¡Llamen a los bomberos! por César Hildebrandt (*)
Hay alguien que firma como Alfredo Bullard. Este señor Bullard dice que la economía y el lenguaje son órdenes espontáneos y que ninguna autoridad debe meter su sucia mano en tratar de normarlos. Es decir, el señor Bullard es un personaje de Stendhal, un anarquista de armas tomar.Debería de simpatizarme el señor Bullard, que escribe sobre economía en “Perú 21”. Al fin y al cabo, el individualismo acérrimo, el desacato y la impropiedad de gestos y discursos han sido una constante en mi vida. Lo que pasa es que el señor Bullard no es un libertario.Veamos. El señor Bullard dice que la Real Academia ejerce un tutelaje imposible sobre el idioma que él maltrata. Eso es cierto. Porque la Academia no tiene ningún poder coercitivo para lograr que el señor Bullard escriba relativamente bien o respete la ortografía, que no es úcase sino tácita convención internacional que impide, entre otras cosas, que el té chino se confunda con el te quiero verde de las cazadoras de viejos. Pero lo que no es cierto es que la economía sea como el lenguaje. Y todavía menos cierto es que los gobiernos sean algo así como las Reales Academias de las economías: tutores anacrónicos e indeseables de algo que se regula espontáneamente.Lo que pasa es que el señor Bullard es un entenadito de Friedman, un hijito de Chicago, un sobrino de Rico Mac Pato y un hermanito de Richi Ricón, el de la peli. Y nos quiere hacer creer que así como él puede patear al idioma, las empresas (los conglomerados, las corporaciones, los fondos buitre, las arpías de J.P. Morgan) pueden hacer lo que les convenga sin que venga el Estado “populista” a tratar de regularlas, qué tal lisura.Eso será, en todo caso, cuando las cosas marchan bien. Porque cuando no marchan, cuando las hipotecas-basura le hacen un forado de 28,000 millones de dólares al Citigroup, entonces todos llaman a los bomberos y gritan como monjitas atrapadas por las llamas.Y entonces viene el papá Estado keynesiano y le pone ciento cuarenta mil millones de dólares de vitaminas a la economía desregulada que tose como una tebeciana. O sea que está muy mal que el Estado controle a Halliburton, la empresa de Dick Cheney, pero está muy bien que el Estado envíe sus cuadrillas de rescate cuando la especulación delictiva de las subprime ha creado un sismo que ya no es sólo financiero. De la mano invisible pasamos al dedo medio estirado de los Chicago Boys. De Mr. Smith a Mr. Bernanke. Y de la pureza liberal al cambalache práctico donde las ganancias son siempre privadas pero las pérdidas hay que socializarlas.En todo caso, ayer se demostró, con el derrumbe de todas las bolsas, que el discurso de Bush no impresiona a nadie ni produce ninguna reacción en el global paciente.Y es que ciento cuarenta mil millones de dólares de ayuda en impuestos renunciados es muy poco para el tamaño de la crisis estadounidense. Si los síndicos de quiebras tuvieran la palabra, Estados Unidos tendría que declarar su insolvencia. Es un país que imprime billetes con el frenesí con el que lo hacía la República de Weimar, billetes que hace dos años valían 50 por ciento más de lo que valen ahora en relación al euro, billetes que compra y almacena China (cada norteamericano le debe cuatro mil dólares al gobierno chino), billetes que sigue imprimiendo para complacer al complejo militar-industrial (siempre necesitado de guerras), billetes que forman las montañas de su déficit comercial (que es el 5% de su Producto Bruto Interno), billetes que ya no respaldan el crecimiento –hoy estancado– de la productividad en los sectores de alta tecnología.En resumen, la primera potencia militar del planeta tiene una economía con pies de barro –ajena por completo a las recetas ortodoxas que imponen a los pobres los organismos multilaterales controlados por ella– y su precaria hegemonía se basa no en la economía sino en un acuerdo mundial que incluye a China, Japón y la Europa que manda en Bruselas. Este acuerdo le da a los Estados Unidos prerrogativas que nadie tiene y que ningún economista liberal serio consentiría. Y este acuerdo, como todo acuerdo, podría revisarse en cualquier momento.La recesión norteamericana y el crujir de escaleras que se siente a escala internacional se veía venir. Y es parte de un fenómeno que tiene que ver con aquello que los entenaditos de Friedman no quieren ver: los límites y las contradicciones insalvables de la globalización y la demostración de que haber apostado todo al comercio mundial era –y es– una temeridad.Y ahora que Friedman no alcanza, pues llamemos a los bomberos. Y ahora, como ayer, a los grandes bancos los salvarán con la plata que le quitaron a los programas de salud pública. Igual que aquí: mil millones de dólares le costó al “Estado subsidiario” peruano salvar a los Wiesse y a los Picasso. Mil millones de dólares que jamás hubiesen ido a las arcas de los programas sociales. Eso es el liberalismo en clase práctica.
(*) Aparecido hoy en su columna del diario La Primera.
Hortografía y heconomía por Alfredo Bullard (*)
Mas hallá de los esfuersos de la Real Academia, la malloria tenemos mala hortografía. Persibimos sus reglas como inutiles. La funsión del lenguage es comunicarze y yo me comunico con usted ha pesar de los herrores. La jente destrosa la hortografía en los menzajes de selular o chat donde korta y cambia las palabras para escribir mas en menos espacio (y por tanto mas varato). La teoría heconómica del lenguaje dice que trataremos de husar menos recursos (palabras y tiempo para escribirlas) para comunicarnos. El lenguage, como la heconomía, son hórdenes espontáneos. No es creado por nadie en particular, sino por todos. No lo créa la academia, sino las perzonas. No nace de la planificasión ni del mandato sentralizado, sino de la interacción. Así como la real academia fracazará en preservar la hortografía, el Estado esta condenado a fracazar si trata de reemplasar la interacción de los hindividuos en la heconomía con hintervención y planificasión.
Hortografía y Heconomía 2
Mi columna pasada generó en muchos la idea de que era una invitación al caos, y que cosas tan importantes como el idioma o la economía no pueden quedar sujetas al capricho individual. Lo cierto es que el lenguaje como orden espontáneo es una mera constatación fáctica: no es la Real Academia la que creó el español ni tampoco es la que lo cambia. El idioma fue creado y se recrea por interacción individual. Y es bueno que sea así. Por tanto, no soy yo el que propone que se vuelva un orden espontáneo: ya lo es y lo seguirá siendo. Y orden espontáneo no es caos. Lo mismo pasa con la economía. No es creación del gobierno, sino de la interacción individual. El desarrollo del Perú de los últimos años obedece a gobiernos que aceptan (o se resignan) que es el orden espontáneo la mejor manera de satisfacer las necesidades, y no la decisión centralizada, que trata de ordenar desde arriba lo que los individuos ya ordenan desde abajo.
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21
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