Xenofobia, racismo y espejo por Jorge Bruce (*)
El video del atentado en el tren catalán contra una joven ecuatoriana nos muestra una de las caras más brutales de la xenofobia, es decir el odio a lo extranjero. Es oportuno precisar que esta manifestación de intolerancia viene acompañada por un ingrediente tan o más relevante que el anterior: el racismo. Esa horrible agresión sería inconcebible contra un francés o un inglés, menos aún de rasgos 'blancos'. De modo que es esa combinación de repudio y hostilidad la que se expresa en las frases proferidas por el agresor, según lo revela la encuesta del juez español: "Zorra inmigrante de mierda", "yo he matado al moro", "yo le corté la yugular a Mohamed", son algunas de las frases pronunciadas por Sergi Xavier Martín la noche del 7 de octubre, según revela el diario El País en su edición del sábado 27 de este mes.
Lo que añade atrocidad al acto cobarde de patearle el rostro a una muchachita de 16 años es el hecho de que lo hiciera mientras hablaba por su celular, como si estuviera llevando a cabo una de esas acciones secundarias que uno puede hacer sin dejar el teléfono, como rascarse o espantar una mosca. Hay una deshumanización ostensible en esa indiferencia ante el sufrimiento del otro, impregnada de corrosión tanática. El joven agresor es un pobre diablo que debe de andar buscando desesperadamente seres a quienes colocar por debajo de su miserable ubicación en la sociedad española -es un desempleado- a fin de expulsar de su fuero interno el rechazo contra sí mismo, que advierte tanto en sus compatriotas como en el núcleo más oscuro de su ser. Es ese odio contra su persona, por ser un fracasado y excluido de la pujante sociedad española de hoy, el que probablemente lo arrastra a esos extremos incalificables de psicopatía y cobardía. Nadie es más peligroso que una bestia acorralada y atormentada por sensaciones de carencia y desvalimiento personal. Eso que en inglés se conoce como white trash (basura blanca).
La reacción solidaria que se ha producido en toda Latinoamérica y en muchos españoles -incluido el ministro de Justicia, quien ha discrepado públicamente con la decisión del juez de no darle prisión preventiva al delincuente, en vez de seguir la recomendación del fiscal de encarcelarlo para que no huya- no debería, sin embargo, ocultarnos lo que de proyectivo puede haber en esa respuesta horrorizada y comprensible. Si de racismo se trata, los peruanos no somos los mejor ubicados para dar lecciones de tolerancia y democracia. La canallesca actitud de Sergi Martín es el equivalente dramatizado y violento de una infinidad de pequeños actos cotidianos, en los que nosotros manifestamos nuestra incapacidad para integrar a nuestros propios compatriotas. No solo pateando la cara se expresa el odio y el desprecio hacia el otro. Muchos de nuestros mensajes publicitarios son un muestrario masivo de ninguneo, clasificación estamental y alienación extranjerizante (el reverso de la medalla xenofóbica). La violencia de los insultos callejeros del insoportable tráfico limeño está tan marcada por el imaginario racista que no deja espacio para dudar acerca de los odios primarios de los habitantes de la ciudad. Reemplacemos la "zorra" del español por la "chola" del peruano y su "moro" por nuestro "zambo", "chino" o "pituco", pongamos "Mamani" en lugar de "Mohamed" y comenzaremos a sentirnos menos superiores a ese individuo que avergüenza, con razón, a la humanidad.
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21
El video del atentado en el tren catalán contra una joven ecuatoriana nos muestra una de las caras más brutales de la xenofobia, es decir el odio a lo extranjero. Es oportuno precisar que esta manifestación de intolerancia viene acompañada por un ingrediente tan o más relevante que el anterior: el racismo. Esa horrible agresión sería inconcebible contra un francés o un inglés, menos aún de rasgos 'blancos'. De modo que es esa combinación de repudio y hostilidad la que se expresa en las frases proferidas por el agresor, según lo revela la encuesta del juez español: "Zorra inmigrante de mierda", "yo he matado al moro", "yo le corté la yugular a Mohamed", son algunas de las frases pronunciadas por Sergi Xavier Martín la noche del 7 de octubre, según revela el diario El País en su edición del sábado 27 de este mes.
Lo que añade atrocidad al acto cobarde de patearle el rostro a una muchachita de 16 años es el hecho de que lo hiciera mientras hablaba por su celular, como si estuviera llevando a cabo una de esas acciones secundarias que uno puede hacer sin dejar el teléfono, como rascarse o espantar una mosca. Hay una deshumanización ostensible en esa indiferencia ante el sufrimiento del otro, impregnada de corrosión tanática. El joven agresor es un pobre diablo que debe de andar buscando desesperadamente seres a quienes colocar por debajo de su miserable ubicación en la sociedad española -es un desempleado- a fin de expulsar de su fuero interno el rechazo contra sí mismo, que advierte tanto en sus compatriotas como en el núcleo más oscuro de su ser. Es ese odio contra su persona, por ser un fracasado y excluido de la pujante sociedad española de hoy, el que probablemente lo arrastra a esos extremos incalificables de psicopatía y cobardía. Nadie es más peligroso que una bestia acorralada y atormentada por sensaciones de carencia y desvalimiento personal. Eso que en inglés se conoce como white trash (basura blanca).
La reacción solidaria que se ha producido en toda Latinoamérica y en muchos españoles -incluido el ministro de Justicia, quien ha discrepado públicamente con la decisión del juez de no darle prisión preventiva al delincuente, en vez de seguir la recomendación del fiscal de encarcelarlo para que no huya- no debería, sin embargo, ocultarnos lo que de proyectivo puede haber en esa respuesta horrorizada y comprensible. Si de racismo se trata, los peruanos no somos los mejor ubicados para dar lecciones de tolerancia y democracia. La canallesca actitud de Sergi Martín es el equivalente dramatizado y violento de una infinidad de pequeños actos cotidianos, en los que nosotros manifestamos nuestra incapacidad para integrar a nuestros propios compatriotas. No solo pateando la cara se expresa el odio y el desprecio hacia el otro. Muchos de nuestros mensajes publicitarios son un muestrario masivo de ninguneo, clasificación estamental y alienación extranjerizante (el reverso de la medalla xenofóbica). La violencia de los insultos callejeros del insoportable tráfico limeño está tan marcada por el imaginario racista que no deja espacio para dudar acerca de los odios primarios de los habitantes de la ciudad. Reemplacemos la "zorra" del español por la "chola" del peruano y su "moro" por nuestro "zambo", "chino" o "pituco", pongamos "Mamani" en lugar de "Mohamed" y comenzaremos a sentirnos menos superiores a ese individuo que avergüenza, con razón, a la humanidad.
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21
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