Soltero cuarentón aconseja por Beto Ortiz (*)
No te cases ni te tatúes: no hagas nada que sea para siempre. Y en la medida de lo posible, no te tatúes un demonio de Tasmania, algún día cumplirás 40 (como yo hace tres días) y tendrás que dejar los pantalones de reggaetonero y los polos de Pinky y Cerebro pero seguirás pareciendo un baboso con tu tatuaje de Taz en el cuello. Hay ciertas cosas que es menester dejar de hacer cuando cumples 40. Dejar de cagarla, por ejemplo.
No te desvivas haciendo demasiados planes para el futuro. Una bacteria agazapada en el pomo de mayonesa, un presidente retrasado, un tico que se pasó la luz roja, un pariente choro o una abrupta caída en la Bolsa de Tokio se encargarán de trastornártelos sin remedio. Matemáticamente hablando, solo la cuarta parte de ellos se hará realidad. Todo lo demás serán emergencias, imprevistos, el eterno fluir de la contingencia. Cuando un plan se realiza, casi siempre es porque era el plan B.
Pregúntate si toda la gente linda que te abraza para salir contigo en la foto es tu amiga: siéntate a esperar que los flashes dejen de lloverte y pregúntatelo otra vez.
Si alguna vez llegas a quedarte completamente misio. O completamente solo. O, las dos cosas al mismo tiempo (que es lo normal), take it easy, tú tranquilo. Haz de cuenta que estás de viaje (por Ruanda) y dedícate a explorar, de modo que el día que salgas de allí te vayas a casa habiendo aprendido lo que es bueno y te lo pienses dos veces antes de alucinarte buena merca. Y si alguna vez te toca regresar, como las huevas porque -como ya conoces- no te pierdes.
Date alguna vez el lujo de ser físicamente hermoso. Aunque solo puedas mantenerlo poco tiempo, ten, por lo menos, un verano en el que te canses de posar feliz de la vida para la foto en traje de baño. Una panza a los 40 puede ser pecado venial, pero a los 30 es mortal y a los 20 vulgar y completamente imperdonable.
Combate el mal aliento. Tenerlo equivale a ir por allí tirándote pedos en la cara de la gente.
Gánale, por lo menos, a la mitad de tus peores miedos. Si a algo le tengo auténtico terror es a la altura y hubiera preferido que me arrancaran todas las muelas sin anestesia a tener que subirme alguna vez a la pavorosa montaña rusa de Universal Studios. Pero, a insistencia de un amigo, me subí. Y los 75 violentos segundos que duró el trip fueron un puto infierno interminable. No me volvería a subir por nada de este mundo, ni siquiera a cambio de un fin de semana en Borneo con Paolo Guerrero abanicándome en taparrabo. Pero de pocas cosas estoy tan orgulloso como de haberme atrevido.
No hagas huevadas con tu pelo o cuando menos lo pienses, parecerá el pelo del muñeco Chicho Bello de Basa.
Anota en una libreta todos los halagos que recibas. Anota en la misma libreta los nombres de los amigos que te acompañen a los funerales de tu vieja. Si son cien, alégrate de que sean tantos. Si son tres, también.
Salpica. Sea que te zambullas, chapalees, estornudes, sudes a chorros o segregues cualquier clase de fluidos. Siempre salpica.
No te ensañes con nadie. Y eso incluye a tus peores enemigos, al perro que se pasa la noche aullando en la azotea del vecino y hasta a la cucaracha más infecta del desagüe. Ninguna factura se paga tan pronto y tan caro como la crueldad.
Regálale a alguien que adores algo de lo que te duela en el alma desprenderte.
Si alguna vez llegas a tener algo de plata no te sientas en la obligación de mudarte a un barrio más pituco, ni de sacar tarjetas Platinum, ni de instalar en tu casa una cava de vinos, ni de viajar a Bali en primera clase, ni de someterte a todas las cirugías, ni de comprarte pura ropita de marca. Trata, por todos los medios, de no tener en la frente un letrero que diga "nuevo rico". Persevera en esto, por mucho esfuerzo que te cueste seguir siendo el mismo huevonazo que eras un día antes de que tus ahorros en dólares alcanzaran los seis dígitos o los siete. Lo único peor que portarse como nuevo rico es portarse como futbolista nuevo rico.
Mastúrbate.
Se permite la envidia siempre y cuando sea usada únicamente como gasolina. No fue mi nobilísima vocación periodística ni mi acrisolado instinto de superación lo que me hizo pasar de reportero a conductor de televisión. Fue Lúcar, o mejor dicho, la insana envidia de su sueldo de 1999.
