Urgente: zar antinarcisismo por Jorge Bruce (*)
La ambición, el poder y el oportunismo son tres de los 'jinetes del Apocalipsis', que el psicoanalista norteamericano Leo Rangell reconoció en su estudio del caso Watergate. En ese memorable análisis acerca de la corrupción en los Estados Unidos, Rangell identificó un 'cuarto jinete' que explicaba, asimismo, la pasividad con que las masas toleraban esa patología superyoica, llegando incluso a identificarse con esta. Ese cuarto jinete oscuro era el narcisismo. Ninguno de estos elementos es maligno en sí mismo. Por el contrario, todos son necesarios para el logro de fines altruistas o de interés social. Sin ellos serían imposibles algunas de las grandes hazañas humanas, en campos tan diversos como el político, artístico, intelectual o empresarial. Para ser creativo se requiere audacia. El poder sabiamente administrado, en un contexto institucional sólido, es una herramienta valiosa de transformación de la calidad de vida colectiva. Y así sucesivamente. El propio narcisismo, acaso el más desvalorizado de estos rasgos en la opinión pública, es indispensable para acometer desafíos que una persona con menos fe en sus capacidades no osaría intentar. Esto es lo que el psicoanalista André Green llama un narcisismo de vida, por contraste con el de muerte, esencialmente egoísta y depredador.
El problema, como sabían los griegos, está en la hubris, el exceso, la proliferación descontrolada, el despliegue sin trabas personales o sociales -tales como los escrúpulos o las leyes- de esas pulsiones dispuestas a arrasar con todo lo que se les oponga. Entonces surgen los ataques a la integridad, tal como ocurrió con Nixon o Fujimori. En palabras de Rangell, el narcisismo desenfrenado es enemigo de la integridad. Y yo agregaría que también es pernicioso para la gobernabilidad. Así, en el Perú de hoy vemos cada día incrementarse las evidencias de que el Gobierno está siendo conducido hacia una réplica de lo que se vivió del 85 al 90, solo que esta vez con el timón amarrado a estribor. Prevalece la sensación de que nuestros destinos están en manos de un personaje que, como dijo PPK refiriéndose a su entrañable amigo Favre (¡qué diría si fuera su enemigo!), no escucha a nadie.
No sorprende que el presidente haya elegido a un empresario a su imagen y semejanza. Lo angustiante es la frecuencia con la que pretende resolver los problemas más acuciantes con el mismo método voluntarista y autoritario: TLC para adentro, Pacto Social, Forsur, censo a escala presidencial -es decir universal, prepotente y omnipotente-, baja inopinada de aranceles, ahora Oficina Nacional Anticorrupción. Si antes reducía los precios por decreto, hoy pretende manejar el país a punta de nombramientos y decisiones abruptas que proyecten una imagen proactiva de su persona, lo que más bien hace pensar en un estado mental hipersensible a la coyuntura y al ánimo de la población. Si Toledo no gobernaba por desidia e incapacidad de tomar decisiones, García tampoco lo hace pero por las razones opuestas. Su hiperactividad frenética termina en el mismo vacío que la incompetencia de su predecesor: el imperio de las grandes fuerzas económicas (que por eso se han sentido tan dolidas con esta baja inconsulta de aranceles, la que han vivido como una infidelidad que seguramente sabrán perdonar, porque el señor, hay que comprenderlo, debe de estar sumamente estresado con su descenso en las encuestas y la subida de los productos de primera necesidad).
La ambición, el poder y el oportunismo son tres de los 'jinetes del Apocalipsis', que el psicoanalista norteamericano Leo Rangell reconoció en su estudio del caso Watergate. En ese memorable análisis acerca de la corrupción en los Estados Unidos, Rangell identificó un 'cuarto jinete' que explicaba, asimismo, la pasividad con que las masas toleraban esa patología superyoica, llegando incluso a identificarse con esta. Ese cuarto jinete oscuro era el narcisismo. Ninguno de estos elementos es maligno en sí mismo. Por el contrario, todos son necesarios para el logro de fines altruistas o de interés social. Sin ellos serían imposibles algunas de las grandes hazañas humanas, en campos tan diversos como el político, artístico, intelectual o empresarial. Para ser creativo se requiere audacia. El poder sabiamente administrado, en un contexto institucional sólido, es una herramienta valiosa de transformación de la calidad de vida colectiva. Y así sucesivamente. El propio narcisismo, acaso el más desvalorizado de estos rasgos en la opinión pública, es indispensable para acometer desafíos que una persona con menos fe en sus capacidades no osaría intentar. Esto es lo que el psicoanalista André Green llama un narcisismo de vida, por contraste con el de muerte, esencialmente egoísta y depredador.
El problema, como sabían los griegos, está en la hubris, el exceso, la proliferación descontrolada, el despliegue sin trabas personales o sociales -tales como los escrúpulos o las leyes- de esas pulsiones dispuestas a arrasar con todo lo que se les oponga. Entonces surgen los ataques a la integridad, tal como ocurrió con Nixon o Fujimori. En palabras de Rangell, el narcisismo desenfrenado es enemigo de la integridad. Y yo agregaría que también es pernicioso para la gobernabilidad. Así, en el Perú de hoy vemos cada día incrementarse las evidencias de que el Gobierno está siendo conducido hacia una réplica de lo que se vivió del 85 al 90, solo que esta vez con el timón amarrado a estribor. Prevalece la sensación de que nuestros destinos están en manos de un personaje que, como dijo PPK refiriéndose a su entrañable amigo Favre (¡qué diría si fuera su enemigo!), no escucha a nadie.
No sorprende que el presidente haya elegido a un empresario a su imagen y semejanza. Lo angustiante es la frecuencia con la que pretende resolver los problemas más acuciantes con el mismo método voluntarista y autoritario: TLC para adentro, Pacto Social, Forsur, censo a escala presidencial -es decir universal, prepotente y omnipotente-, baja inopinada de aranceles, ahora Oficina Nacional Anticorrupción. Si antes reducía los precios por decreto, hoy pretende manejar el país a punta de nombramientos y decisiones abruptas que proyecten una imagen proactiva de su persona, lo que más bien hace pensar en un estado mental hipersensible a la coyuntura y al ánimo de la población. Si Toledo no gobernaba por desidia e incapacidad de tomar decisiones, García tampoco lo hace pero por las razones opuestas. Su hiperactividad frenética termina en el mismo vacío que la incompetencia de su predecesor: el imperio de las grandes fuerzas económicas (que por eso se han sentido tan dolidas con esta baja inconsulta de aranceles, la que han vivido como una infidelidad que seguramente sabrán perdonar, porque el señor, hay que comprenderlo, debe de estar sumamente estresado con su descenso en las encuestas y la subida de los productos de primera necesidad).
(*) Aparecido el domingo en su columna del diario Perú21
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