Plaza de las ventas por César Hildebrandt (*)
Si una mujer registra la marca “Marinera” en Chile y su marido está en proceso de hacer lo mismo con la marca “Señor de los Milagros”, llegará el día en que un hombre como Donald Rumsfeld patente la marca “Guerra” y otro como Dick Cheney adquiera, de una vez por todas, la franquicia “Petróleo”.Entonces habrá que pedir la venia de Rumsfeld antes de bombardear pueblos y bodas y el visto y bueno de Cheney para perforar las estepas de Siberia en busca de ese puré negro que se vende en barriles y que mueve al mundo.¿Todo puede ser una marca registrable, no hay bienes comunes ni abstracciones que estén más allá de los negocios?El asunto puede llevarnos a discusiones angustiantes. Si todo es susceptible de ser envasado en un registro y condenado a ser un código de barras en algún padrón administrativo, ¿qué pasará cuando a alguien se le ocurra ser titular de la marca “Dios”?Bueno, eso, en realidad, ya ocurrió. La Iglesia Católica inscribió a “Dios” en su margesí de bienes, aunque dos otras empresas dedicadas a los mitos mayores hayan hecho lo mismo y exista una disputa de gigantes en algún Indecopi celestial.La verdad es que es bastante hipócrita hacer un escándalo por eso de la Marinera Registrada. Porque vivimos en un mundo donde lo fenicio es ley y donde todo es susceptible de ser privatizable.Estados Unidos, por ejemplo, se cree propietario de la marca Democracia y la esgrime cada vez que alguien lo desafía. No importa que en esa Democracia sólo haya dos partidos que se diferencian por sutilezas irrelevantes –los dos hubiesen invadido Afganistán, los dos votaron por la guerra farsante en contra de Irak, los dos creen que su país es la policía mundial– y que en ella los dueños de las corporaciones sean los que manden de verdad.En este mundo de imágenes y apropiaciones ilícitas, de marcas y comercios, ¿no está acaso el espacio estratosférico lotizado por los que pueden financiar “estaciones internacionales” que sólo son de dos países? Y firmas como Monsanto, erizadas de abogados carísimos, ¿no se sienten acaso dueñas de una Nueva Soya, un Maíz Transgénico y un Trigo Mutante? Hasta la fauna empieza a ser metida en el inventario de activos de empresas dedicadas “a corregir a la naturaleza”. La compañía que el corrompido Goñi Sánchez de Losada llevó de San Francisco a La Paz para que se apropiara del agua boliviana ¿no declaró acaso que las lluvias también le pertenecían?¿Y no fue el grupo Colina un modo de privatizar la pena de muerte? Privatizaciones y marcas: eso es el mundo de hoy. La marca Peronismo, que no quiere decir nada, es más importante que la marca Argentina, que tampoco quiere decir demasiado. Y la marca Proletariado, que estuvo en manos de Stalin durante muchos años, está hoy en desierta subasta. Y ahora resulta que la marca China, que hace 30 años se vinculaba a Pol Pot, se adjunta a Walmart y eso parece muy natural. La marca Perú, por si acaso, hace rato que está en venta. Lo estuvo cuando la administraba la banda del Chino y en esa dirección se ha ratificado el doctor Alan García en Madrid, presentándose ante los empresarios españoles mucho más como un revendedor de lotes y de aires (o de lotes con sus aires), de bosques y de gases, de caídas de agua y puertos, que como un jefe de Estado. Y si la marca Perú está en venta –y Chile la ha estado comprando en cómodas cuotas–, ¿qué nos sorprende que a la Marinera la embalen y la metan en una caja fuerte de solar?
(*) Aparecido en su columna del diario La Primera (*)
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