origen
desconocido y quemador de estómagos por antonomasia, Pisco de la tarde, le
llamaban, el cual libaba pausadamente hasta que lo atrapaban las musas de la
danza inspirados por los alientos del alcohol.
Caminaba
tranquilamente hasta la puerta de la tienda en donde se vendían discos (era la
época de los discos de acetato y de vinilo) y arrancaba con un ritual de baile
descomunal que con el tiempo he podido reconocer como la auténtica danza de los
derviches del desierto.
Los
bellacos, perdedores esquineros, lo alentaban gritándole:
Baila
Guaracha Baila!
Lo que
incentivaba al danzante a movimientos mas violentos y desequilibrados. Muchas
veces lo vimos rodar por el piso en pleno baile.
Eso ocurría
si el dueño de la tienda de discos, un enano mal encarado al que llamaban "Aceves Mejía" a veces y a veces "Tongolelo" porque lucía un mechón similar al del cantante mejicano, lo expulsaba con baldes de agua fría,
amenazas con puta-madreadas o con el simple gesto de llamar a la autoridad
representada por el policía que dormitaba en la puerta del Banco Popular.
Guaracha
estaba completamente ajeno a estas amenazas, el solo quería bailar, retozar, hacerse etéreo.
Tal vez
buscaba una singular compensación o una controversial liberación, pero quién
puede explicar bien estas cosas que tienen que ver con la condición humana, mas
llena de enigmas que de certezas.
Sin embargo
ni la violencia con lo que atropellaron ese día infausto, ni la misma vida y los años
entregados a los fantasmas del licor, lo pudieron ayudar adelantándole la hora
de su encuentro definitivo con la muerte.
Una
movilización social sin precedentes en la que participaban los puesteros y
trabajadores del mercado así como los vecinos de los edificios cercanos, logró
detener al irresponsable chofer, y obligarlo a cubrir los gastos de
hospitalización.
El
Sub-oficial de segunda Elvys Morón había salido en bvd de su casa para (con la maña y
fuerza necesaria) impedir que el chófer escape. Lo estampó contra la pared de
un solo empujón con sabor a cabezazo y ordeno que le quiten la correa y le
abran los botones del pantalón mientras lo revisaba con la mano derecha y lo
apuntaba con un pistola inmensa con la mano izquierda, -no te muevas que se me escapan los frejoles y no la cuentas, cholo de mierda-
decía con ese tono
militar característico.
(Entonación
que uso hasta que cayo muerto en un tiroteo de la policía con una banda de
asaltantes con las que se coludía para robar bancos)
El camionero
tenía un abogado, un tipo listo por cierto, pero Guaracha tenía al Dr Quispe
Condori, un viejo zorro de los pasillos del poder judicial y del manejo de los
juzgados, encallecido por el sistema y por los años ajenos.
(Incluso llego a ser Viceministro de Justicia durante el primer gobierno del mal llamado partido del pueblo)
Con argumentos de tinterillo siniestro y de abogado de oficio logró que se respetaran los derechos que asistían a Guaracha y tan solo con sutiles extorsiones disimuladas bajo el manto de la jurisprudencia bien utilizada.
Guaracha
recibió la mejor atención médica, se recuperó, subió un poco de peso, cuando volvió parecía
menos cetrino y amarillento que antes y con alguna ropa usada que un alma caritativa que le alcanzó, reapareció por el mercado con una expresión ansiosa pero decidida.
Era obvio
que estaba enterado que una buena cantidad de dinero y una legítima propuesta
para una vida nueva y mejor lo esperaba a la vuelta de la esquina, pero tras su
ansiedad se descifraba la sensación de una determinación tomada con visos de
irreductible, indiscutible, axiomática.
2
El camionero cumplió con pagar todos los gastos.
E indemnizarlo.
A cambio de que no hubiese denuncia policial ya que no contaba con brevete y el vehículo no era de su propiedad, lo venía litigando con otros herederos de su padre que se lo reclamaban.
Paralelamente, los vecinos habían realizado esa mar de actividades que se hacen para recaudar fondos, kermeses, rifas, donaciones y bajo el celoso control de los devotos había una buena cantidad de dinero en la colecta esperando a Guaracha. Además de los buenos miles que se consiguieron del camionero.
