¿Será feliz el 2008? por Guillermo Giacosa (*)
No arruinaré la fecha hablando de Bush y otras enfermedades que aquejan al planeta. Pero, no puedo evitar preguntarme cuántos años más, a este ritmo de destrucción, otros seres humanos, como usted, como ese chico que juega en la calle o aquel otro que hace malabarismos en la esquina para ganarse la vida, podrán prepararse, con alguna ilusión, para esperar las doce de la noche y jurarse que el año nuevo les traerá una vida mejor. O, simplemente, una vida, no este mamarracho donde, como nuestros antepasados recién bajados de los árboles, la única función de muchos es saber si conseguirán algo de comer y, a veces, aun en Nueva York, un techo bajo el cual dormir.
Recuerdo que cuando llegamos al año 2000 no se me escapó ninguno de los convencionalismos de ocasión, sino un rotundo y egoísta "llegué carajo", que hizo sonreír a mis amigos. Ahora me provoca lanzar un "llegué carajito", pues la fecha, por no ser de números redondos que tanto impresionan, parece menos importante. Sin embargo, querido planeta, donde están enterrados mis antepasados y donde quisiera que vivan mis descendientes, cada año -cobardemente conquistado sin darle batalla a los fenómenos catastróficos provocados por el ser humano y a los fenómenos naturales sobre los que nada podemos hacer, como la erupción de volcanes o terremotos- pareciera ser una fiesta digna de fuegos artificiales y merecedora de un sonoro: "LLEGAMOS CARAJO", nada más, y a conformarnos, a menos que decidamos cambiar radicalmente nuestros hábitos de vida.
No lo entienden así los vendedores de fantasías que se hacen llamar políticos, periodistas, empresarios, rabinos, imanes, pastores o curas. Ellos siguen apostando a mirar de costado o a mecernos con bonitas historias, que ya han calado tanto nuestro imaginario que son capaces de desafiar la realidad o, al menos, aquello que llamamos realidad y que, seguramente, ayudará a endulzar el adiós final.
Enhorabuena por ellos. A ellos sí podemos desearles un feliz año nuevo sin ruborizarnos, pues seguirán en lo suyo hablando con engolada grandilocuencia de crecimiento económico, inversiones, armas, guerras, democracia, mercado. Ellos tienen respuestas que no existen, respuestas que no solo no se compadecen del dolor y de la muerte cotidianos sino que, además, parecen burlarse de ello, pues hacen planes para ser felices en un mundo que solo existe en su imaginación.
Soy un 'optimista trágico'. Me deslumbra la vida, me seduce la posibilidad de crecimiento que ofrece el cerebro humano, creo en la creatividad constructiva, me emocionan la belleza y la ternura, pero siento que esas posibilidades, que son las que nos humanizan, han sido desplazadas por el egoísmo, el afán de lucro, el estímulo desenfrenado de la competencia y la destrucción sistemática del hábitat, donde lo mejor de nuestras potencialidades podrían realizarse. Seres humanos pequeños y pomposos -cuando no fanáticos imbéciles- dirigen los destinos del planeta. Desear un feliz año en esa circunstancia es solo un cumplido gentil pero engañoso.
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21
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