Promesas incumplidas
y prejuicios extendidos
por Rosa María Palacios (*)
El Estado no cumple sus promesas. Eso puede sonar muy lejano en Lima, pero es bastante concreto. La correspondencia que me llega de peruanos desesperados es el testimonio directo de personas que no están reclamándole al Partido Aprista por sus promesas electorales. Están pidiéndole que cumpla la ley. Miremos el magisterio. Los profesores contratados de Sullana no cobran desde el año pasado. Ya no saben a quién reclamar. En todo el país, son decenas los maestros que aprobaron su examen (ese que yo misma defendí como una forma de promover la meritocracia) y que están desempleados. Se les ofreció un contrato y se les mintió. Se nos mintió. Y a los que lograron un contrato se les redujo el sueldo al considerarse que debe pagarse por horas reales y no horas de clase. ¿Cómo no iban a plegarse los maestros al paro del miércoles, aun cuando discrepen de la dirigencia del Sutep?
Podemos seguir. Cientos de viudas de policías caídos en acción reclaman los seguros de vida que el Estado no les cancela desde hace años. Los deudos de los contaminados, en hospitales del Estado, por VIH deambulan por la administración pública rogando se les cancele las indemnizaciones que se les ofreció. Miles de pensionistas esperan y seguirán esperando su pensión y sus devengados. Cientos de miles de trabajadores de la micro y pequeña empresa sonríen amargamente cuando en la propaganda machacona, que ha repetido el Gobierno toda la semana para frenar el paro, se les anuncia que van a ser formalizados. Sí, claro. Si hoy trabajan 12 horas diarias por un sueldo mínimo sin ningún beneficio ¿Qué milagro los va a incorporar a la formalidad aunque esta sea más barata?
Si el Estado no cumple en la vida cotidiana de las personas, ¿por qué le van a creer en lo grande? ¿Por qué van a creer que los precios suben por causas internacionales? ¿Quién puede creer que se ha reducido la pobreza en 5% en un año? ¿Cómo no va a ser fácil para cualquier caudillo regional vender absurdos como la privatización a los chilenos del agua, las tierras comunales, Machu Picchu o los bosques amazónicos? No hay peruano que no sufra o tenga un pariente cercano que sufra esa indiferencia burocrática que se agrava mientras más lejos se esté de Lima a pesar de la descentralización. Esos sentimientos de exclusión y desconfianza son la base del descontento popular. Si este gobierno, próspero y boyante por nuestros impuestos, no ataca ese problema colocando al Estado (justicia, seguridad, servicios esenciales) ahí donde hoy no está, el paro del 9 de julio, que tanto miedo le causó, no será más que un tímido ensayo de lo que se viene.
El Estado no cumple sus promesas. Eso puede sonar muy lejano en Lima, pero es bastante concreto. La correspondencia que me llega de peruanos desesperados es el testimonio directo de personas que no están reclamándole al Partido Aprista por sus promesas electorales. Están pidiéndole que cumpla la ley. Miremos el magisterio. Los profesores contratados de Sullana no cobran desde el año pasado. Ya no saben a quién reclamar. En todo el país, son decenas los maestros que aprobaron su examen (ese que yo misma defendí como una forma de promover la meritocracia) y que están desempleados. Se les ofreció un contrato y se les mintió. Se nos mintió. Y a los que lograron un contrato se les redujo el sueldo al considerarse que debe pagarse por horas reales y no horas de clase. ¿Cómo no iban a plegarse los maestros al paro del miércoles, aun cuando discrepen de la dirigencia del Sutep?
Podemos seguir. Cientos de viudas de policías caídos en acción reclaman los seguros de vida que el Estado no les cancela desde hace años. Los deudos de los contaminados, en hospitales del Estado, por VIH deambulan por la administración pública rogando se les cancele las indemnizaciones que se les ofreció. Miles de pensionistas esperan y seguirán esperando su pensión y sus devengados. Cientos de miles de trabajadores de la micro y pequeña empresa sonríen amargamente cuando en la propaganda machacona, que ha repetido el Gobierno toda la semana para frenar el paro, se les anuncia que van a ser formalizados. Sí, claro. Si hoy trabajan 12 horas diarias por un sueldo mínimo sin ningún beneficio ¿Qué milagro los va a incorporar a la formalidad aunque esta sea más barata?
Si el Estado no cumple en la vida cotidiana de las personas, ¿por qué le van a creer en lo grande? ¿Por qué van a creer que los precios suben por causas internacionales? ¿Quién puede creer que se ha reducido la pobreza en 5% en un año? ¿Cómo no va a ser fácil para cualquier caudillo regional vender absurdos como la privatización a los chilenos del agua, las tierras comunales, Machu Picchu o los bosques amazónicos? No hay peruano que no sufra o tenga un pariente cercano que sufra esa indiferencia burocrática que se agrava mientras más lejos se esté de Lima a pesar de la descentralización. Esos sentimientos de exclusión y desconfianza son la base del descontento popular. Si este gobierno, próspero y boyante por nuestros impuestos, no ataca ese problema colocando al Estado (justicia, seguridad, servicios esenciales) ahí donde hoy no está, el paro del 9 de julio, que tanto miedo le causó, no será más que un tímido ensayo de lo que se viene.
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21.
Basta revisar algunas leyes de reciente data y ciertos re-sesudos escritos del Tobi local para que en la venta de algunos absurdos (a los que se refiere la Sra Palacios) le tengamos que hacer una nota al márgen: Pensar que esto era un absurdo. Ahora es una dolorosa realidad. This is Perú.
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