Cumbres: ¡llamen a un psicoanalista! por Guillermo Giacosa (*)
Las 'Cumbres' nos tienen un poco histéricos a todos. A los habitantes de Lima por el caos en el tránsito, con el consiguiente aumento de contaminación; a las autoridades, por el temor a que se produzcan actos de violencia que desluzcan la cita, y a quienes descreen del sistema, por lograr que nuestros visitantes sepan que no hay unanimidad, ni mucho menos, frente al modelo de sociedad que han puesto en marcha con los resultados que todos conocemos. Claro está que algunos los conocen desde la perspectiva de la abundancia, que nunca ha sido tanta para los que ya la disfrutaban, y otros desde la perspectiva de sus carencias, que nunca han sido tantas si las comparamos con las que disfrutan los que más tienen. A todo esto se ha sumado el inoportuno aumento en el precio de los alimentos que, a pesar de tener raíces en la economía globalizada, afecta la imagen del Gobierno y avinagra el ánimo de los ciudadanos.
Me preocupa especialmente, en una situación de tensión como la que atravesamos, la invocación del presidente García para que la Policía actúe con energía. Nadie ignora que la misión policial es mantener el llamado orden público y que los buenos policías tienen interiorizada esta consigna y actuarán en consecuencia con la mesura y el equilibrio que debe tener toda persona autorizada a portar armas de fuego. Pero existen también, desgraciadamente, los malos policías, que pueden malinterpretar la solicitud presidencial y abusar de sus prerrogativas, contribuyendo así más al caos que deben evitar que al orden que deben preservar.
Es natural y lógico que se quiera dar la mejor imagen posible del país. La pregunta es ¿cuál es esa imagen? Calles limpias, tránsito fluido, ausencia de manifestantes, paredes sin graffitis, educación, cortesía, respeto, etc. Nadie niega que sería ideal pero, para que ello ocurra, en la realidad habría que acometer la imposible tarea de volver atrás la historia y remediar mucho de los equívocos humanos y políticos que han hecho del Perú, al igual que de otros países de América Latina, un territorio con abismos sociales que nadie, absolutamente nadie, deja de reconocer y que nuestros visitantes conocen tan bien como nosotros.
Los inversores, hacia quienes está dirigido subliminalmente el mensaje de una sociedad en aparente orden, no deciden qué hacer con sus dineros por el decorado. Para ellos, la escenografía no cuenta. Nadie que se dejara impresionar tan fácilmente llegaría a acumular millones de dólares. El olfato para multiplicar el dinero no descansa y husmea todos los detalles que lo van a llevar a conseguir su presa. Los inversionistas son la versión moderna del cazador prehistórico y están provistos de un instinto de supervivencia de sus fortunas, de su clase social y de sí mismos que, desde mi modesta postura crítica frente al sistema que los endiosa, merecería mejores causas.
Pero ese es otro tema. Ahora es tiempo de cumbres, estatales y populares. Escucharse unos a otros no sería una mala idea.
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21
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