La autoridad
por Fernando Maestre (*)
Hace unos meses escuché un relato que me escandalizó. Un padre había enfrentado a su hija de 15 años prohibiéndole que saliera esa noche porque no aceptaba que lo hiciera, hasta tarde, con el grupo de amigos que pretendía. La hija se encaprichó y presionó, sin éxito alguno, para que el padre accediera y le facilitara la licencia a salir. Acto seguido, la muchacha le dijo: “Mira, papá: no eres mi dueño, yo soy independiente y libre, no me puedes encerrar porque tengo mis derechos, y si me golpeas o me maltratas, juro que te denuncio ante la policía y ante el juez de familia”. Acto seguido, la hija se dirigió a la puerta y se fue sin el permiso paterno.En una columna anterior había manifestado que la autoridad de los padres había caído en saco roto; que hay muchos jóvenes que, amparados por las leyes que los protegen, y sobre todo por el poder que tienen de saberse intocables por ser menores de edad, adoptan posiciones de extrema sobrevaloración ante la imagen de los padres, quienes no saben cómo actuar. El problema radica en que los jóvenes creen que solo tienen leyes y derechos para su propio beneficio, y quieren olvidar que también poseen obligaciones morales ante sus padres que tienen que cumplir, y que, por lo general, no lo hacen ya que los padres no se sienten con la capacidad de imponerles su sistema educativo pues, en el fondo, dudan si los jóvenes están obligados a obedecer.El problema lo entendemos como doble: por un lado lo ubicamos en la rebelión y dominio que los hijos de hoy quieren tener sobre sus padres, a los cuales les mienten, y terminan haciendo sus caprichos; por otro lado, la figura paternal ha decaído como el sujeto que encarna la ley y el orden dentro de la familia. Los hogares tienen miedo a los hijos y a sus reacciones, las cuales pueden llegar a ser verdaderamente peligrosas. Así, en algunos casos ellos sienten que pueden pasar por encima de los papás y con derecho de transgredir la ley y las enseñanzas familiares.Encontramos hogares donde los padres viven con la angustia de pensar que sus hijos pueden crear un conflicto que arrase sus vidas y los ponga en aprietos. Estos miedos paternos están fundados en que los jóvenes de hoy han perdido los límites y los padres temen que los hijos se fuguen de casa, que las hijas salgan embarazadas o los hijos embaracen a una chica y, finalmente, temen perder el amor de sus hijos, lo cual los paraliza. La falta de autoridad paterna no solo trae gravísimas consecuencias para la vida del adolescente, sino también para la sociedad. Un padre maniatado y amordazado por el ímpetu de su hijo solo genera una sociedad sin límites, marcada por el principio de placer y hundiendo el de autoridad, porque este vacío de liderazgo recaerá en el futuro de la colectividad.
Hace unos meses escuché un relato que me escandalizó. Un padre había enfrentado a su hija de 15 años prohibiéndole que saliera esa noche porque no aceptaba que lo hiciera, hasta tarde, con el grupo de amigos que pretendía. La hija se encaprichó y presionó, sin éxito alguno, para que el padre accediera y le facilitara la licencia a salir. Acto seguido, la muchacha le dijo: “Mira, papá: no eres mi dueño, yo soy independiente y libre, no me puedes encerrar porque tengo mis derechos, y si me golpeas o me maltratas, juro que te denuncio ante la policía y ante el juez de familia”. Acto seguido, la hija se dirigió a la puerta y se fue sin el permiso paterno.En una columna anterior había manifestado que la autoridad de los padres había caído en saco roto; que hay muchos jóvenes que, amparados por las leyes que los protegen, y sobre todo por el poder que tienen de saberse intocables por ser menores de edad, adoptan posiciones de extrema sobrevaloración ante la imagen de los padres, quienes no saben cómo actuar. El problema radica en que los jóvenes creen que solo tienen leyes y derechos para su propio beneficio, y quieren olvidar que también poseen obligaciones morales ante sus padres que tienen que cumplir, y que, por lo general, no lo hacen ya que los padres no se sienten con la capacidad de imponerles su sistema educativo pues, en el fondo, dudan si los jóvenes están obligados a obedecer.El problema lo entendemos como doble: por un lado lo ubicamos en la rebelión y dominio que los hijos de hoy quieren tener sobre sus padres, a los cuales les mienten, y terminan haciendo sus caprichos; por otro lado, la figura paternal ha decaído como el sujeto que encarna la ley y el orden dentro de la familia. Los hogares tienen miedo a los hijos y a sus reacciones, las cuales pueden llegar a ser verdaderamente peligrosas. Así, en algunos casos ellos sienten que pueden pasar por encima de los papás y con derecho de transgredir la ley y las enseñanzas familiares.Encontramos hogares donde los padres viven con la angustia de pensar que sus hijos pueden crear un conflicto que arrase sus vidas y los ponga en aprietos. Estos miedos paternos están fundados en que los jóvenes de hoy han perdido los límites y los padres temen que los hijos se fuguen de casa, que las hijas salgan embarazadas o los hijos embaracen a una chica y, finalmente, temen perder el amor de sus hijos, lo cual los paraliza. La falta de autoridad paterna no solo trae gravísimas consecuencias para la vida del adolescente, sino también para la sociedad. Un padre maniatado y amordazado por el ímpetu de su hijo solo genera una sociedad sin límites, marcada por el principio de placer y hundiendo el de autoridad, porque este vacío de liderazgo recaerá en el futuro de la colectividad.
(*) Diario Perú21
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