Nuevos esclavos
por César Hildebrandt (*)
El cura Romaña nos decía, Dios mío, que el comunismo era la única esclavitud de la que no se regresaba. ¡Vade retro!Y así parecía. Detrás de la cortina de hierro inventada por Churchill para atizar la tercera guerra mundial, se construían, en efecto, reinos sombríos de nuevos empaladores. Y en esas transilvanias igualitarias el que menos mandaba era el obrero y el que más palos recibía era el campesino, en cuyo nombre se habían trepado al poder los Kádár y los Stoph y por cuyos intereses de clase habían sido fusilados, en los años más enérgicos del estalinismo, los Zinóviev y los Béla Kun.Pero he aquí que un día, setenta años después de su edificación, la fortaleza comunista se agrietó de aburrimiento, crujió con un terremoto popular modelo Richter 8 y se desplomó en una polvareda histórica que terminó con el muro de Berlín, la frontera húngara, la KGB, el Pacto de Varsovia, los autos de dos cilindros, las fábricas de hollín, los escuchas de la Stäsi, las estatuas de Ceaucescu y todos los comités centrales que parecían inmortales. Fue como un cataclismo a domicilio, un huracán conspirativo que trajo abajo el sueño de las repúblicas populares que el pueblo, sin embargo, llegó a odiar con toda esa alma que los materialistas extremos habían abolido por decreto. En medio de los escombros se encontró –dicen– el cadáver de Andréi Alexándrovich Zhdánov, comisario del realismo socialista en los tiempos del padrecito Stalin. Dicen también que conservaba la mueca de estar dando una orden a algún escritor de turno.Lo cierto es que todo el este de Europa se desenmarrocó y salió a las calles a festejar con sidra y aguardiente.Lo cierto era, entonces, que de la esclavitud del comunismo sí se podía salir. Que los libertos descubrieran pronto que la proliferación de centros de comida chatarra y la aparición de porno-tiendas no eran algo mucho mejor que la grisura y la escasez y la claustrofobia del comunismo, eso es un asunto distinto. Y que esos mismos manumisos se dieran cuenta, poco más tarde, que la mano invisible del liberalismo terminaba enseñándote el dedo medio cada vez que ibas a cubrir una plaza vacante en algún empleo precario, esa es una discusión que recién empieza.Lo ciertísimo es que de la esclavitud del comunismo sí se vuelve.Ahora bien, ¿es posible regresar de la historia que los pobres cavaron y los ricos disfrutan? Me refiero, por supuesto, a la historia de este Occidente ejemplar. Me refiero a nuestra historia, a la historia pétrea que nos dejaron como legado y que consideramos casi un deber dejar a nuestros hijos.Porque a mí que no me cuenten el cuento de las cuevas de Fátima. La historia de Occidente, de la que los sudacas somos periféricos y más bien víctimas, es la historia de la violencia que construyó las jerarquías y de la violencia sin fin que se emplea para conservar esas jerarquías. Es una historia con cordilleras de cadáveres y tronos hechos con piel del adversario. Es la historia que traga mentiras sanguinarias y escupe leyendas del rey Arturo. Es una historia que, desde Constantino, demanda estar de rodillas para aceptar que alguien fue carne y Dios, hueso y Dios, muerte y resurrección de la materia. Y que ese mago que no es mago, ese hombre que es Dios pero sangra y muere como cualquier hombre, esa suprema autoridad del miedo, ampara a los reyes que fueron, a los presidentes que son y a los caudillos que cortarán el jamón por los siglos de los siglos, amén.Y, mientras tanto, mientras Roma hace su trabajo, Washington cumple sus obligaciones imperiales, las corporaciones ganan tanto dinero que ya no vale la pena ni contarlo, las bombas de racimo se venden como panes, los países pobres se rematan con el presidente oficiando de martillero y la ONU es una manga de pobres diablos que simulan tener poder.Y yo digo, modestamente: ¿se puede salir de esta esclavitud que no es comunista sino kolynosista? ¿Se puede salir de este círculo perverso que ha reemplazado al ciudadano por el consumidor, a la democracia por el rito del voto y a la cosa pública por el botín de los poderosos? Cura Romaña: ¿se puede? ¿O es que esta es la esclavitud buena?
(*) Aparecido en su columna del diario La Primera.
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