25.4.08

EL MATARIFE Y LA REBECERA



Magaly y Jaime no son amigos por Guillermo Giacosa (*)
Vi a Bayly el domingo pasado. Me hizo pensar. Raro, porque Jaime se dedica más a entretenerte que a hacerte pensar. A veces lo logra, sobre todo cuando encomia la infidelidad y los tríos amorosos. En ese campo es un maestro, pues pone su enorme simpatía al servicio de una causa que, a priori, la gente rechaza. En el caso de Bayly, la letra (o la palabra) con humor y simpatía entra, no hace falta sangre. Es un excelente recurso pedagógico que podría también emplearse en temas menos entretenidos pero de mayor utilidad a largo plazo. No digo que algunas propuestas de Jaime no sean útiles. Lo son, y mucho, pues derriban prejuicios, convenciones y, por sobre todo, hipocresías. Y eso no tiene precio. Su estilo no confrontacional y autocrítico también es una enseñanza en una sociedad donde todos parecen querer arrancarse el pellejo. No digo tampoco que Jaime no arranque algunos pellejos -si no, que lo diga la extrovertida Laura Bozzo-, pero lo hace en tren de monje budista, casi como jugando.
La agresión con humor es como una extracción de muela con anestesia. El dolor viene después, cuando el dentista ya está en Miami. Simpatizo más con Jaime cuando no toca temas políticos. Y, cuando los toca, no dejo de simpatizar, pero me produce la sensación de que repite un libreto que ya he escuchado. Y eso no es lo suyo. Él es creativo, podría explotar más esa condición y, si lo hace, comprobará que, como todos, me incluyo, hay muchas lagunas en su posición. Y las hay en la de todos porque el futuro ha dejado de ser predecible. El futuro es pura incertidumbre.
Pero ese no era el tema. Lo que pretendía decir es que, en la última edición de su programa, que solo vi hasta la mitad, Jaime creyó necesario explicarnos que él no es amigo de Magaly. Para ello, nos saturó con imágenes de la 'Urraca' criticándolo en todos los tonos, con todos los adjetivos que la animadora conoce y que a ella misma parecen hacerle mucha gracia y sin ninguna consideración para con Ximena Ruiz Rozas, productora de Jaime, de quien sí es amiga. Este hablar sin tener en consideración lazos de amistad no solo es correcto. Es imprescindible. Sería fantástico que todos los periodistas lo hicieran en temas menos escabrosos que los que afronta Magaly, pero más trascendentes para el futuro del país y del mundo.
Debo ser una de las personas más desinformadas sobre lo que ocurre en la TV. Sé que me echaron de Canal 7, pero no mucho más. Tampoco es de mi incumbencia saber si Magaly y Jaime son amigos. Me preocupa, sí, que la TV se reduzca a un torneo de acusaciones y contra acusaciones entre quienes ocupan la pequeña pantalla. Hay programas especiales para ese show intramediático, pero ampliarlo a otros espacios es desgastante. Jaime, que con todo derecho ha reducido su extraordinaria capacidad de comunicador a la de mantener entretenido al televidente, está muy por encima de estas disputas. Molestarse porque le dijeron que no medía con la misma vara a Magaly que a Laura no está a la altura de su inteligencia.

(*) Aparecido en su columna del diario Perú21. Guillermo Giacosa debe tener mucho tiempo libre (y carecer de cable) para soplarse el pésimo programa de Jaime Baily (reducido a Tongo, Keiko y a unos cuantos permanentes invitados que no tienen compasión en aplicarnos malamente sus idioteces o su cinísmo) Sobre la media defensa que asolapadamente dibuja Baily en torno a la moustrenca del canal nueve a mi me resulta como curarse en salud, ya que el francotirador devenido a matarife camina entre la vulgaridad y el desenfado de payaso coyuntural con la que Jaimito le hace decir a Susy Diaz -for example- las tandas de babosadas de aparente desatada sexualidad y con el mismo, en sus reiteradas y cansadas bromas sobre su marketera homosexualidad. En un país que respetara la decencia mas elemental, la Sra Medina no tendría cinco minutos en la televisión y Jaime estaría confinado a libretista de esos pésimos programas dizque cómicos en donde cada sketch remata con un trastaso amanerado o con el chato recurso nacional de la fácil descalificación del otro por motivos bastante pueriles.

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