Catarsis colectiva por Jorge Bruce (*)
Cuando el presidente García amenaza con expulsar a patadas a los funcionarios corruptos del Banmat -pidiendo ración doble para los apristas- y su pasión futbolística es complementada por la del presidente del Congreso (suponemos que ambos aluden a esas secciones de su anatomía que los distinguen), está expresando su exasperación por el comportamiento de militantes que estarían estropeando su reputación de luminaria de las finanzas regionales. El diario La Nación de Argentina editorializaba en ese sentido, poniendo al Perú como un modelo a imitar en lo que respecta al pago de la deuda y la obtención del grado de inversión. Cierto, la imagen contrasta nítidamente con el García del 85, moroso y populista por vocación. No obstante, la realidad no se deja ocultar ni a patadas. Así como los pobres no van a dejar de serlo solo porque los ricos se hagan más ricos, la corrupción no disminuirá con el aplauso de los sectores financieros internacionales. La ONA acaba de revelar la podredumbre en el otorgamiento de becas, las cuales, siguiendo el modelo Banmat, han sido concedidas de preferencia a los familiares y funcionarios de OBEC. La corrupción funciona de acuerdo con la segunda ley de la termodinámica: si no se dedica la energía suficiente para impedirlo, todo sistema tiende naturalmente al caos. Exactamente igual que una casa, un jardín, un matrimonio o un Estado. En ese contexto, las patadas del presidente tienen más valor de pataletas que de efectivos remedios. Y sus corifeos que saltan como el burro del ogro Schreck -¡pregúntenme a mí, pregúntenme a mí!- exigiendo cabezazos y, no dos, sino tres patadas, no han comprendido nada acerca del fenómeno que corroe desde antiguo el corazón de las instituciones peruanas y de los propios peruanos, quienes acaso se indignen de la boca para afuera, pero en su fuero interno la mayoría se representa al Estado como la caverna de Alí Babá.Lo que enfurece al presidente, en efecto, son las manchas en su nueva imagen de estadista serio y obediente. Pero lo que realmente debería enfurecerlo es la incapacidad de su gobierno de tomar medidas efectivas para reformar un Estado corroído hasta la médula y cuya percepción, en la mente de los peruanos, es la de un entorno adonde se acude ya sea para mendigar ayuda o para autoabastecerse. El problema es que cuando el presidente amaga con el zapato derecho, mientras que con el izquierdo tapa los oscuros manejos del Ministerio del Interior, calla sobre Mantilla, no se inmuta con el escandaloso uso del canal 7, recurre a Carlos Arana para que organice un equipo de intervención de control de daños (de su imagen, claro está), es indulgente con Kouri o complaciente con Tula Benites, la población entiende con toda claridad el mensaje: vamos a agarrar a patadas a esos chivos expiatorios, lo cual nos servirá de catarsis colectiva. A los peces gordos no los vamos a tocar, porque el país no se puede detener y además cada vez avanza más rápido. El dilema es adónde nos dirigimos. Si los pilares que sostienen el puente están podridos, ni Einstein nos hará saltar el abismo. Primero se construye y después se acelera. Patear la corrupción es como patear al burro citado, pero muerto. El Estado no está adiposo, como dice Gonzales Posada: está cadáver. Ese es el ambiente ideal para la proliferación de la corrupción, cuya tasa de crecimiento hace rato que obtuvo, en la sombra, el grado de inversión. Quisiera cantar loas como La Nación, pero no me salen.
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21
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