Alerta roja (en Palacio de Gobierno) por Jorge Bruce (*)
Keiko Fujimori ha declarado que al presidente García le incomoda y no le conviene que su padre sea extraditado. La hija del dictador alega la "inestabilidad" que su llegada causaría, lo cual constituye una amenaza apenas velada a la entente aprofujimorista. Todo indica que en este punto ella tiene razón. Llama poderosamente la atención la actitud de nuestro locuaz mandatario, él que opina sobre todo y todos con soberbio desenfado. Dejen actuar a la justicia con serenidad, confiemos en la actuación del Poder Judicial chileno (Fujimori ha dicho cosas parecidas), no politicemos este caso, que no cunda el encono, ha recomendado, agregando que sabe de lo que habla por haberlo vivido en carne propia (¿una identificación con el 'perseguido'?).
¿Qué significa politizar en este contexto? ¿Cómo podría ser de otra manera, si todas las acusaciones que pesan sobre el ex presidente están vinculadas a su desempeño político? ¿A qué se refiere con eso de no caer en el apasionamiento? ¿Es posible reaccionar fríamente ante alguien que tanto daño moral y material ha hecho al país? ¿No es legítimo alegrarse por este avance de la justicia en el dictamen de la fiscal? Entendemos que faltan el fallo del juez Álvarez y la apelación a la Corte Suprema, pero eso no impide que nos felicitemos por este logro significativo. Preocupa el escaso entusiasmo -es un eufemismo- del Gobierno. La tesis de la no injerencia parece un mensaje codificado.
El premier se ha pronunciado en el mismo sentido, lo cual va más acorde con su talante calculado y cauteloso, sobre todo en un entorno partidario tan semejante a la película La Casa de los Cuchillos Largos. Pero el emergente -así se le llama en psicoterapia grupal a la persona que expresa compulsivamente el sentimiento que el grupo quiere callar- ha sido la vicepresidenta Lourdes Mendoza. Ella, que por lo general actúa políticamente como una de esas esposas tradicionales que solo asiente y sonríe cuando opina su marido, de pronto ha hecho declaraciones altisonantes, ante el asombro de los mudos comensales. Asegura que Fujimori solo ha cometido faltas éticas (¿?), pero no ve pruebas de delitos. Si juntamos todas esas reacciones como si fueran las piezas de un rompecabezas, nos encontramos con una figura en donde una serie de sectores y personas, fuera del espectro fujimorista, manifiestan por acción u omisión su deseo: el fracaso de la extradición, por lo menos en lo que respecta a las acusaciones más graves. Hay demasiada culpa -conciente o inconsciente- enredada en esta complicada historia.
Deben existir variadas motivaciones para explicar estos comportamientos, pero todas concuerdan en un insidioso malestar. No solo se les ve incómodos: se les nota angustiados, escépticos y hasta con una leve depresión. Algo pasó camino del foro y el escenario ha empeorado. Los fujimoristas y los que llevan el ritmo del chino en secreto están en alerta roja. Mientras tanto, a una facción de los apristas les ha dado una violenta eritrofobia (temor y enrojecimiento del rostro que delata pensamientos reprimidos).
En contraste, muchos nos sentimos satisfechos con el fallo de la fiscal Maldonado. Puede ser, al final, que no se logre el objetivo de traerlo y juzgarlo por crímenes tan siniestros como Barrios Altos o La Cantuta. Pero, entretanto, que no nos vengan a contagiar su desmoralización y oscuros designios. La ilusión de justicia es una experiencia tan efímera como preciosa en nuestra sociedad.
Lo que señala Jorge Bruce es más claro que el agua.¿ Alguna duda sobre los pactos delincuenciales entre este gobierno y los fujimoristas? (*) Columna del diario Perú21
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