¿Negocios son negocios? por Rosa María Palacios (*)
Una cosa es un desnudo griego y otra un cholo calato, decía hace muchos años Héctor Velarde. Parafraseándolo, hoy día podemos decir que en el gobierno aprista una cosa es un comunista en la China y otra un comunista en el Perú. Ese es el mensaje político que resulta de la última gira del presidente Alan García al Asia.
Así, el comunista de la China es un socio estratégico. El comunista en el Perú es portador de una ideología trasnochada. El comunista chino es bienvenido con todos sus inversionistas aunque el modelo sea Shougang en Marcona. El comunista peruano debe ser vigilado, perseguido y, de ser posible, encarcelado por bolivariano y terrorista, ya que es financiado por transnacionales del crimen.
El comunista chino puede violar los derechos de todos los chinos. Puede decirle a su pueblo dónde tiene que vivir, qué tiene que comer, cuánto debe ganar y cuántos hijos debe tener, forzando a millones de mujeres al aborto obligatorio. Puede invadir el Tíbet y prohibir el culto religioso, incendiar templos y asesinar monjes, y eso no solo no se condena sino, más bien, se respalda.
El comunista peruano, que los hay, está en vías de extinción, pero todos sus parientes políticos socialistas son objeto de sospecha gubernamental. El Apra como partido, desde la polémica Haya-Mariátegui, se ha enfrentado visceralmente al comunismo local. Pero el comunista chino es estupendo. Es, como me dijo alguien estos días, "otra cosa". ¿Será la billetera esa "otra cosa"?
Esta dualidad es difícil de tragar. El deseo del presidente García de agradar al interlocutor no puede hacerlo caer tan fácilmente en un error de política exterior que replica de manera negativa dentro y fuera del país. Las exportaciones necesitan mercados y el Perú, inversionistas, pero no al costo de negociar los principios. Ningún país occidental ha tenido que hacerlo.
Cuando hay principios liberales, la coherencia obliga a que nadie pueda ser perseguido por sus opiniones e ideas ni aquí ni, literalmente, en la China. Sin embargo, el presidente, que es un converso al liberalismo, solo tomó la mitad del evangelio. Le gusta el libre mercado, pero no las libertades democráticas. Y ambas, libertad política y libertad económica, son las dos caras de la misma moneda. Cuando se intenta separar las cosas, resultan muy mal para todos. Totalitarismo, dictadura y reparto de pobreza es su consecuencia.
Mucho cuidado con la impaciencia, con la crítica y con el respeto del Estado a las libertades de expresión, asociación, sindicalización o culto. Esperemos que no se empiece a respaldar afuera lo que, en realidad, se desea para adentro.
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21
Hay algunos que por plata son capaces de rematar la silla de ruedas de la abuelita. Hay que reconocer que si el chancho anda merodeando por ahí con un kimono mental de fan del billete chino es porque ya descubrió las trufas.
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