La industria de la ignorancia por Guillermo Giacosa (*)
Hollywood suele informarnos sobre las enmiendas a la Constitución de EE.UU. La primera de esas enmiendas está relacionada a la libertad de prensa, libertad de expresión, libertad de culto, derecho a congregarse y derecho a reclamar al Gobierno. Un estudio revela que, a pesar de la antigüedad de esa enmienda y del peso que la misma ha tenido en la vida del país, la mayoría de los ciudadanos estadounidenses sabe más sobre quiénes son los integrantes de los Simpson que sobre dicha enmienda. La cifra es elocuente: un 22 por ciento de los encuestados acertó el nombre de los cinco integrantes de los Simpson y menos del 0.1% pudo mencionar las cinco garantías que asegura dicha enmienda. Más del 50 por ciento confundió la enmienda con otros derechos (voto, proceso con un jurado) y el 21 por ciento, aunque usted no lo crea, pensaba que la enmienda daba el derecho constitucional a tener animales domésticos.
Los que la conocen han cambiado su visión de la misma luego de los acontecimientos del 11 de setiembre. El brillante y contestatario escritor estadounidense Gore Vidal dice al respecto: "En una encuesta sobre el estado de la Primera Enmienda, llevada a cabo por la Universidad de Co-nnecticut en 2003, el 34 por ciento de los americanos encuestados dijo que la Primera Enmienda 'va demasiado lejos'; el 46 por ciento dijo que había demasiada libertad de prensa; el 28 por ciento pensaba que los periódicos no deberían poder publicar artículos sin previa autorización del Gobierno; el 31 por ciento quería que se prohibieran las manifestaciones antibélicas públicas durante la guerra en cuestión, y el 50 por ciento consideraba que el Gobierno debería tener el derecho de limitar la libertad de culto de 'algunos grupos religiosos' en nombre de la guerra contra el terror".
No puedo menos que preguntarme cómo 200 años de democracia pueden conducir a conclusiones semejantes. Entiendo que el peso del miedo es sustancial, pero lo grave es que ese miedo no corresponde a lo que realmente puede ocurrir sino a la realidad que fabrica el matrimonio militar-industrial-político a través de una prensa a la que está económicamente asociada. EE.UU. no precisa limitar ninguna de las actividades que menciona Vidal; sin embargo, eso es lo que les han hecho sentir a sus ciudadanos a través de operaciones de propaganda que, a la larga, son las que manejan la opinión pública. ¿De qué libertad estamos hablando cuando nuestra opinión no emerge de la reflexión sino que es fabricada en las usinas que nos dicen qué debemos pensar?
La ignorancia es, en EE.UU., una siembra solapada pero persistente y, hasta, quizá, programada. Hace tres años, el National Geographic realizó una amplia encuesta y descubrió que más de la mitad de los encuestados cree que la población de Estados Unidos supera los mil millones, que solo pueden reconocer dos países en promedio en un mapa mudo de Europa, que el 88 por ciento no sabe dónde está Afganistán -país que acababan de invadir- y un etcétera que nos permitiría llenar varias columnas.
Los que la conocen han cambiado su visión de la misma luego de los acontecimientos del 11 de setiembre. El brillante y contestatario escritor estadounidense Gore Vidal dice al respecto: "En una encuesta sobre el estado de la Primera Enmienda, llevada a cabo por la Universidad de Co-nnecticut en 2003, el 34 por ciento de los americanos encuestados dijo que la Primera Enmienda 'va demasiado lejos'; el 46 por ciento dijo que había demasiada libertad de prensa; el 28 por ciento pensaba que los periódicos no deberían poder publicar artículos sin previa autorización del Gobierno; el 31 por ciento quería que se prohibieran las manifestaciones antibélicas públicas durante la guerra en cuestión, y el 50 por ciento consideraba que el Gobierno debería tener el derecho de limitar la libertad de culto de 'algunos grupos religiosos' en nombre de la guerra contra el terror".
No puedo menos que preguntarme cómo 200 años de democracia pueden conducir a conclusiones semejantes. Entiendo que el peso del miedo es sustancial, pero lo grave es que ese miedo no corresponde a lo que realmente puede ocurrir sino a la realidad que fabrica el matrimonio militar-industrial-político a través de una prensa a la que está económicamente asociada. EE.UU. no precisa limitar ninguna de las actividades que menciona Vidal; sin embargo, eso es lo que les han hecho sentir a sus ciudadanos a través de operaciones de propaganda que, a la larga, son las que manejan la opinión pública. ¿De qué libertad estamos hablando cuando nuestra opinión no emerge de la reflexión sino que es fabricada en las usinas que nos dicen qué debemos pensar?
La ignorancia es, en EE.UU., una siembra solapada pero persistente y, hasta, quizá, programada. Hace tres años, el National Geographic realizó una amplia encuesta y descubrió que más de la mitad de los encuestados cree que la población de Estados Unidos supera los mil millones, que solo pueden reconocer dos países en promedio en un mapa mudo de Europa, que el 88 por ciento no sabe dónde está Afganistán -país que acababan de invadir- y un etcétera que nos permitiría llenar varias columnas.
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21.
Hay que coincidir con Guille que la mayoría de los norteamericanos (incluyendo al animal que los gobierna) son unas verdaderas bestias. Nota para tomar en cuenta cuando se anda buscando un gringo por internet para casarse: casi todos son o medio tarados o medio enfermitos y como la bella Queca del cuento de Julio Ramón Ribeyro -Alienación- todos conocemos alguna fémina (pariente o amiga) que termina gomeada los domingos mientras el yanqui se sopea de Jack Daniels y le dice chola de mierda. ¡Horrible oye!
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