María Elena y la zampona
por Cesar Hildebrandt (*)
Es una hazaña lo que la señorita María Elena Peschiera hace casi todos los días en la página de Sociales del diario más antiguo del Perú.No se trata sólo de poner leyendas originales en fotos que parecen ser siempre las mismas desde la guerra con Chile sino que, además, el diseño obliga a colocar, en negrita, una palabra que defina la escena y ancle visualmente cada pie de foto.De modo que María Elena debe acudir hasta quedar exhausta a infinitos presentes del indicativo de la tercera persona del plural.Así que a Lucero y familia hay que ponerles “Celebran”, mientras que a Mariví y acompañante “Comentan” y a Marisa y pareja “Departen”. Y cuando se trata de Maigualida junto a una señora gorda será “Brindan”. Pero cuando sale Ítala junto a una tía carnal pondrán “Disfrutan” y si hablamos de Chepita, condesa de Olmos, lo mejor será decir que “Opinan”. Otra condesa -la Potocka-, en cambio, fotografiada junto a una colección de pasados remotos que llegan hasta la Besarabia, merecerá un audaz “Catan”, lo que no sucede con Pelusa, que sale junto a un noviete de temporada y entonces suscita el genérico “Llegan”.Y así, sin tregua. Las Coco “Aprecian”, las Queca “Reciben”, las Maili “Conversan”, las Brissa “Sonríen” y las Coco “Donan”.¿Y las Lala? Ellas “Asisten”, del mismo modo que las Mate “Comparten”, las Mariú “Cooperan” y las Paloma “Compiten”.Cuando Lara sale junto a otras muchachas en flor hay que poner “Adornan”, pero cuando Belén se abraza con un amigo que parece un odre de Barolo entonces lo mejor será decir que “Posan”. Esto no sucede con Lannie, cuya mirada inteligente -más allá de la compañía a su flanco- inspira un interactivo “Participan”. Las travesuras de Libre y sus amigas, en cambio, se señalan con un “Bromean”, mientras que Dana y los suyos “Observan”, Mailí y compañía “Impresionan”, Tití y su clan “Presencian” solamente y a Pepita y demás contemporáneas no les queda más que el generoso “Invitan”.Y así casi todos los días, sin apenas descanso, corriendo contra el cierre, María Elena Peschiera estira el castellano más allá de lo dable para no repetirse, para ser siempre fresca y novedosa en una página que es y será la más vieja de todas, una página que tiene el sepia de la encomienda y la zalamería ritual del “Variedades” de Leguía.Esta trabajadora verbal, esta hacedora de leyendas, está obligada a tratar con guantes de seda hasta lo que pueda disgustarle. Es el hada cibernética que pone “Celebran” debajo de una foto de pisqueros macerados en una fiesta y que acude al “Apadrinan” cuando de un alcalde favorito del director se trata.Gracias a María Elena Peschiera la clase social que empezó gritando “Viva y/o Muera San Martín” (según convenga) y gritó “Viva Fujimori” hasta que la francachela terminó y grita ahora “Viva Alan García” (mientras dure), la clase social que se juntó con los cholos cuando los cholos fueron uniformados y fascistas como Sánchez Cerro y Odría, gracias a María Elena esta clase social, digo, aparece guapísima, talentosa, a ratos académica, presta siempre a la filantropía y, por lo general, sin rastros de coca. O sea que María Elena pone “Opinan” y la pundonorosa Valenzuela, que siempre soñó con que la dejaran entrar aunque fuese por la puerta falsa, los hace opinar. Ambas hacen lo mismo, sólo que María Elena es auténtica y la otra una zampona.
Posdata: Me llega una carta de Gustavo Espinoza Montesinos. Lima, 24 de julio del 2008 Estimado César:Como todos los días, hoy leí con placer tu artículo en la edición de La Primera en el que haces una ingeniosa descripción de la falsía del patriotismo en el país que tenemos hoy.Lamentablemente, encontré una frase ciertamente reprochable en la que te refieres a la vergonzosa conducta de algunos congresistas como Torres Caro y Espinoza Soto, verdaderas ratas de conventillo, como podría haberlas descrito Jorge Luis Borges. Dices, en efecto: “¿No nos da vergüenza decir que son peruanísimos los Carlos Torres Caro y los Gustavo Espinoza?”Te preciso: Gustavo Espinoza se llamó mi padre, un venerable luchador social nacido en Supe en 1910 y que murió hace tres meses, a los 97 años, luego de una vida prolongada, fecunda y, sobre todo, honrada. Gustavo Espinoza soy yo, que puedo, modestamente, decir que tengo una vida pública reconocida por muchos y que tú también conoces. Recientemente mostraste tu indignación porque un caricaturista despistado hizo mofa del apellido Hildebrandt. Y tuviste razón –como lo dijimos en su momento-.Pero ahora, buscando poner en evidencia la conducta reprochable de un individuo cualquiera, hablas en plural de un nombre y apellido que tienen detrás personas de carne y hueso. Eso no es justo.El congresista Espinoza Soto –algunos dicen que es mi “homónimo” y yo digo que es mi antónimo porque es exactamente lo opuesto a lo que soy yo- merece los vituperios que quieras usar para ponerlo en evidencia. Pero para evitar confusiones, debieras tú hacer valer el precepto cristiano: honrar Padre y Madre, y nombrarlo exactamente así: Espinoza Soto, para que nadie se confunda.Pienso, en todo caso, que debieras ser justo también en este caso, preservando no sólo tu apellido sino también el de los demás. Un abrazo,Gustavo Espinoza Montesinos.
(Respuesta): “Mi estimado Gustavo: tienes toda la razón. Me faltó mentar la madre del otro Espinoza. Un abrazo también”.
(*) Aparecido en su columna del diario La Primera.
Habría que acotar que en estas páginas de sociales nadie sale gratis. Hay canje, negocio, amistad, patería y lo peor: un gusto malísimo para ponernos unas tías prósperas (con cara de sacavuelteras en ciernes ) y a unos exitosos señores muy decentes que apestan a saqueadores como los Tudelita -que ahora ocupan las noticias policiales y judiciales de los diarios del país- como todo buen burgues.
A veces alguna jovencita, en edad de merecer, atractiva, manducable, que a mi también me parecen (como al maestro Julio Ramón Ribeyro *) adecuados prospectos para las haras de reproducción de caballitos de pura sangre.
Nota: Díficil confundir a un hombre honesto como Gustavo Espinoza Montesinos, al que hemos visto haciendo taxi en su carrito rojo luego de haber sido congresista, (pese a que nunca estuvimos de acuerdo con su sobreexcitada filia soviética) con el sinverguenza de siete suelas de Gustavo Espinoza Soto, una verdadera lacra de la política moderna que hace tiempo debería estar guardado entre rejas por ser un miserable difamador (inventor y difusor de la violación de una dama de compañia en una orgía supuestamente efectuada por Toledo) y porque sólo en el Perú pareciera que ser delincuente es un pre-requisito para la carrera política. No hay confusión posible cuando el paso por la arena parlamentaria es consecuente a la ideología y a la correccción en la conducta.
(*) En la novela Los geniecillos Diminicales.
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