Modesto aporte navideño por Guillermo Giacosa (*)
No caeré en los lugares comunes relativos a la Navidad, no por ser original, nunca me importó serlo sino, simplemente, porque se trata de palabras, en el 90% de los casos, absolutamente vacías, y pocas veces expresan las emociones reales que experimentan quienes las pronuncian. Nada pues, entonces, de Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo.
Tampoco criticaré, como otros años, la jungla eléctrica que se dispone para estas fiestas y que gasta energía que otros no tienen. Menos aún las tradicionales comilonas o comiditas, según la situación económica, que reunirá a la mayoría de la población en torno a la mesa familiar. Es un derecho adquirido en torno a una tradición a la que todo pueblo, en general, o ser humano, en particular, tiene total derecho. Menos diré que, a veces, esa mesa familiar es un barril de dinamita al que le han mojado, por ese único día, la mecha que les amenaza. Seré justo, son dos días al año en que se moja la mecha, Navidad y el Día de la Madre.
He llegado a la conclusión de que 1,600 años de buenos propósitos (creo que la Navidad se celebra desde hace ese tiempo) no han logrado gran cosa. Feliz Navidad y guerra, Feliz Navidad y miseria, Feliz Navidad e injusticia, Feliz Navidad y maltrato al más débil, etc., etc. Es decir, que ni el Feliz Navidad, ni la sonrisa que debe acompañarla (como en los filmes gringos donde después de pronunciar su 'Merry Christmas', el tipo se va con una cara de quien acaba de ver un ángel o de completar su buena obra del año) han solucionado hasta ahora, que el mundo sepa, ningún problema. Salvo el hambre endémico de algunas poblaciones pobres -pues, ese día, quienes comen más de lo que pueden digerir- les suelen alcanzar una taza de chocolate que les sirve como alimento ocasional y obra como lejía del alma para quien la entrega.
La solidaridad de un día al año, no es solidaridad. Es circo. Dirán que es mejor que nada. No, es peor que nada, pues, como las teletones, tranquiliza a quienes debieran estar intranquilos por la injusticia de tener tanto ante quienes tienen tan poco. Los justifica ante ellos mismos y eso es injustificable. Si son miserables con su dinero, tengan el coraje de serlo durante todo el año. Dios, si existe, se verá obligado, al menos, a reconocerles su coherencia. En esta Navidad, y en los otros 364 días del año, debemos luchar por que la humanidad reconozca cuatro realidades fundamentales que la religión no enseña específicamente:
1) Tenemos un solo planeta y no tiene repuesto. Debemos cuidarlo como a nosotros mismos, pues él aloja la simiente de la vida.
2) No existen las razas: somos una sola especie, la especie humana, absolutamente iguales en el punto de partida y con diferencias de color, sexo, creencias que, de ningún modo, hacen a un ser humano más valioso que otro.
3) 6,300 millones de congéneres conviven con nosotros, más de la mitad lo hace en la miseria.
4) Poseemos 100,000 millones de neuronas. El potencial de nuestro cerebro es asombroso. Usarlo para vencer prejuicios y hacer justicia es nuestra obligación.
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21
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