26.5.08

CANCER A LA CONCIENCIA





Extirpar, extirpar por Jorge Bruce (*)
La credibilidad del reo Fujimori ya era un valor en caída libre cuando reinaba. Del bacalao a la leucoplasia, los peruanos nos hemos entrenado en leer entre líneas el texto sombreado de sus designios ocultos. La diferencia estriba en que antes le otorgábamos un alto valor agregado a sus habilidades estratégicas y ahora lo vemos como lo que es: un personaje inescrupuloso, pero dependiente de un operador audaz, eficaz y manipulador. Montesinos concentraba esas funciones que ahora deben repartirse entre personajes disímiles y de desigual capacidad. Todo el mundo le reconoce marrullería jurídica a Nakazaki, pero Raffo tiene la finura de un 'sketch' de Tulicienta. No mencionemos a Kenji para no comprometer la sobriedad de este diario. Por supuesto, siempre cabe la posibilidad de que esta vez sí venga el lobo y le coma la lengua al mentiroso (¿por la boca muere el pez?), pero lo más probable es que la sospecha de una maniobra dilatoria sea la hipótesis correcta. La leucoplasia existe, afirman los médicos, pero su pronóstico es benigno (3% de casos malignos) y la eventual extirpación no reviste mayores complicaciones, pese a que el acusado podría haber demorado la revelación de la reaparición de su dolencia, a fin de darle tiempo a que se complique y sabotear el proceso. Por lo menos ese parecía ser el talante -irritado- de los jueces y el fiscal, así como de los abogados de la defensa. En fin, el asunto está en manos de los médicos, pero todo indica que el juicio seguirá adelante, con o sin intervención quirúrgica.El cáncer que urge extirpar del cuerpo social es el de las declaraciones falaces, los anuncios improvisados, las amenazas sin mañana. Las mentiras se hacen más y más efímeras. Las propuestas olímpicas tienen la esperanza de vida de una mosca y las temidas revelaciones anunciadas nunca suceden (el último en lanzar una advertencia "lapidaria" fue el ministro Rey, refiriéndose a Toledo: seguimos aguardando). Hasta Chemo del Solar ha recurrido al expediente de crear una expectativa que se derrumba como la defensa de la selección al caer el primer tiempo. Al final, siempre salta la evidencia de un clamoroso vacío tras esos anuncios tremendistas. No importa, parecen decir nuestras locuaces figuras, se retuvo la atención de los medios durante una emisión de humo fugaz. El ridículo mata, dicen los franceses. Ni siquiera hace cosquillas, decimos los peruanos. La vergüenza ha perdido su poder disuasivo y la palabra empeñada se cotiza en intis. No es broma. El índice de confianza en el futuro de una sociedad está estrechamente vinculado a la consistencia y credibilidad de sus líderes. Es de esperar que un acusado de crímenes graves contra la humanidad recurra a cualquier ardid para intentar evadir la justicia. Pero es lamentable que un presidente lance propuestas que nos perjudican a todos -agravadas por el apoyo coral que recibe de su doblegado entorno-, pues la imagen de un país consiste sobre todo en el capital de seriedad que proyecta. Hablar con ligereza es peligroso en varios sentidos. Tarde o temprano, esto va a trascender al exterior. Pero lo más grave ocurre en el mundo interno, en las acepciones íntimas y públicas de esta metáfora. Los peruanos somos cada día más escépticos de los discursos y esa actitud corroe los valores de la democracia y la convivencia: fomenta la anomia, el desprecio por el otro y acelera el descrédito de la política. Si no se le trata a tiempo, ese cáncer sí es mortal.


(*) Aparecido en su columna del diario Perú21


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