Alessandra Ramplona por Jorge Bruce (*)
El éxito de la sexóloga Alessandra Rampolla es digno de envidia, pero también de análisis. Su libro es un best seller, masivamente homenajeado por la piratería callejera. Lo que pierde en ese rubro lo recupera en el de los 'juguetes' que ofrece para iluminar nuestras alcobas. Sus adminículos son la materialización del "pensamiento Rampolla": de colores vívidos, ornados con estrías y escamas sugerentes, elevan el clítoris al pedestal orgásmico de donde una sexualidad falocéntrica lo había desplazado.
Omnipresente en los medios, segura de sí misma y desafiantemente obesa en esta era de culto a la esbeltez, su vocabulario selecto -es decir, estudiadamente limitado- y cómplice, su declarada vocación desinhibidora, las caritas felices de sus textos, la han posicionado como gurú del sexo familiar, amable, casero, bajo la divisa de una libertad para explorar lo que usted siempre quiso saber y nunca se atrevió a preguntar, como pregona el trajinado cliché. Lo que antes fueron prácticas réprobas, hoy es el avatar de amas de casa que, en vez de reunirse para una demostración de Unique o Tupperware, lo hacen para elegir, entre risas, los productos de la tienda virtual promocionada por la sexóloga caribeña.
Habiendo confesado mi envidia, debo precisar que me refiero a sus ingresos. Todo lo demás -celebridad mediática incluida- me resulta de una banalidad aburridísima. El sexo del que nos habla con tanta confianza y simpatía no es interesante. Los fantasmas que evoca con desenfadada naturalidad no son más que escenas de porno soft. Son simulacros, "como si".
Es sexo convencional, equidistante del erotismo y la pornografía: una diversión inofensiva. Por eso, el deseo está ausente y se le confunde con excitación. Cualquier beso forcejeado en una banca en la penumbra de un parque, aderezado de frases susurradas con ansiosa desesperación, tiene más fuego e intensidad, prohibición y transgresión que esos éxtasis de pacotilla, con fisher price para adultos.
Acaso estoy siendo no solo envidioso sino injusto. Sacar al sexo de las tinieblas y ponerlo a disposición del gran público suena democrático. Follar a placer no debería ser un privilegio, claro está. Pero lo que me subleva en esa empresa no es la desmitificación del sexo sino la desacralización de la intimidad. Rebajar la experiencia erótica a la tranquilidad inocua de un manual de autoayuda significa desterrar su locura privada, extravío, resistencia cultural y domesticarlo. Luego empaquetarlo y venderlo en la seguridad de su hogar.
(*) De su columna del diario Perú21. Leánlo con detenimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
HABLA JUGADOR