7.8.08

LOS ABANDERADOS DE LA NECESIDAD




Los niños y la bandera ultrajada

por Guillermo Giacosa (*)
Llegamos de noche, con una compañera de trabajo argentina, para una reunión de Unesco y nos habían dejado la llave en la portería. El barrio, ligeramente hippie, menos ligeramente gay, era Greenwich Village y estaba en el corazón de Nueva York. Veíamos desde la ventana el río Hudson y estábamos, si mal no recuerdo, cerca del Central Park y de Broadway, donde paseamos por la noche a pesar de que nuestros anfitriones, a quienes no conocíamos, nos habían dejado una nota advirtiendo que era muy peligroso hacerlo. Era mi segunda visita a la gran metrópoli pero, más allá del interés que la misma me despertaba, lo que más recuerdo, aunque parezca exagerado, es que el rollo de papel higiénico que nos habían dejado en el baño estaba construido por una interminable sucesión de banderas estadounidenses. Sentado en el inodoro, en esa situación que invita al relax y a la reflexión, sobre todo cuando uno está de paso por una ciudad tan atractiva como Nueva York, traté de imaginar que ese papel higiénico tuviera los colores de la bandera de mi país. Me costó, lo confieso, pensar algo semejante y, sobre todo, saber cuál sería mi actitud ante tal situación. Soy poco fetichista, pero hay símbolos que están tan interiorizados como intocables que uno, sin pensarlo, acepta este mandato sin ningún juicio crítico. Años más tarde, supe que los rollos de papel higiénico con la bandera gringa habían sido prohibidos. Ignoro si esa prohibición continúa. Debo, sí, decir que nunca, hasta conocer los EE.UU., había visitado un país donde la gente padeciera de una 'banderofilia’ tan aguda. Ver habitaciones decoradas con la bandera me parecía delirante; por tanto, era difícil equilibrar esa suerte de adoración por su símbolo más importante con esta disposición de ponerlo para que uno se limpiara el traste. Hace poco me llegó una foto de un ex combatiente de la guerra contra Irak que había perdido las dos piernas y los dos brazos y que reposaba en una silla de ruedas con varias banderas de su país. ¿Qué es eso? ¿Patriotismo, alienación, fanatismo, bobería? Vaya uno a saber: oscuros e inescrutables son los circuitos cerebrales de estos masticadores profesionales de chicles que sueñan con comerse una hamburguesa en el bar de su barrio mientras combaten en Irak sin saber por qué, para qué, ni contra quién.Este recuerdo vino a mi mientras escuchaba por radio, con esa exaltación calmada que es su estilo, al ministro Flores-Aráoz, condenando lo que él consideraba un ultraje a la bandera del Perú. Recordé una versión rockera o pop del himno argentino creada por Charly García (creo) y a Cecilia Bolocco desnuda envuelta en la bandera argentina. El himno me gustó mucho. Lo de Bolocco me pareció estéticamente bonito. Vino entonces a mí una pregunta que es recurrente: ¿Cómo puede suscitar tanta indignación este uso de un símbolo patrio y, al mismo tiempo, tanta indiferencia los miles de niños que piden limosna en las calles? ¿El país son los niños o la bandera? Ambas cosas quizá. Entonces seamos justos e indignémonos por ambas cosas.

(*) Aparecido en su columna del diario Perú21.
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