No solo los "blancos" cholean por Jorge Bruce (*)
Martín Tanaka ha tenido la gentileza de comentar mi libro sobre psicoanálisis y racismo -Nos habíamos choleado tanto- en las páginas de este diario. Agradezco sus términos elogiosos y, en particular, sus discrepancias. Sus críticas alturadas y constructivas constituyen una invitación a seguir pensando y aportar miradas diferentes acerca de un fenómeno social de alta complejidad, que requiere acercamientos transdisciplinarios. Sus objeciones son dos: en primer lugar, el sesgo psicoanalítico que consiste en mirar el racismo desde la patología, lo cual llevaría a no valorar lo suficiente los cambios democratizadores producidos en el país. Desearía que Tanaka esté en lo cierto cuando afirma que el país se ha democratizado más de lo que mi enfoque pareciera indicar. No obstante, me reafirmo en la importancia de entender el racismo como una vivencia íntima, que se procesa en el fuero interno y nos lleva a actitudes discriminatorias, con frecuencia inconscientes, en una gran variedad de situaciones que nos pasan inadvertidas, y que la experiencia clínica contribuye a esclarecer. Máxime cuando estamos lejos de una democracia en donde todos seamos ciudadanos con los mismos derechos. Esa desigualdad estamental permite la pervivencia tenaz de ideologías y prácticas arcaicas, pero no infrecuentes ni inoperantes y sí causantes de sufrimiento. El racismo subsiste como una patología intra e intersubjetiva, alojada en el mundo interno y en las entrañas de nuestro lazo social: de ahí la dificultad para erradicarlo o, por lo menos, combatirlo (lo cual no está sucediendo).Su segunda discrepancia señala que estoy mirando el mundo desde el lugar de las clases altas, "blancas", las cuales serían las que discriminan con más encono que nunca, mientras que el resto de la sociedad ya no lo acepta y lo niega en la medida de sus posibilidades. El problema con esta visión optimista del rechazo a permanecer en una posición subalterna es que desconoce la fuerza de mecanismos inconscientes, como la identificación con el agresor o la pasividad rencorosa, que es una forma encubierta de actividad negativa.
Esto explica que se encuentre comportamientos racistas en todas las clases sociales y en ámbitos tan diversos como comisarías, colegios, dependencias estatales, municipalidades, relaciones afectivas, familiares, laborales, etcétera. Sin olvidar la autodiscriminación. Si fuera tan solo un asunto de sectores privilegiados, ya habría dejado de ser problema hace tiempo. Precisamente, una manera de proporcionar las herramientas que Martín invoca para luchar contra este mal es un diagnóstico descarnado de cómo participamos los peruanos en mantenerlo con vida, eso que en psicoanálisis se conoce como la experiencia informulada o lo sabido no pensado. Como concluyo en el libro citado: es un combate casa por casa, cuerpo a cuerpo, mente a mente.
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21
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