El Juanito por César Hildebrandt (*)
Yo conocí a Juan Paredes Castro tres semanas antes de que fuera Nadie. Poco después me enteré de que presidía el comité de intervención del diario “Ojo” durante la expropiación de Velasco a los Aguá y a los Miró.Allí, en la redacción común de Epensa, lo vi alguna vez, mientras yo hablaba con mis amigos de entonces (y quizás de ahora, no lo sé) Alfredo Barnechea y Güido Lombardi.A Juanito sólo le faltaba el caqui y la charretera para ser el sargento furriel del mariscal Tito.Lunatcharski era un bebé de pañales frente al empeño de Juan Paredes por mantener al periódico en la línea de la OCI, en el marco de los temores de su consejero Frías y en la macetita con geranios de su prosa mimeografiada desde el principio de la tinta.Juanito Paredes era en esa época un eslavo del sur, es decir un yugoslavo en relación a los medios de comunicación. Y dirigía un periódico que la revolución militar de Velasco había tomado. Para alguien que era Nadie era todo un mérito.Poco tiempo después, sin embargo, según siempre la leyenda urbana, Juan Paredes entró al baño del Country Club premunido de un maletín. Demorado más de la cuenta, víctima de la impaciencia de algunas vejigas, salió a los 20 minutos disfrazado de Aspirante a Morir en El Comercio, con mostacho, barbita rala y anteojos antiguos de carey.Fue de lo más comentado en el carnaval del Regatas, adonde Juanito llegó explicando que su paso por “Ojo” había sido para espiar el ducto duodenal del velasquismo y que él se había declarado titoísta por Tito Drago, que era todo un señor en el juego de la pelota.Pues bien, El Comercio dio una ley de amnistía, expidió un Memorándum Paradójico obligando a la amnesia a todo el que se sintiera ofendido, y contrató para siempre a Juan Paredes. Don Luis ya había muerto y todo podía ser posible.Desde esa época remota de máquinas Remington y grabadoras de carrete y Elsa Arana siendo la premonición de Lourdes Alcorta, Juan Paredes cumplió tres tareas fundamentales para el diario que lo acogió como a niñito de Dickens: obedeció, obedeció y obedeció.Cobraba por separado cada una de esas tareas, por supuesto. Y obedeció tanto que llegó el día en que la muerte de su Voluntad apareció en la muy leída página de obituarios del periódico. Fue el día más feliz de su vida: el ser o no ser angustiante había terminado: era el triunfo de la calavera. Fue en ese momento que Juan adquirió el cargo que ostenta con orgullo: el de Obedecedor de Turno. Porque El Comercio no es un diario de ideas –que le huyen–, ni de principios –que no se comen– sino, más bien, un diario de intereses. Y éstos –los intereses– no demandan otro compromiso que no sea el de la anuencia y el silencio. El Comercio no es un diario conservador. Es un conservador que escribe un diario.Es en nombre de esa Obediencia de Turno que Juanito dice ayer en su columna que el narcotráfico persigue a la fiscal Loayza y que algunas actitudes de la Fiscal de la Nación “son sospechosas”. No dice cuáles, pero se infiere que son aquellas que se refieren a la doctora Loayza.¿Puede Nadie agredir así a una persona honorable que está enferma de cáncer de páncreas y que hasta ahora sólo ha defendido a la institución que El Comercio quisiera ver aterrorizada y de rodillas?Pues Nadie acaba de hacerlo. El Comercio y sus agradecidos siguen insultando a quienes le hemos dicho basta a la teatrera agente de la DEA Luz Loayza y basta a quienes quieren enlodar, sin aportar una sola prueba, a la fiscal Bolívar.Es fácil, seguramente, asustar a Távara y a los suyos. Pero a nosotros El Comercio nos sigue sin asustar. No le creemos a un periódico que endiosa, por ejemplo, a Carolina Lizárraga, supuesta zarina anticorrupción, pero nunca le ha preguntado por qué, en el año 2000, constituyó una empresa en Panamá para comprar el departamento del Golf de 300 metros del que se había enamorado. ¿Una empresa panameña con una sola accionista (ella misma, también “presidenta ejecutiva”) para comprarte el departamento de tus sueños? Sí. Y al año siguiente, en el 2001, la empresa panameña de una sola accionista (ella misma) “le donó” a la doctora Lizárraga (ella misma también) el inmueble. El asunto es que la empresa panameña compró el bien en 231,658 dólares, pero, en el 2001, a la hora de la donación, el mismo bien se calculó a un precio más bien módico: 185,000 soles, es decir apenas 56 mil dólares. ¿Diferencia? ¡175 mil dólares! Esa hábil maniobra financiera, desde luego, redujo considerablemente la alcabala.La zarina anticorrupción hizo prácticas en el estudio de José Ugaz, abogado de El Comercio. Siempre ha estado muy bien asesorada.
