Botando la comida a la basura por Guillermo Giacosa (*)
Cuando hablamos del abismo existente entre los países ricos y los países pobres, no debemos olvidar la existencia de esas mismas diferencias en el interior de casi todas las naciones del orbe. Claro está que, en algunos casos, la pobreza es vivir con lo imprescindible y, en otros, carecer de lo imprescindible.
Según la BBC, un estudio realizado por el Programa de Acción contra Desperdicios de Recursos (WRAP) del Reino Unido "afirma que cerca de cuatro millones de toneladas de alimentos (aprovechables) son de-sechados cada año en ese país. La cifra representa la tercera parte de los alimentos que compran los ingleses y que, irremediablemente, terminarán en la basura. Que esa comida, en el 60% de los casos, esté intacta hace más patética aún la citada cifra.
Indica, entre otras cosas, que la globalización funciona aceitadamente en algunos aspectos, pero que en otros, como la información, por ejemplo, es poco efectiva. Tengo la certeza de que si muchos de quienes desperdician sus alimentos estuvieran mejor informados sobre la situación alimentaria de algunos de sus compatriotas, por no hablar de las hambrunas en otros continentes, su conducta se modificaría. La compasión no nos abandona a pesar de parecer que nos hemos olvidado de ella. No sería un cambio revolucionario, pero sí una contribución a hacer menos repudiable la conducta de los sectores con capacidad para cubrir sus necesidades con cierta holgura. El estudio, siempre según la BBC, es el primero de este tipo, analizó los depósitos de basura de 2,138 hogares en Inglaterra y Gales, y allí comprobó que los alimentos que más comúnmente terminan en los basureros son verduras, fruta y pan. Según WRAP, esto podría evitarse si la gente planeara, almacenara y manejara mejor su alimentación. En total, cada año se desperdician cuatro millones de toneladas de comida, el 20% de las cuales termina intacta en el basurero. En dinero, la cifra de alimentos comestibles en buenas condiciones que llega a los basureros es de 20,000 millones de dólares y el temido dióxido de carbono que producirán se eleva a 18 millones de toneladas. La información deviene más absurda cuando se tiene en cuenta la energía gastada en la producción, empaquetamiento, almacenado y transporte de alimentos que irán a parar a la basura.
Los mensajes que esta conducta envía son tres: primero, que estamos comunicando, por interés o por incapacidad, deficientemente el problema de los alimentos al gran público; segundo, la comprobación fehaciente de que los hábitos de consumo desaforado, propio de las sociedades abundantes, ciegan a los individuos ante las responsabilidades que tienen para con su país, para con el planeta y, especialmente, para con los más pobres; y el tercero, y quizá el más significativo, es que el individualismo, cultivado como lo hace la actual sociedad de consumo, nos conduce a límites de irracionalidad que, inevitablemente, derivarán en daños irreparables para la humanidad en particular y para la Tierra en general.
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21
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