Pegan a una mujer por Jorge Bruce (*)
Abusar de los más débiles es una recurrente tentación. La sensación de poder que produce responde a la satisfacción de lo que Freud llamaba la pulsión de dominio, y permite compensar múltiples carencias personales. Esto va desde el niño que maltrata a uno más indefenso, hasta el presidente que ridiculiza en público a sus ministros. García es, en ese sentido, peor con Garrido Lecca de lo que Fujimori era con Tudela. Mientras que el reo de hoy "solo" obligaba a bailar el infame 'Baile del Chino' a su primer vicepresidente, el actual mandatario se permite las burlas más feroces con su titular de vivienda, autoexilado en Pisco, procurando rehacer su imagen, amenazada tanto por la banda gástrica como por insistentes rumores de falta de transparencia en su gestión (la compra de espacios en medios venales o el proyecto de vender la PCM son peccata minuta, pero permiten imaginar casos más importantes: cuando no hay ética en asuntos menores, suele ser lo mismo, a fortiori, en los mayores). Así, tras la intempestiva conferencia de prensa del multifacético personaje, saliendo de una tumultuosa reunión de gabinete, García minimizó el entredicho, diciendo que la pataleta era consecuencia del brusco descenso en la ingesta de calorías. Poco le faltó para agregar que estaba alterada porque estaba con la regla y había que comprenderla.
Lo inquietante es que esos vejámenes son aceptados con beneplácito por una mayoría de peruanos, quienes acaso se reconocen en esas humillaciones públicas de las que deben haber sido objeto a su vez. Es obvio que las víctimas del escarnio y el desdeñoso autoritarismo podrían renunciar, pero eso requeriría un sentido del honor que a estas alturas parece ser un arcaísmo obsoleto entre nuestros políticos con piel de chancho. Pero el trasfondo más peligroso de esos comportamientos irrespetuosos es el mensaje de aval implícito, enviado a todos los incapaces de respetar los derechos de sus subordinados o subalternos en la intimidad, ya sea laboral o doméstica.
Hoy se celebra el Día de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Quítese las palabras "Violencia contra la" y se obtendrá el siniestro sentido subyacente de dicha celebración: Día de la Eliminación de la Mujer. Porque la realidad es que en nuestro país se matan (nueve cada mes) y violan (diez por día) mujeres con alarmante frecuencia, a manos de esposos, convivientes o algún familiar cercano. Sabemos que dedicarle un día no va a reducir mágicamente esa barbarie y hasta podría parecer un saludo a la bandera. A menos que la denuncia de esos abusos se traduzca en cambios tanto en las políticas públicas como en las prácticas cotidianas. Lo primero debería ser más sencillo, porque las mentalidades son siempre las más renuentes al cambio. Pero está sucediendo lo contrario: el Ministerio de la Mujer ha suprimido el Programa Nacional de Lucha contra la Violencia Familiar y Sexual. Así quedarían desprotegidas millones de mujeres de escasos recursos económicos y con una pobre conciencia de sus derechos. Los que, además, son harto difíciles de hacer valer en esas condiciones.
Podemos optar por ignorar esos gritos de dolor, causados por violencia física o psicológica e incluso reírnos -como está de moda- de las protestas feministas, descalificándolas por frustradas o resentidas (otra vez la pulsión de dominio). Entonces seguiremos siendo una sociedad del inframundo, por mucho TLC y CADE que colguemos, cual tiras de ajos, en la fachada de la casa.
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21
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