Combate los celos -propios o ajenos- como a piojos. Son el peor de los muchos parásitos que incuba la soberbia. Nada te da derecho a ser celoso. La mejor receta para estropear un afecto es alucinarse titular de derechos de propiedad sobre la gente. Así que a no dejarse engañar por el viejo valsecito criollo. Nadie es de nadie.
Volver a ver después de 20 años a un amigo y poder reírte con él como si se hubieran visto anoche. Ese es el mejor test de control de calidad. A diferencia de los amantes, a los amigos no hay que cambiarlos por otros nuevos. Un viejo amigo merece siempre un premio de resistencia, porque perdona tu mierda durante décadas, y encima queriéndote todavía.
La venganza nunca es dulce y el rencor es una pérdida de tiempo. Así como no es tu chamba que llueva, tampoco es cuestión tuya que le vaya mal en la vida a quien te cagó. Creo que hay algo o alguien en el universo con la exclusiva misión de pasarle la factura. Ni insultarlo en público, ni empapelarlo ni mandarle atropellar a todos sus hijitos por un bus-camión te hará sentir mejor ni te devolverá absolutamente nada de lo que perdiste. Y si no te resarce del daño, no sirve. Y si no sirve entonces para qué malgastar tu vida rumiando caca y maquinando cojudeces.
Baila calato frente al espejo del baño.
No esperes a que la persona que quieres contraiga una enfermedad terminal para llenarla de besos y apapachos. No esperes a contraerla tú para correr detrás de todos los proyectos postergados.
No se puede ser traicionado dos veces. Si te traicionaron una vez, es culpa del traidor. Si volviste a confiar y te la hicieron de nuevo, tienes total derecho a exigir que se te expida un certificado oficial de imbécil absoluto.
La misma regla rige para el amor: no se puede rebotar con la misma persona dos veces. Si lo intentas una vez y te chotean es culpa del choteador. Si insistes sabiendo perfectamente que tus posibilidades de fracaso coquetean con el mil por ciento, felicidades y choprove con el diploma de cojudo.
No esperes que las cosas sean siempre "igual". Nada es ni tiene por qué ser igual a nada: ni igual que antes, ni igual que en tu jato, ni igual que allá o que acá. No te vas a vivir a Dinamarca para que sea igual que Lima, no te casas con tu novia para que cocine igual que tu mamá, no te compras un disco de Juanes para que suene igual que Leo Dan. Las cosas serán siempre mejores, peores o simplemente distintas, de modo que se ruega no romper las pelotas con el ñeñeñé de «¡No es igual!».
Cágate de la risa. Encuentra, como carajo sea, el lado tragicómico de las cosas. En enero del año pasado, la Sunat me embargó la cuenta bancaria en que me acababan de depositar varios meses de sueldo adelantados, (en señal de buena fe). Era una situación tan ridículamente desgraciada que constatarla me produjo el más brutal ataque de risa.
Sea que aparezcan en las sienes, en el pecho o en la barba, las canas son y serán siempre muy cool. Las únicas canas que están prohibidas son las que crecen por debajo de la ropa interior. Esas sí que son cero glamour.
No importa si la mayoría te considera antipático o si a todo el mundo caes mal, solo preocúpate de llevarte de maravilla con los ancianos, los niños y los perros.
Gánate alguna vez en la vida los frejoles desempeñando algún trabajo físico. Te garantizo que después de un mes como obrero descubrirás que eso que llaman "el trabajo intelectual" de superior no tiene nada.
Toma mucho vino pero no fumes demasiada marihuana: el mundo no necesita más hippies calvos don't worry be happy con los ojillos reventados.
Vuelve a confiar en la gente. No en la misma, claro: en otra. No importa cuántas veces te lluevan cuchillos. Vuelve a confiar en la raza humana o intérnate de una buena vez con tu paranoia en el Larco Herrera.
Prueba elogiar a alguien que haya llenado una página entera insultándote: Di, por ejemplo: he leído el libro de poesía de Jerónimo Pimentel y me ha parecido de una belleza sublime. Constata esa tenue y exquisita placidez con que la generosidad premia tu espíritu.
No te avergüences de estar jodido, oscuro o triste, nada como el infortunio para saber, por fin, quién chucha eras en el fondo.
Ten paciencia con los consejos de tus mayores: los consejos son una forma más o menos inútil de la nostalgia y también la única manera de rescatar tu pasado del basurero, limpiarlo, repintarlo y reciclarlo en la bobita ilusión de que algún día le sirva de algo al peatón al que le toque cruzar esta calle después.
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21
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