Pánico ecológico versus pánico financiero por Guillermo Giacosa (*)
Hablar de la estupidez humana es casi un lugar común. Ayer la estupidez conducía a quemar supuestas brujas o a escandalizarse ante cualquier descubrimiento que desafiara las creencias oficiales. Hoy amenaza exterminar no ya existencias individuales, como otrora, sino pulverizar la vida en todo el planeta o, al menos, retrotraerla a la Edad de Piedra. En cuanto a resistir el cambio, hemos mejorado, pero seguimos suponiendo, con más arrogancia que argumentos, que las posturas propias representan lo humano y las ajenas solo una variante folclórica de espíritus menos desarrollados. La repetida irracionalidad de "pueblo elegido" es un clásico de los textos antropológicos. Se trata de un mito que, con distintos matices, suele reaparecer cuando conviene a los intereses políticos o económicos. Este mito, que es parte de nuestro imaginario inconsciente, crea, en la mente de los concernidos, una distorsión que podríamos resumir en las siguientes palabras: "Si somos un pueblo elegido, nuestras conductas son las adecuadas y lo que hagamos con los 'no elegidos' seguramente complacerá a Dios". En EE.UU. a este mito, que como muchos mitos tiene razones que están ligadas a la supervivencia del grupo que lo crea, se le llama 'Destino manifiesto' y, según él, se sienten autorizados para obrar con la prepotencia y el menosprecio por las culturas ajenas que parecen ser la marca de fábrica que todos conocemos y que, en los últimos años, ha llevado el prestigio de ese país en el exterior al nivel más bajo de su historia. El 'destino manifiesto' de EE.UU. se sustenta, según sus defensores, en la convicción de que Dios eligió a ese pueblo para ser una potencia política y económica, una nación superior al resto del mundo. La forma de demostrarlo es "extenderse por todo el continente que nos ha sido asignado por la -Divina- Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno".
El entrecomillado es del periodista O'Sullivan quien, en 1845, escribió un artículo en la revista Democratic Review, de Nueva York, en el que explicaba las razones que justificaban la expansión territorial de la hoy superpotencia.
Podríamos entender que Dios no le ofreció, como a Israel, un pequeño territorio en el desierto sino todo el continente americano. Ante tanta magnanimidad divina, uno no puede menos que preguntarse si nosotros no estamos solo de adorno.
Dejando de lado los melindres pseudorreligiosos, se trata de la justificación pura y simple de la conducta imperialista con la que hoy EE.UU. amenaza, ofende y chantajea a las naciones débiles del planeta.
"El que no está conmigo está contra mí", sintetiza el pensamiento mágico que practican los halcones-gallinas de la Casa Blanca y fija que las prioridades de la agenda mundial en relación con sus propios intereses.
Hoy, por ejemplo, a todos les preocupa mucho más que no explote la burbuja hipotecaria gringa que la explosión del propio planeta. Como prioridad, no negarán que es ligeramente irracional.
(*) De su columna aparecida hoy el diario Perú21.
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