15.1.08

JORGE BRUCE POR DOS








Laberintitis (*)
En el juicio a Fujimori existe el riesgo de que, por síndrome de habituación, los peruanos vayamos perdiendo la trascendencia histórica de lo que está sucediendo ante nuestros ojos inicialmente asombrados o incrédulos. Por eso es necesario recordarlo cuantas veces haga falta. El sentido de este proceso no es solamente la administración de justicia, lo que parece estar desempeñándose de manera eficiente. Hay de por medio una oportunidad de aprendizaje democrático que pocas sociedades han tenido. ¿Cuántos países han juzgado en condiciones adecuadas a un dictador en su propio territorio? ¿En cuántas ocasiones se ha proporcionado a las víctimas el espacio para relatar, frente a su verdugo intelectual, los abusos de los que fueron objeto? Así, el empresario Samuel Dyer pudo decir, este último viernes, sin rencor ni amargura pero con justificada indignación y sufrimiento: "Me dolió mucho que un presidente fuera tan irresponsable y dijera (en una entrevista periodística en el programa Contrapunto) una cosa tan falsa sobre mí y eso se lo digo acá, mirándole la cara al presidente". Para justificar su secuestro, el ex presidente había afirmado que se trataba de un narcotraficante, que proporcionaba armas a Sendero Luminoso y evadía impuestos. Todo lo que posteriormente se reveló falso ante el Poder Judicial (una de las hipótesis más sólidas para explicar su secuestro parece ser el alijo de cocaína que se encontraba oculto en un barco cargado de carne importada de Argentina por diversos grupos peruanos, que Dyer había inmovilizado con una medida cautelar, pues el dueño de la embarcación pretendía estafarlo, ignorando que, al impedir la salida del carguero, estaba perjudicando un negocio en apariencia de Montesinos y Cía., lo que permitió a la DEA incautar ese cargamento). Pero el daño a su imagen, familia y negocios ya estaba hecho y, en menor medida, sus secuelas continúan hasta hoy. Acaso se permitieron ese ataque porque Dyer no pertenecía a la oligarquía tradicional, con la que la dupla evitaba chocar. Así trabajaban Fujimori y Montesinos (tampoco era muy original, pues todas las dictaduras recurren a esa metodología): primero violentaban los derechos de sus enemigos, luego destruían su imagen mediante su prensa vil. Sobra decir que en casos como La Cantuta o Barrios Altos las consecuencias fueron mucho más devastadoras.
Es importante que ninguno de esos crímenes quede impune, y que podamos extraer las consecuencias de esa experiencia nefasta. A través de un juicio justo, sí, pero también dando una señal potente a los candidatos a dictadores (sin descuidar las amenazas actuales contra los testigos o abogados de las víctimas). La "marthachavezca" defensa de Nakasaki -"No fue secuestro, fue una detención ilegal"- no debería confundirnos. Esas leguleyadas son parte de una estrategia judicial que poco nos importa a quienes no pertenecemos a ese laberinto de códigos penales y juegos semánticos, cuyas enrevesadas vías parecen haber producido laberintitis al abogado de Fujimori. Sus eufemismos son comparables a los de Hugo Chávez, reclamando que se retire a las FARC el calificativo de terroristas. Entonces las centenares de personas que mantienen privadas de su libertad durante años en condiciones atroces, tal como lo han relatado Consuelo González y Clara Rojas, ¿qué son?, ¿elegidos para un plan piloto de reeducación?, ¿colaboradores espontáneos -aunque ligeramente encadenados- de la causa de la revolución?




Figurettismo y aislamiento (*)
La palabra "figurettismo" implica el afán de figurar a cualquier precio y con cualquier pretexto, sobre todo cuando dicha figuración es irrelevante o excesiva. Para quien no tiene acceso a los anhelados medios masivos, siempre quedan los escenarios cotidianos o la intimidad hogareña. A pesar de esa supuesta sanción social -ser considerado figuretti es peyorativo-, mucha gente de ámbitos tan diversos, como la política, la farándula, las finanzas, la intelectualidad o el arte, se desvive por aparecer y muere si desaparece. Lo cual significa que el costo de ser criticado es asumido sin rubor por una serie de personas que prefieren, mil veces, ser criticadas a ser ignoradas u olvidadas. Esta pulsión exhibicionista, apenas sublimada, no es más que la exacerbación de una imperiosa necesidad: el afán de reconocimiento.
En un delicioso hallazgo libresco reciente, el intelectual Tzvetan Todorov reflexiona sobre asuntos análogos bajo el título de La vida en común. Su punto de partida es la incomplétude (el término es dejado en francés) esencial del ser humano. Bajtín, por ejemplo, observa que en ningún momento podemos observar nuestra propia imagen por completo. Hasta para eso precisamos de los otros. No obstante, nos dividimos entre quienes optan por una vida en soledad y silencio, mientras en el otro extremo se hallan nuestros figurettis, es decir, las víctimas de una suerte de agorafilia (pasión por la multitud).
Al mismo tiempo, podemos estar solos en medio de esa multitud o en un contacto múltiple con los otros en el aislamiento aparente. Dice Baudelaire: "Quien no sabe poblar su soledad, no sabe tampoco estar solo en una multitud atareada". Son paradigmáticos los escritores 'invisibles' como Julien Gracq, J.D. Salinger, Cormac Macarthy o el peruano Emilio Adolfo Westphalen. Se suele profesar una gran admiración por esa reclusión voluntaria que, en algunos casos, llega al extremo de rehuir toda fotografía, como Salinger, o incluso negarse a las ediciones de bolsillo de su obra, como Gracq. Pero la mayoría de seres, aunque lo neguemos, nos sentimos fascinados por reflectores y flashes, portadas y pantallas. Los figurettis nos fastidian porque escenifican, de manera grotesca y desvergonzada, el ansia que nos desvela: la de obtener un reconocimiento universal y perpetuo, lo más parecido a la inmortalidad.
En cambio, esos ermitas admirables nos perturban porque nos refriegan lo inalcanzable de su estoico ideal. En ambos casos dependemos de los otros, porque sin el amor no existimos, aun cuando todo a lo que podemos aspirar, en palabras de Todorov, es a una "endeble felicidad".



(*) Aparecido en su columna del diario Perú21

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