Nabucodonosor contra Mickey Mouse
por Guillermo Giacosa (*)
Si Woody Allen condujera los destinos de los EE.UU., las bromas que este país se juega a sí mismo y al resto de la humanidad serían más exitosas o, al menos, generarían risas y no lágrimas. Más allá de demorar a miles de personas en sus aeropuertos, incluidos personajes como Edward Kennedy o el músico Cat Stevens, convertido al islamismo, que, finalmente, fue devuelto al Reino Unido en compañía de su hijita, también tiene en su lista de terroristas a hombres ilustrísimos, como Nelson Mandela, o a mandatarios democráticamente elegidos, como Evo Morales.
Si Woody Allen condujera los destinos de los EE.UU., las bromas que este país se juega a sí mismo y al resto de la humanidad serían más exitosas o, al menos, generarían risas y no lágrimas. Más allá de demorar a miles de personas en sus aeropuertos, incluidos personajes como Edward Kennedy o el músico Cat Stevens, convertido al islamismo, que, finalmente, fue devuelto al Reino Unido en compañía de su hijita, también tiene en su lista de terroristas a hombres ilustrísimos, como Nelson Mandela, o a mandatarios democráticamente elegidos, como Evo Morales.
No faltan tampoco algunos bebés de uno o dos años –como sabemos, edad ideal para comenzar prácticas terroristas–. Pero, en este show permanente de ingenio y creatividad que ha caracterizado al desgobierno de Bush, la última novedad es la creación de una sucursal de Disneylandia en Bagdad, en el interior de la Zona Verde donde, de tanto en tanto, cae una lluvia de morteros u otros juguetes explosivos. Este peligro constituirá, sin duda, un atractivo suplementario para quienes visiten esta maravillosa burla a un país desangrado. Los gringos, que durante su invasión destruyeron o permitieron la destrucción de zonas y bienes arqueológicos vinculados al nacimiento de nuestra civilización, suplantarán, generosamente, aquellas ruinas viejas y aburridas por las fenomenales expresiones de divertimento tecnológico que representa Disneylandia. Algo así como un enfrentamiento cara a cara entre Nabucodonosor y Mickey Mouse, entre el Código de Hammurabi y las instrucciones para subir a la Montaña Rusa. La maravillosa Puerta de Ishtar (diosa babilónica del amor, el sexo y la guerra), que los soldados gringos han depredado, competirá ahora con el portal de entrada del nuevo templo del entretenimiento, y el Camino Procesional, que data de hace 2,600 años y que conducía al palacio del rey, se verá disminuido frente a canchitas de golf con pasto sintético. No me extrañará, en absoluto, que los antiguos babilonios dispongan de un lugar especial, algo así como un parque temático hecho con el respeto histórico que los gringos siempre han mostrado, desde Hollywood hasta su Departamento de Estado, por las culturas foráneas. Dicen que el capo militar gringo, general Petraeus, está entusiasmado con la llegada de Disneylandia a Bagdad. Es una señal de que “cosas buenas están pasando en Irak”. Para el intelectual canadiense Chossudovsky, “el parque de diversiones es parte integral de la propaganda de guerra”. Afirma que “sirve para mantener la legitimidad de los invasores y sus valores culturales. El objetivo es reemplazar la realidad con un mundo de sueños”.¿Tendrá Disneylandia suficiente magia para que los iraquíes olviden los millones de muertos, refugiados y discapacitados, las torturas de Abu Ghraib, el aumento del cáncer en los niños, la destrucción del patrimonio genético de miles de hombres y mujeres, su ciudad capital destruida y con servicios médicos medievales? No creo, pero tampoco creo que Bush y sus payasos imaginen algo más inteligente y menos ofensivo.
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21. Tremendo artículo de Guille. Imperdible. .
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