Ola de sadismo exhibicionista
por Guillermo Giacosa (*)
Es innegable que en un periodo de nuestra evolución fuimos cazadores. No depredábamos, solo cazábamos –como hacen todos los animales carnívoros– lo necesario para sobrevivir. Es posible que hayamos maltratado a especies con menos recursos defensivos que nosotros pero, supongo, esa fue una 'diversión’ reservada para un momento posterior de nuestra evolución en el que periodos más prolongados de vida sedentaria y la acumulación de alimentos nos ofrecieron un tiempo libre que antes la lucha permanente por la supervivencia no nos permitía. Restos humanos hallados prueban que vivíamos en pequeños grupos que, posiblemente, luchaban con otros grupos semejantes cuando de controlar la comida (caza, pesca, frutos) se trataba. Todas estas etapas forman parte de nuestra información genética y, seguramente, si se repiten las condiciones de otrora, volveremos a actuar como lo hicimos entonces. Algunas situaciones, como la lucha por la posesión de los alimentos (a lo que se ha sumado la energía), subsisten, y los enfrentamientos, aunque más sofisticados y complejos, siguen siendo los mismos. Sin querer herir susceptibilidades, podríamos decir que las grandes transnacionales de hoy se asemejan mucho a los poderosos grupos carniceros de antaño: comen y no dejan comer. Seré justo: las sobras, como a los pobres buitres, nos siguen perteneciendo. Todo ello, sea cual fuere la retórica que se utilice para disfrazarlo, es evidente para quienes su cerebro sigue funcionando con cierta independencia del sistema de propaganda permanente en el que se ha convertido parte importante de la prensa. Lo que no logro insertar en mi razonamiento es esta tendencia –novedosa en sus formas, aunque antigua en su intención– de salir a golpear a los menos favorecidos para, luego, exhibir el maltrato en videos que difunden como quien (bárbaro también) muestra el filme de su último safari y se enorgullece posando al lado de los cadáveres del león o del tigre asesinados. En una época, los Escuadrones de la Muerte en Brasil asesinaban niños de la calle, pero si bien dejaban las víctimas en exhibición para aleccionar a la población, ellos nunca se mostraban durante la realización de sus 'hazañas’. Ignoro si ser cautivos de la televisión, de la Internet y de los múltiples aparatos para captar imágenes, o la soledad donde nos ha sepultado este mundo –los contactos reales han sido sustituidos por los virtuales–, ha causado esto. Lo cierto es que las 'hazañas’ destructivas son hoy difundidas como si realmente se tratara de hechos loables que exaltan la imagen de quien los practica. Prenderles fuego a vagabundos en las calles de EE.UU., perseguir inmigrantes en Alemania o España, o castigar a correazos a los pobres que circulan en bicicleta en Argentina, son hechos que no basta con condenar. Es imprescindible reflexionar sobre ellos. ¿Tanta imagen virtual no habrá trastornado nuestra percepción del prójimo? ¿La filmación transforma la tragedia en juego? ¿Habremos deformado nuestra capacidad de distinguir realidad de fantasía?
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21.
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