Chicas de alquiler por César Hildebrandt (*)
Jean Cocteau pensaba que la demasía en el placer podía costarnos la felicidad. La frase parece una premonición si nos referimos al sepulto señor Eliot Spitzer, ex gobernador de Nueva York, puritano de boca para afuera, gran putero que se aliviaba cada vez que podía con la señorita Kristen –nombre de batalla de Ashley Youmans, nacida en realidad Ashley Alexandra Dupré–.El señor Spitzer arremetía contra la señorita Kristen, de 22 años, en la habitación 871 del hotel Mayflower, en Washington al lado del Dupont Circle, y era el Cliente 9 de la corporación sexual “Emperor’s Club VIP”, una red que atrapaba busconas y las convertía en chicas de alquiler. Las instalaciones del “Mayflower” tienen una sonora reputación. Allí cenaron de vez en cuando el muy maricón director del FBI, J. Edgar Hoover, y su novio Clyde Thompson, el segundo de dicho cuerpo policial –en no pocos de esos encuentros se tramaron los operativos en contra de líderes negros, socialistones o del incipiente movimiento homosexual–. En una de sus habitaciones solía alojarse, años más tarde, Judith Campbell, una de las más conspicuas amantes del maníaco John F. Kennedy, y en otra de ellas durmió Mónica Lewinsky luego de su famosa noche oral con Bill Clinton. Y es que el “Mayflower” está a diez minutos de andar de la Casa Blanca.Que el señor Spitzer tenga debilidad por el pay per view en deshabilé y por el polvo cronometrado es algo que debió quedar en su intimidad. El asunto es que en el muy liberal Estados Unidos la prostitución –la activa y la pasiva– es un delito que se castiga hasta con la cárcel. Tan sólo el estado de Rhode Island y once condados de Nevada la permiten, siempre y cuando no sea callejera y no esté regentada por proxenetas. El asunto, también, es que algunos de los ochenta mil dólares que Spitzer gastó en ocho encontronazos a mil dólares por hora procedieron, sin duda, de fondos de la gobernación. Y que la señorita Kristen tenga el sexo partisano y en subasta inversa hubiese sido un problema menor y evitable –la coartada más frecuente ante la policía pasa por el masajismo ampliamente entendido–. Lo que agravó las cosas es haber ejercido tan noble oficio en el marco de una mafia internacional de proxenetas que actuaba bajo la fachada de una simple empresa del entretenimiento.Como se sabe, la señorita Kristen ha pasado de un cuarto del “Mayflower” a su cuarto de hora de fama. Y no es para menos: Kristen ha derribado, sin siquiera calatearse, a todo un gobernador y hoy la esperan el glamur sidosón de “Girls gone wild” o el cuché ajado de Larry Flint y su “Hustler” a todo meter. Por lo pronto, la rapidísima “Interviú” ya la convirtió en carnosa portada. De pronto, todos pretenden ser sus biógrafos y enterar a los demás de que alguna vez fue usada por el actor Martin Sheen, que su hermano Kyle es convicto de traficar con heroína, que alguna vez trabajó bajo las órdenes de Jason Itzler –chulo famoso hoy en prisión– y que la policía ha descubierto un tercer nombre empleado por ella para las entregas delivery de sí misma: Ashlei Rae Maika di Pietro.Mientras tanto, la señora Silda Wall, la esposa de Spitzer, hace sus cálculos y piensa seguramente que hasta cuándo valdrá la pena fingir el estoicismo que le fotografiaron si lo que duerme a su lado es ahora un zombi prematuro de la política. En realidad, la señora Wall ha amanecido viuda. Lo que pasa es que hay muertes en directo y entierros en diferido.¿Y todo por unos estirones en cama ajena y con mujer de hábitos comunitarios y orificios capitalistas? Quizás más que por eso, por la hipocresía de nivel patológico que Spitzer demostró. Tiene que tener mucho de canallita quien proclama su odio visceral por la corrupción, en general, y la prostitución de alto vuelo, en particular, y luego va al “Mayflower” a visitar a una especialista en falsetes de coloratura pagados con Visa (aunque él, es cierto, pagaba en efectivo). No sólo el Partido Demócrata ha perdido a un candidato del futuro: el lobby más poderoso del congreso norteamericano llora por el alma de quien pudo ser el primer presidente judío de los Estados Unidos.Ahora bien, de todo esto surgen algunas preguntas: ¿en Estados Unidos fallecen los políticos que se van de putas y viven coleando los que mienten para hacer guerras y asesinar países? Si la hipocresía de Spitzer resulta patética, ¿qué podríamos decir de la hipocresía tamaño federal (e impune) de los Bush y los Cheney? ¿Qué zafarrancho de valores permite a los Estados Unidos castigar a un gobernador que mintió y, al mismo tiempo, tolerar a un Presidente que surgió de la manipulación electoral, mintió reiteradas veces para acudir al crimen y ensangrentó al mundo como pocos lo han hecho? ¿Ética protestante o cinismo de una Roma decadente?En cuanto a la señorita Kristen, qué tanta alharaca. En el Perú algunas damitas de altos vuelos políticos –y no hablo de la también sepulta Laurita Bozzo– hacen lo mismo que ella pero lo hacen ante las cámaras de la TV de investigación, para contento de Fernando Vivas –aguatero del establecimiento– y sin que ningún FBI las esté acosando. Pura injusticia. Yo prefiero a Kristen.
Posdata: Tampoco soy amigo, ni admirador y ni siquiera simpatizante de Mirko Lauer. Por eso mismo le agradezco la generosidad de haber insinuado que alguna gente me ha echado de menos en la programación de la tele. Raro gesto en el paisaje Neanderthal de la prensa peruana. Raro y valiente. Al fin y al cabo, “La República” es hoy como el hijito adoptivo de “El Comercio”.
(*) Aparecido en su columna del diario La Primera
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