18.6.07

SOBRE LOS SOPRANOS HIPOGLICEMICOS



Ética diabética por Jorge Bruce (*)
La diabetes insulinodependiente o de tipo I es una insuficiencia pancreática, cuya principal consecuencia es el cese de la producción de insulina, hormona indispensable para el procesamiento de azúcar en la sangre. Esta condición obliga a los diabéticos a inyectarse dicha sustancia a fin de mantener su organismo en el nivel adecuado de glucosa. La ética es una cualidad cuya carencia es bastante más grave. A diferencia de la insulina, que puede ser sustituida con productos cada vez más eficaces, los laboratorios no fabrican éticas sintéticas. Si bien todavía no se ha encontrado una cura para la diabetes, las investigaciones son alentadoras, sobre todo gracias a la genética. Mientras tanto, los diabéticos pueden, mediante un régimen apropiado, llevar vidas normales e incluso alcanzar niveles de excelencia en el ámbito de su preferencia. Deportistas como el nadador Mark Spitz, ganador de siete medallas de oro en las Olimpiadas, son diabéticos. En cambio, quienes carecen de ese valor insustituible para la convivencia designado como ética no solo son incurables sino que hacen daño a los demás, en mayor medida cuanto mayor es su esfera de influencia.
Gracias a una audaz operación periodística encabezada por Paola Ugaz, de Ideele, y la revista Caretas, el reciente cónclave gastronómico de unos personajes que representan lo más antisocial y psicopático de la política peruana fue oportunamente debelado. La endeble excusa del renunciante Ríos fue que la única vinculación entre él y Mantilla es diabética. Dado que ese almuercito nos indigestaba a todos, necesitamos aclarar hasta dónde llega ese lazo de sangre: ¿Estaban la presidenta del Congreso y el de la comisión para la elección del TC al tanto de esta reunión? ¿Ríos fue propuesto por Cabanillas? Es cierto, como afirma Mirko Lauer en su columna del sábado en La República, que sería ingenuo seguirse escandalizando por estos destapes regulares. Pero no lo es menos que, sin la oportuna intervención de periodistas que no se arredran ni sucumben al lánguido desencanto o al cinismo, estos arreglos en la trastienda no serían de conocimiento público y nada se podría hacer al respecto. En cambio, ahora se reabre la posibilidad de elegir un TC decente en vez del chinguirito infecto que nos estaban sirviendo en el Congreso. En una realidad institucional tan frágil como la peruana, nos incumbe encontrar ese difícil punto de equilibrio en el que, sin caer en la grandilocuencia moralista, tampoco cedemos en nuestra capacidad de indignación y exigencia (el humor ayuda).
Por razones familiares, conozco de cerca la diabetes y siento respeto y admiración por quienes saben llevarla con entereza, coraje y elegancia, logrando una existencia plena, en donde los únicos límites son, como en cualquiera de nosotros, los de su calidad humana. Así, la persona en quien estoy pensando jamás se refugiaría detrás de esas complicaciones inevitables para rehuir sus responsabilidades. Eso es ética. Lo que ha hecho Ríos se llama cobardía y es un insulto a la gesta de los diabéticos. Mercedes Cabanillas, Aurelio Pastor y cuantos participaron por acción u omisión en este desaguisado incomible, tienen la inesperada oportunidad de rectificar y servir bien al país con una nueva elección global, transparente como insulina rápida. De lo contrario sabremos que, si bien no cabe meterlos en el mismo saco que los de Fiesta, comensales como estos les resultan funcionales. En suma, que serían corruptodependientes de tipo I.

(*) Columna aparecida en el Diario Perú21

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