Yo conocí a Juan Paredes Castro tres semanas antes de que fuera Nadie. Poco después me enteré de que presidía el comité de intervención del diario “Ojo” durante la expropiación de Velasco a los Aguá y a los Miró.Allí, en la redacción común de Epensa, lo vi alguna vez, mientras yo hablaba con mis amigos de entonces (y quizás de ahora, no lo sé) Alfredo Barnechea y Güido Lombardi.A Juanito sólo le faltaba el caqui y la charretera para ser el sargento furriel del mariscal Tito.Lunatcharski era un bebé de pañales frente al empeño de Juan Paredes por mantener al periódico en la línea de la OCI, en el marco de los temores de su consejero Frías y en la macetita con geranios de su prosa mimeografiada desde el principio de la tinta.Juanito Paredes era en esa época un eslavo del sur, es decir un yugoslavo en relación a los medios de comunicación. Y dirigía un periódico que la revolución militar de Velasco había tomado. Para alguien que era Nadie era todo un mérito.Poco tiempo después, sin embargo, según siempre la leyenda urbana, Juan Paredes entró al baño del Country Club premunido de un maletín. Demorado más de la cuenta, víctima de la impaciencia de algunas vejigas, salió a los 20 minutos disfrazado de Aspirante a Morir en El Comercio, con mostacho, barbita rala y anteojos antiguos de carey.Fue de lo más comentado en el carnaval del Regatas, adonde Juanito llegó explicando que su paso por “Ojo” había sido para espiar el ducto duodenal del velasquismo y que él se había declarado titoísta por Tito Drago, que era todo un señor en el juego de la pelota.Pues bien, El Comercio dio una ley de amnistía, expidió un Memorándum Paradójico obligando a la amnesia a todo el que se sintiera ofendido, y contrató para siempre a Juan Paredes. Don Luis ya había muerto y todo podía ser posible.Desde esa época remota de máquinas Remington y grabadoras de carrete y Elsa Arana siendo la premonición de Lourdes Alcorta, Juan Paredes cumplió tres tareas fundamentales para el diario que lo acogió como a niñito de Dickens: obedeció, obedeció y obedeció.Cobraba por separado cada una de esas tareas, por supuesto. Y obedeció tanto que llegó el día en que la muerte de su Voluntad apareció en la muy leída página de obituarios del periódico. Fue el día más feliz de su vida: el ser o no ser angustiante había terminado: era el triunfo de la calavera. Fue en ese momento que Juan adquirió el cargo que ostenta con orgullo: el de Obedecedor de Turno. Porque El Comercio no es un diario de ideas –que le huyen–, ni de principios –que no se comen– sino, más bien, un diario de intereses. Y éstos –los intereses– no demandan otro compromiso que no sea el de la anuencia y el silencio. El Comercio no es un diario conservador. Es un conservador que escribe un diario.Es en nombre de esa Obediencia de Turno que Juanito dice ayer en su columna que el narcotráfico persigue a la fiscal Loayza y que algunas actitudes de la Fiscal de la Nación “son sospechosas”. No dice cuáles, pero se infiere que son aquellas que se refieren a la doctora Loayza.¿Puede Nadie agredir así a una persona honorable que está enferma de cáncer de páncreas y que hasta ahora sólo ha defendido a la institución que El Comercio quisiera ver aterrorizada y de rodillas?Pues Nadie acaba de hacerlo. El Comercio y sus agradecidos siguen insultando a quienes le hemos dicho basta a la teatrera agente de la DEA Luz Loayza y basta a quienes quieren enlodar, sin aportar una sola prueba, a la fiscal Bolívar.Es fácil, seguramente, asustar a Távara y a los suyos. Pero a nosotros El Comercio nos sigue sin asustar. No le creemos a un periódico que endiosa, por ejemplo, a Carolina Lizárraga, supuesta zarina anticorrupción, pero nunca le ha preguntado por qué, en el año 2000, constituyó una empresa en Panamá para comprar el departamento del Golf de 300 metros del que se había enamorado. ¿Una empresa panameña con una sola accionista (ella misma, también “presidenta ejecutiva”) para comprarte el departamento de tus sueños? Sí. Y al año siguiente, en el 2001, la empresa panameña de una sola accionista (ella misma) “le donó” a la doctora Lizárraga (ella misma también) el inmueble. El asunto es que la empresa panameña compró el bien en 231,658 dólares, pero, en el 2001, a la hora de la donación, el mismo bien se calculó a un precio más bien módico: 185,000 soles, es decir apenas 56 mil dólares. ¿Diferencia? ¡175 mil dólares! Esa hábil maniobra financiera, desde luego, redujo considerablemente la alcabala.La zarina anticorrupción hizo prácticas en el estudio de José Ugaz, abogado de El Comercio. Siempre ha estado muy bien asesorada.
(*) Aparecido en su columna del diario La Primera (*) : Tremenda denuncia contra la Zarina engreída del gobierno. Debe investigarse. De Juan Paredes Castro sólo nos queda decir que su papel de obedencia escrita es todo un logro de la patería.
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