Montesinos y yo
por Guilleremo Giacosa (*)
Dejé correr el tiempo para sedimentar mis emociones sobre el encuentro Fujimori-Montesinos. Escuche y leí análisis valiosos y documentados. Creo que es poco lo que podría aportar a lo dicho hasta ahora. Sin embargo, me gustaría repasar mis impresiones, que me retrotrajeron al tiempo en que tuve la oportunidad de conocer y charlar largamente con el ex asesor presidencial. Lo de la semana pasado fue patético. Pensé en esos niños que cuando uno visita a sus padres te muestran sus juguetes, te enseñan sus cuadernos y te hacen toda la gama de gracias posibles hasta dejarte extenuado. Buscan, desesperadamente, un reconocimiento que quizá no tengan de parte de sus padres y que seguramente Montesinos no tiene en la jaula en la que lo ha depositado su irresponsabilidad. Poseer poder es asegurarse un reconocimiento (obligado) que, generalmente, hace perder la ecuanimidad a quien lo detenta. Montesinos, huérfano de lo que más necesita, hizo un mini show infantil para demostrar conocimientos, habilidades y capacidades que, desde mi punto de vista, el ex asesor sobrevalora.
Este pequeño teatro matutino que seguramente concitó la atención de muchas personas me devolvió a una pequeña anécdota que viví con el 'Doc'.
Durante 1981 y 1982, trabajé en Lima para el Proyecto Regional de Patrimonio Cultural que llevaban adelante el PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo) y la Unesco. Una de las secretarias de ese proyecto, con quien trabé una muy buena amistad, era compañera sentimental del abogado Vladimiro Montesinos, hombre serio y poco comunicativo. Solíamos salir en parejas los fines de semana y mi antigua militancia peronista hizo que el compañero de mi amiga se interesara por mis experiencias políticas. Miraba con simpatía las figuras de Perón y de otros líderes nacionalistas y conversamos mucho sobre el particular. Me invitó a su estudio, que era realmente muy moderno e impresionante para la época y, en una oportunidad, sabiendo que yo en la Unesco había oficiado, entre otras cosas, como gestor de proyectos de desarrollo social en países del Tercer Mundo, me propuso dar una pequeña charla para un grupo en su propia oficina. Mi exposición consistía en describir la estructura que un proyecto debía tener para despertar el interés de la Unesco. Nada misterioso por otra parte, pues hasta había manuales sobre el particular.
En esa estábamos cuando fui interrumpido por la secretaria del 'Doc', quien le anunció a este la llegada del general (¿?). En ese momento, Vladi me dijo "no sigas, ni una palabra de lo que estábamos hablando". Yo ignoraba que él había sido militar y su reacción me causó gracia. Luego, siguiendo su trayectoria, comprendí que el misterio era un ingrediente de su vida. La última vez que lo vi fue en la portada de Caretas (¿1983?) cuando fue apresado en Ecuador. Ya con Montesinos encarcelado pude corroborar cuán sano resulta tener asumido que un periodista jamás debe sacar ventajas de sus posibles relaciones con quienes detentan el poder.
Dejé correr el tiempo para sedimentar mis emociones sobre el encuentro Fujimori-Montesinos. Escuche y leí análisis valiosos y documentados. Creo que es poco lo que podría aportar a lo dicho hasta ahora. Sin embargo, me gustaría repasar mis impresiones, que me retrotrajeron al tiempo en que tuve la oportunidad de conocer y charlar largamente con el ex asesor presidencial. Lo de la semana pasado fue patético. Pensé en esos niños que cuando uno visita a sus padres te muestran sus juguetes, te enseñan sus cuadernos y te hacen toda la gama de gracias posibles hasta dejarte extenuado. Buscan, desesperadamente, un reconocimiento que quizá no tengan de parte de sus padres y que seguramente Montesinos no tiene en la jaula en la que lo ha depositado su irresponsabilidad. Poseer poder es asegurarse un reconocimiento (obligado) que, generalmente, hace perder la ecuanimidad a quien lo detenta. Montesinos, huérfano de lo que más necesita, hizo un mini show infantil para demostrar conocimientos, habilidades y capacidades que, desde mi punto de vista, el ex asesor sobrevalora.
Este pequeño teatro matutino que seguramente concitó la atención de muchas personas me devolvió a una pequeña anécdota que viví con el 'Doc'.
Durante 1981 y 1982, trabajé en Lima para el Proyecto Regional de Patrimonio Cultural que llevaban adelante el PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo) y la Unesco. Una de las secretarias de ese proyecto, con quien trabé una muy buena amistad, era compañera sentimental del abogado Vladimiro Montesinos, hombre serio y poco comunicativo. Solíamos salir en parejas los fines de semana y mi antigua militancia peronista hizo que el compañero de mi amiga se interesara por mis experiencias políticas. Miraba con simpatía las figuras de Perón y de otros líderes nacionalistas y conversamos mucho sobre el particular. Me invitó a su estudio, que era realmente muy moderno e impresionante para la época y, en una oportunidad, sabiendo que yo en la Unesco había oficiado, entre otras cosas, como gestor de proyectos de desarrollo social en países del Tercer Mundo, me propuso dar una pequeña charla para un grupo en su propia oficina. Mi exposición consistía en describir la estructura que un proyecto debía tener para despertar el interés de la Unesco. Nada misterioso por otra parte, pues hasta había manuales sobre el particular.
En esa estábamos cuando fui interrumpido por la secretaria del 'Doc', quien le anunció a este la llegada del general (¿?). En ese momento, Vladi me dijo "no sigas, ni una palabra de lo que estábamos hablando". Yo ignoraba que él había sido militar y su reacción me causó gracia. Luego, siguiendo su trayectoria, comprendí que el misterio era un ingrediente de su vida. La última vez que lo vi fue en la portada de Caretas (¿1983?) cuando fue apresado en Ecuador. Ya con Montesinos encarcelado pude corroborar cuán sano resulta tener asumido que un periodista jamás debe sacar ventajas de sus posibles relaciones con quienes detentan el poder.
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21.
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