El holocausto de los no nacidos por Guillermo Giacosa (*)
Como nos acercamos a Navidad, sería bueno que los creyentes que oran a Dios incluyan en sus oraciones un pedido para que cese definitivamente el uso de munición radiactiva en los estúpidos juegos de guerra en los que se embarcan los seres humanos. Si le pueden pedir que cesen las guerras, mejor. Si, por el contrario, creen que Dios simpatiza con algunos de los bandos, pídanle, al menos, que castigue a las generaciones actuales pero que no destruya a las generaciones venideras que nada tienen que ver con sus pleitos.
Hoy regresamos al tema tocado la semana pasada de la mano de Sherwood Ross, quien es un escritor independiente que vive en Miami, Florida, dedicado a estudiar cuestiones políticas y militares. Trabajó como reportero para el Chicago Daily News y en varias agencias de noticias, y publica con frecuencia en revistas nacionales de su país. Él afirma, contribuyendo al tema que nos angustia: "Con toda la munición radiactiva que Estados Unidos, Reino Unido e Israel han lanzado sobre Oriente Próximo puede estarse incubando un holocausto nuclear a largo plazo que resultará más mortífero que el bombardeo atómico estadounidense sobre Japón". Y cita lo que citamos hace unos días pero que, por el horror que encierra, no puedo dejar de repetir. "Se ha arrojado tanta munición conteniendo uranio empobrecido", afirma Leuren Moret, una de las mayores autoridades científicas en materia nuclear, que "el futuro genético de la mayoría de la población iraquí puede considerarse ya destruido". Y agrega: "Desde 1991, se ha venido lanzando armamento con uranio empobrecido en cantidades tales que se ha llegado a superar en más de diez veces la suma de la radiación liberada durante una prueba nuclear".
La doctora Helen Caldicott, luchadora antinuclear, también citada la semana pasada, afirma que las dos guerras del Golfo "han sido guerras nucleares porque han esparcido material nuclear por toda la tierra, y las personas -especialmente los niños- están condenadas a morir básicamente de neoplasias y enfermedades congénitas de aquí a la eternidad". Debido a la inmensamente larga vida media del Uranio-238, uno de los elementos radiactivos contenidos en los proyectiles disparados, "los alimentos, el aire y el agua están contaminados para siempre".
¿Sabrán los cretinos ilustrados que justifican la invasión a Irak porque terminó con la dictadura de Sadam que el uranio, que lanzaron y lanzan los libertadores, es un metal pesado que penetra en el cuerpo inhalado por los pulmones o a través de la ingestión por el tracto gastrointestinal? Si se excreta por el riñón, y la dosis es suficientemente alta, puede provocar fallos renales o cáncer de riñón. También se aloja en los huesos, donde causa cáncer de huesos y leucemia, y si se excreta en el semen, donde se mutan los genes del esperma, provoca nacimientos con deformidades".
Es tan bárbaro, tan brutal, tan inhumano que cuesta comprender cómo ante tanto espanto podemos seguir identificando la democracia con quienes lo provocan.
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21
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