En una reunión (convocada con esquelas hechas a mano por el hijo de la Sra. Murayama que era un magnifico dibujante hasta que tuvo que emigrar a Japón en donde hasta ahora sigue trabajando en el negocio de la construcción) los vecinos habían acordado instalarlo en un puesto de periódicos, en donde podría hacerse del diario sustento, sin necesidad de tanto maltrato físico y hasta podría usarlo como vivienda, y así ya no tendría que dormir en algún rincón del mercado sobre cartones mojados o sobre mantas usadas. Era una gran idea.
Pero no hubo poder humano ni divino que convenciera a Guaracha, él quería su dinero, le había costado la pierna con la que mejor danzaba, era suyo y nadie le iba a decir qué hacer con él, que uso darle.
Pese a que hasta los más remolones discutieron con él, no cedió, quería su dinero en la mano.
El Dr. Quispe Condori redactó un documento que acusaba el recibo del mismo y en un sobre coloco la importante cantidad de dinero.
¡Nombre! Pidió sentado frente a su máquina de escribir.
Guaracha quedo pensando, Guaracha, respondió que se llamaba Guaracha. Y como si imitara su propio eco, repitió, Guaracha, Guaracha, Guaracha.
No tu alias, dijo el Sub-oficial Morón impacientándose, -tu nombre, carajo! cómo te pusieron tus papacitos pues huevón-
Guaracha miró las paredes desconsolado, no me acuerdo, musitó, no sé, no me acuerdo.
Recuerdo que el silencio me sobrecogió desde los forros del alma. Y que fue un instante terriblemente opresivo.
El Dr. Quispe Condori, rápido y práctico, dijo que tanto problema caramba, ponemos desconocido en el documento y que ponga la huella digital del dedo índice. Así se hizo. Guaracha recibió un sobre en donde se notaba un grueso de billetes de cien soles.
En los días siguientes, Guaracha se apodero de la vereda de enfrente a la disco tienda. Un grupo de borrachos y borrachas que salieron de la nada absoluta le hacían la corte y el extraía de sus bolsillos, el sobre de dinero y estiraba la mano como un mandamás oriental de omnipresente poder.
No sé cuántas veces lo hizo, ni que tanto billete gasto, pasaron días y semanas en que el juego se repitió hasta el cansancio como en una pesadilla infernal.
Guaracha caminaba borracho, bailaba siempre, y poco a poco volvió a su soledad irreductible.
Una noche despertó durmiendo en el piso frío, parecía que por dentro de sí mismo algo se había roto inexorablemente, algo que se ahogaba en su propio espíritu, y súbitamente recordó a su mamá, que lo llamaba, con una voz angelical; dulce, eterna:
-Abundino, hijito, ven a comer, Abuchito, ven Abundino, Abuchitoooo-
Tengo un nombre, se dijo –no podía gritar, ni hablar-
Estaba inmovilizado por una fuerza que lo sobrepasaba, me llamo Abundino Huamán…..se dijo…
No soy desconocido , soy Abundino- repitió en el silencio que crispaba la noche.
Recordó a María, sus amores desnudos en el río, se vio escapando a si mismo, de los hermanos de ella, se visualizaba en una secuencia en donde fugaba en un camión de carga, llegaba a una ciudad inhóspita e hipócrita, , en donde solo el líquido ese que le quemaba la garganta lograba aplacar sus penas y sus miedos, y lo llevaba hasta el río de todos los olvidos.
Por un camión había arribado y por un camión -aunque circunstancial- partía rumbo a un paradero sin regreso.
Levantó la vista, y vio descender un Ángel de
alas muy negras que lo miraba con infinita paz mientras portaba una espada
brillante con una gota translúcida en su punta, supo entender que ese era el
último trago, el de la definitiva e inapelable muerte.
Y aunque algunos renegaron, los vecinos y los comerciantes, cumplieron con darle una cristiana sepultura.
En la tapa de su nicho se lee, Guaracha, NN, desconocido.
Desconocido como cualquiera de nosotros, en un mundo extraño que se esmera en ignorarnos.
Desconocido como cualquiera de nosotros, que solo es un número en una planilla, una soledad en el viento, un adiós sin respuestas.
Desconocido como cualquiera de nosotros frente a tanto inútil desafío por ser libres y felices.
De “Desconocido y otros cuentos”
Derechos reservados 2013
Hugo Del Portal Faverón.
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