19.5.08

NUESTRA LOCA DEPENDENCIA DEL CUENTAZO





La ilusión de los lugares comunes por Guillermo Giacosa (*)
Tengo la impresión de que las cumbres tienen un efecto balsámico sobre un sector de la población. Las sonrisas, las cortesías y las palabras inteligentes los hacen sentir mejor. Los lugares comunes que tanto se repiten suenan como un mantra tranquilizador. El "si hay más inversiones todo mejora", es el lugar común por excelencia. Lógico, sensato, aparentemente incontestable.Y no es siempre así. Hay inversiones que, a la larga, como las que han realizado las transnacionales de la agricultura, pueden provocar caos y hambruna. Se invirtió, se produjo más, casi un final feliz. Lástima que cuando estaban por comer las perdices estas habían aumentado tanto su precio que la fiesta no se pudo realizar, y además los novios, campesinos de buen pasar, se tuvieron que mudar a un tugurio en la ciudad. Estos finales tristes son comprensibles. Veamos: no es difícil imaginar que los campesinos, cuyas cosechas no les permiten sobrevivir porque los cereales importados son mucho más baratos o porque la gran industria de la agricultura los ha vuelto obsoletos, deban abandonar sus predios y emigrar a la ciudad para poder sobrevivir. Ocupémonos de la primera opción, que es el fenómeno que se ha dado en los últimos años debido a los subsidios que otorgan a sus agricultores, tanto EE.UU. como la Unión Europea. Su sola eliminación reduciría drásticamente el número de pobres. Pero, antes de que esa decisión sea tomada, la realidad, representada por los mercados, ha elevado los precios de esos cereales en un 400% y sumido en el hambre, no solo al antiguo campesino migrado a la ciudad, que otrora con esos precios hubiese tenido un muy buen nivel de vida, sino a un sexto al menos de la población mundial. La ilusión, la mentira y los lugares comunes van de la mano. Cuando la invasión de cereales extranjeros hizo descender los precios, se creó la ilusión de que se estaba beneficiando al conjunto de la población aun cuando, para ello, millones de campesinos se sumieran en la pobreza. Era matemáticas pura: si más se benefician estamos en el buen camino. Pero no contaban con la astucia de los chapulines de las transnacionales de la agricultura y las picardías que permite el mercado: una vez derrotado el pequeño campesino, acusado, además, de ineficiente, los precios de los alimentos se han disparado producto de la especulación.No solo no habrá trigo, maíz, soya, más barata, sino que se ampliarán los tugurios creados por la migración rural hacia la ciudad y se producirá, como ya ha sucedido en más de veinte países, una situación de caos social. ¿Es así como la mano invisible del mercado resuelve todos los problemas? ¿Es ese el límite de su magia? ¿Seguiremos, luego de esta experiencia traumática, jugando a la libre regulación de los mismos? ¿No será que quienes se apoderaron de la tierra de los migrantes, en su mayoría corporaciones transnacionales dedicadas a la agricultura industrial, apuestan, ahora que tiene una posición dominante, a acrecentar sus ganancias mediante la especulación? ¿Es el Estado solo un espectador?


(*) Aparecido en su columna del diario Perú21

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