6.7.08

LAS RAZONES DEL JAPONÉS (Y SU AMIGO CARIÑOSO)








Por razón de Estado

por Rosa María Palacios (*)
¿Pueden cometerse delitos por razón de Estado?, preguntó el fiscal Peláez al testigo -ya condenado a veinte años por otros crímenes- Vladimiro Montesinos. Sí, fue su respuesta espontánea. Tal vez la única que no calculó la mañana del lunes pasado. En esa breve respuesta, hoy nula, como todo su testimonio, se encuentra el nudo de lo sucedido en la lucha contra el terrorismo. No solo en el Perú, ni en Latinoamérica. El mundo entero ha tenido la tentación, y a veces ha caído en ella, de resucitar la razón de Estado ante la incapacidad de vencer al terrorismo con las armas de la democracia.La razón de Estado es invocada cuando la seguridad del Estado es de tal importancia que el gobernante está obligado a garantizarla tomando medidas excepcionales que violan toda norma legal o moral. La teoría, expuesta por Maquiavelo, y con larga tradición filosófica, puede ser de gran alivio para quien gobierna, pero tiene enormes debilidades. La primera, su profunda inmoralidad. Por razón de Estado se mata, se tortura o se encierra sin juicio. Se ha invocado en un estadio, en Santiago de Chile; en las fosas de Putis o, aún hoy, en la cárcel que Bush patrocina en Guantánamo. Por razón de Estado las vidas de seres humanos inocentes no valen nada. No importan nada. Y eso es inadmisible para sociedades construidas sobre el ideal de la igualdad de todos ante la ley.El segundo problema es la subjetividad de su aplicación. ¿El asesinato de un grupo de universitarios en La Cantuta o de ambulantes en Barrios Altos era necesario para la seguridad del Estado? ¿Iba a desaparecer el Perú si el Colina no se formaba, alentaba y premiaba desde el aparato militar? ¿El terrorismo peruano fue vencido invocando razones de Estado o fue vencido dentro del cumplimiento de la ley?La arbitrariedad e inmoralidad de la razón de Estado desprestigia la causa de quien la invoca y, por supuesto, fortalece al enemigo, dándole razones para victimizarse facilitándole el reclutamiento de nuevos seguidores. Es, por ello, un mal camino para vencer el mal. Hoy, la mayoría del mundo civilizado abomina de la razón de Estado como fundamento de la seguridad nacional, aun cuando muchos de los gobernantes que la invocaron todavía no respondan por lo que hicieron. Montesinos respondió de paporreta lo que un amoral cualquiera hubiera dicho. Y en esa breve respuesta, pese a sus esfuerzos por limpiarlo, condenó a Fujimori. Porque para que exista razón de Estado tiene, necesariamente, que estar involucrado quien representa al Estado. Y ese, en el Perú, solo es el presidente de la República.

(*) Aparecido en su columna del diario Perú21.

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