22.7.07

LA MALDICION GARCIA







Empatía con el presidente por Jorge Bruce (*)
Una de las más socorridas técnicas psicoterapéuticas se basa en la empatía: a fin de comprender lo que siente y piensa una persona, se hace el ejercicio de ponerse en sus zapatos y ver el mundo desde su perspectiva particular, suprimiendo temporalmente la propia. Si estos días uno lo intenta con los grandes 'chuzos' del presidente, lo más probable es que termine mareado, confundido y desasosegado. De seguro, algo triste y acaso con ganas de mandar todo al diablo. No se trata únicamente de la ola de agitación en el país ni del bajón -palabra que se usa también para designar un súbito acceso depresivo- en las encuestas.
Lo que podría dejarnos más perplejos y desasosegados -así, en plural mayestático- es la sensación melancólica de que nada nos sale bien. En el año 85 intentamos un desaforado populismo, el fantasma de cuyo fracaso nos persigue como el espectro del padre de Hamlet. Hicimos lo posible por alejarnos de esa imagen desastrosa, nadie puede dudarlo. Si antes éramos el enfant terrible de la política latinoamericana, ahora optamos por ser el alumno más aplicado del Consenso de Washington. Hasta Uribe -el de Colombia, no el incompetente- quedaba segundo ante los ojos, con signos de dólar en vez de pupilas, de los republicanos de Bush y las principales instituciones financieras internacionales. Si antes éramos el paladín de la deuda impaga, ahora, sin esperar que nos cobren, amortizamos por adelantado. Mientras que en nuestro primer quinquenio la hiperinflación hizo del país un remedo harapiento de la República de Weimar, esta vez las cifras son minimalistas. Ahora lo que nos crece, por así decirlo, es la economía. Los enemigos de antaño -los grandes empresarios- son nuestros aliados y consejeros actuales. En las antípodas de ese malhadado periodo, ahora somos conservadores y no solo en economía, tal como lo revela nuestra alianza con los fujimoristas, la cercanía con movimientos como el Opus Dei y posturas más que conservadoras, retrógradas, como el entusiasmo por la pena de muerte y la censura a las obras de arte ofensivas, como las de ese Quijano, tan ultra como su padre. Autoritarios siempre fuimos, pero antes con un barniz ideológico izquierdista que nos llevó a simpatizar con la juventud senderista. Ahora somos el típico mandón derechista, que insulta a las dirigencias sindicales y corteja a los pudientes para pedirles que les colaboren.
Lo terrible de todas estas contorsiones, es que no están resultando. Como en ese cuento de Las Mil y Una Noches en donde un criado se encuentra con la muerte en Bagdad, mirándolo fijamente en el mercado. Aterrado, le pide prestado su caballo a su amo para huir al galope a Samarra. El amo accede y más tarde él va al mercado y se encuentra con la muerte. "¿Qué ha pasado?" le pregunta, "¿por qué has mirado a mi criado como si te lo fueras a llevar?" "No es cierto", responde la parca: "Mi mirada era de sorpresa". "¿Por qué?" pregunta el amo. "Porque estamos en Bagdad y mi cita con él era esta tarde en Samarra."
El crecimiento económico ha resultado ser una maldición, una broma macabra del destino. En vez de agradecernos y aplaudir las cifras del INEI, los pobres reclaman y hasta exageran. La prensa no nos entiende y más bien nos calumnia (y deprime). Bajemos los precios, cerremos las cortinas y veamos canal 7. Hora de cambiarse de zapatos. Para empatía, ya estuvo bien.
(*) Aparecido en el diario Perú21 el día de hoy.

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