El goce de discriminar por Jorge Bruce (*)
¿Por qué discriminamos tanto los peruanos? Claro que no somos los únicos. Las discriminaciones negativas como el racismo, el machismo o la xenofobia, son universales. Es su grado de intensidad lo que les otorga una relevancia particular en el funcionamiento de una sociedad.
El gobierno de Toledo pareció sensibilizado con el asunto y el propio presidente lo tomó como una cuestión personal y recurrente en su discurso.
Ello se debía a que, habiendo sido víctima de la peste racista, se identificaba con quienes -y en nuestro país son mayoría- lo continúan sufriendo a diario.
Lamentablemente, esto no pasó de palabras y, de parte de su exaltada esposa, exabruptos e insultos contra quienes ella consideraba racistas, en esa fórmula conocida por los especialistas como racismo inverso ("esos pituquitos de San Isidro y Miraflores").
Pero el gobierno actual ni siquiera muestra ese interés de la boca para afuera. La cuestión económica ha absorbido a tal grado sus prioridades, que todo lo demás ha pasado a ser secundario, cuando no un estorbo, como la opinión de tres distritos en el departamento de Piura, estigmatizados hasta la caricatura por desconfiar de la inversión minera en su zona y de los beneficios que ofrece.
La excepción a este clamoroso silencio ha sido -una vez más- la Defensoría del Pueblo. En su documento de trabajo 002 (el 001 estaba referido a la corrupción en la educación nacional) aborda varios ángulos de la problemática discriminatoria en nuestro país.
Las leyes existen, pero las políticas no. No hay voluntad de enfrentar la grave fractura social que tanta zozobra causó durante las elecciones. Lo que sí hay es una arraigada cultura de invisibilizar o menospreciar a quienes consideramos inferiores, lo cual nos permite sentirnos narcisísticamente protegidos, pero secretamente amenazados.
El problema, dice Shakespeare, no está en los astros -es decir en la Constitución- sino en nuestras almas prosternadas. El goce de discriminar a otros proviene de esa antigua costumbre de conformar grupos debilitados para poder excluirlos.
De ese modo, podemos identificarnos con un estereotipo idealizado que repudia violentamente la presencia del otro denigrado.
El documento de la Defensoría viene a recordarnos que este goce (cuya condición es un sufrimiento mayoritario) debe ser enfrentado tanto en el nivel más público -el de las políticas de Estado- como en el más privado: el del cuerpo y de la mente.
Ese que se educa en casa, en la escuela, en la calle y en la masiva publicidad que a diario nos intoxica con mensajes implícitamente racistas. Cambiar las mentalidades es lo más lento, pero es indispensable para acceder al desarrollo.
(*) Artículo aparecido el día domingo en el diario Perú21
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