Pégame primero, abrázame después por Renato Cisneros (*)
En política, el cinismo es insondable. Aquellos que parecen enemigos ideológicos radicales pueden --vulgares intereses mediante-- firmar la más obscena de las reconciliaciones
Si alguien dijera que mi esposa es una hija de puta (como Daniel Abugattas dijo de Eliane Karp), no pisaría su casa jamás. Por muchas disculpas que ofreciera. O mejor dicho, la pisaría, pero única y exclusivamente para ajustar cuentas.
Supongo que el común de los mortales (si tiene algo de orgullo personal y cierta estima por la esposa) procedería igual.
Alejandro Toledo, sin embargo, tiene un método muy original de disculpar un agravio tan contundente como ese: primero lo olvida y luego acude a la casa del autor de la injuria y se sienta, muy dicharachero, a conversar sobre la realidad del país.
En marzo del año pasado, hace menos de veinte meses, Daniel Abugattas (como candidato al Congreso por el Partido Nacionalista) arremetió contra Eliane Karp calificándola de "hija de puta", porque --según él-- la entonces primera dama, de origen judío, le negaba la visa para viajar a Palestina a los miembros de la comunidad árabe.
A los pocos días, un inflamado Toledo salió al jardín de su casa a gritar ante cámaras que Abugattas era un "cobarde y miserable" y le dio un plazo de 48 horas para que se disculpara públicamente. El nacionalista, haciendo eco de esa cuadrada, se excusó con Eliane a través de una carta.
Al parecer, esa impersonal misiva habría bastado para que al 'Cholo' se le pase la furia, pues hace algunas semanas --entre el 17 y el 23 de setiembre-- fue a la casa de Abugattas para charlar con él y con Ollanta Humala, otro que, en su momento, le dedicó algunas de sus más inspiradas insolencias, como "sinvergüenza" e "imprudente", por mencionar dos de las menos insidiosas.
Lamentablemente, lejos de ser un homenaje al pacifismo o la filantropía, la increíble mansedumbre y docilidad de Toledo responden más bien a una cómoda conveniencia política.
Además, ese no sería el primer acercamiento secreto entre el toledismo y el humalismo. En aquel mismo marzo del 2006, el programa "La ventana indiscreta" emitió imágenes en las que se veía cómo la camioneta guinda de Ollanta ingresaba a la exclusiva zona de Las Casuarinas, donde vivía Javier Reátegui, dirigente de Perú Posible. El propio Toledo reunió a los periodistas para desmentir la reunión. Cuando un reportero le preguntó si alguna vez se acercaría al líder del Partido Nacionalista, el ex presidente respondió: "Nunca".
ENEMIGOS ÍNTIMOSEsa torcida costumbre de reconciliarse con los rivales más acérrimos en nombre de proyectos políticos viene desde muy atrás.
El historiador Héctor López Martínez subraya que, en la década del 50, el Apra buscó conversar con el presidente Manuel Odría, a pesar de que solo dos años antes, el general --tras aplicar un golpe de Estado a Bustamante y Rivero-- persiguió, encarceló y deportó a todos los líderes apristas, en lo que fue la represión más sangrienta y demoledora que sufrió el partido de la estrella desde su fundación.
"La unión del Apra con Odría para formar mayoría en el Congreso fue una cosa políticamente favorable para ambos, pero ética y moralmente era lamentable. Odría había perseguido y matado a apristas. Al propio Haya de la Torre lo tuvo cinco años en la embajada de Colombia, sin otorgarle el indulto para que pudiera ser exiliado en Colombia".
El artífice de ese raro pacto fue Ramiro Prialé, quien convenció a Odría de convocar a elecciones ofreciéndole el apoyo aprista.
En los comicios siguientes (1956), el Apra apoyó a Manuel Prado, a pesar del hostigamiento que desató contra los apristas en su régimen anterior. En esa ocasión fue también Prialé el elegido para arengar a las bases apristas a que voten por Prado y faciliten la 'convivencia' con él.
"Otro ejemplo es el de 1919, cuando el Partido Civil y el Partido Demócrata, de Manuel Pardo y Nicolás de Piérola, luego de un enfrentamiento periodístico muy violento, en el que se dijeron barbaridades, llegaron a pactar con el fin de acabar con el militarismo y sacar del poder a Cáceres", dice López Martínez.
ÚLTIMOS EPISODIOS.No es la primera vez que Alejandro Toledo decide abrirle los brazos a alguien que antes lo trasquiló. En la campaña del 2001, Fernando Olivera lo llamó "mentiroso" y lo retó a que se someta a la prueba del ADN, en el momento más agitado del escándalo provocado por el Caso Zaraí.
Increíblemente, pocos, poquísimos meses después, Olivera pasó a ser el socio número uno del alicaído toledismo.
Este 2007 también ha dejado memorables postales en las que teóricos adversarios dejaron sus irreconciliables discrepancias políticas de lado para, de la noche a la mañana, fundirse en un lacrimógeno estrujón.
Al presidente Alan García, por ejemplo, no le importó mucho que el estridente Hugo Chávez le dijera vela verde, lo acusara de corrupto y lo tildara de "ladrón de siete suelas", en una cadena de epítetos que todo el continente escuchó. Algunos meses después, durante una cumbre en Bolivia, García lo apapachó como si fuese su amigo del alma y, sorpresivamente, confesó a la prensa que entre Chávez y él había mucha "química".
Otros dos enemigos casi transformados en cariñosos ositos de felpa son el ministro de Vivienda, Hernán Garrido Lecca, y su antecesor y ahora congresista, Carlos Bruce Montes de Oca. Tras pincharse mutuamente y aventarse dardos de alto calibre, los dos optaron por auparse en cámaras, ante todo el país, en un inolvidable abrazo que, por el volumen anatómico de ambos, demoró en concretarse.
Pareciera que los insultos en política tienen el efecto contrario: en lugar de agredir, persuaden, y en vez de alejar, acercan.
"Los políticos han optado desgraciadamente por reñir con la ética y apostar por el pragmatismo" HÉCTOR LÓPEZ MARTÍNEZ HISTORIADOR
(*) Aparecido ayer en el diario El Comercio
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