24 Horas en la Vida de una Ciudad por Jorge Bruce (*)
En 2005, el fotógrafo Sergio Urday reunió a 25 colegas y los embarcó en el proyecto Pasión por las personas, financiado por el banco BBVA Continental: fotografiar, durante 24 horas, a Lima. Luego se hizo lo mismo en Cusco (2006) e Iquitos (2007). En total, 46 fotógrafos registraron esas tres ciudades emblemáticas de la costa, sierra y selva.
El resultado se exhibe -estupendamente- en el parque Kennedy de Miraflores y es conmovedor. La idea de exhibir las fotos en unos paneles -iluminados por el sol, de día, o con luz artificial por dentro, de noche- es un acierto fantástico. Sin la solemnidad intimidante de las galerías, la vida de la ciudad bulle y reverbera con su propio reflejo. El resultado es magia pura. Lima, 5:30 a.m.: los cargadores del mercado Santa Anita descansan. A esa hora, unas religiosas sonríen mientras alimentan a sus gallinas, en un ballet impensado, en Iquitos. Poco después, una señora peina a su hija antes de que parta al colegio, en Tica Tica, Cusco. Otra madre mima a su hijo, en el cerro Lomo de Corvina, indiferente a la desolación circundante. Muchas sonrisas, mucho trabajo, mucha luz. No vaya a pensarse que se ha maquillado la dureza de sus condiciones de vida. Para nada. Es la existencia cotidiana en todo su esplendor, que opaca a sus miserias. Los ojos de los artistas han sabido hallar ese duro deseo de durar, que va del Urubamba al Nanay, del SIMA a la peluquería, del night club amazónico al hospedaje con cremoladas Nemesio, en La Punta, del penal de Guayabamba a una construcción en Magdalena, a la hora de almuerzo.
Acaso sean los niños quienes más intensamente nos cuentan esas historias que hacen de un país, un país. Ver a los escolares con poncho y chullo, escuchando a su maestra en el Colegio 50617 de Huilloc, a un chiquillo refrescarse en la laguna de Moronacocha, a la nieta de doña Juana en brazos de su abuela, o reír en los carritos chocones del Coney Park, es dar sentido al cliché de la promesa de la vida peruana. Uno sale del parque más ligero, alegre, con ganas de vivir. Mientras me alejaba, escuchaba el violín de Reynaldo Pilco Oquendo, en el Coricancha. Entonces pensé: este proyecto no es solo un logro artístico extraordinario; es un elaborado ritual de sanación.
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21
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