Baile y trago por el Día del Padre en cementerios
“La bondad de su corazón había conquistado a todos los que lo conocieron. Ahora lloramos su ausencia y heredamos su recuerdo”, es el epitafio de José María Chaffio, quien falleció hace doce años. Desde aquel penoso catorce de abril del noventa y cinco, sus familiares y amigos no han dejado de ir a visitarlo en cada fecha especial. El Día del Padre, que se celebró ayer en todos los hogares del Perú, no podía ser la excepción y la familia de José María se unió en el cementerio Nueva Esperanza, ubicado en Villa María del Triunfo. Como ellos, centenares de limeños visitaron en distintos camposantos, a sus padres, para celebrar con quienes ya no están más en tierra y los escuchan seguramente desde algún lugar. Beatriz Cueva es la nuera del fallecido José María, y asegura que el tercer domingo de junio es la fecha indicada para visitar a su suegro. Con pisco quebranta en mano y con la sonrisa de oreja a oreja confiesa que el padre de su esposo era un gran bailarín y asegura que si estuviese vivo hubiese celebrado alegremente. “Como todo chiclayano mi suegro era muy alegre, le gustaba mucho el pisco y por eso venimos a brindar junto a él en su día y a echar un poco de trago en su tumba para que lo beba con nosotros”, dice Beatriz. Una historia similar es la que vive todos los años en esta fecha Alfredo Vásquez, quien no puede evitar sonreír junto a la tumba de su padre fallecido hace seis años, a quien ayer visitó con varias botellas de cerveza.
Aunque la historia oficial jamás lo acepte, en este píadoso país alguna vez se hicieron sacrificios humanos (como en la película Apocalypto). La imagen del Sacrificador está presente en los textiles y en la escultura. Paralelamente se sacrificaba un aúquenido y se consumía (de seguro que con alguna bebida espirituosa) la vicuñita que era como ingerir la energía de quien fuera brindado a los dioses de ese entonces. De ahí nuestro extraño culto a los finaditos. Un entierro provinciano que se valore precisa banda de músicos huayneros y hasta danzantes de tijeras. Pachamanca de todas maneras y aguardiente o cerveza para aconpañar. En la Costa y en la Selva los usos varian según la zona. En Ica por ejemplo yo asistí a un velatorio con viudas lloronas, mariachis, arroz con pollo y pisco. Claro que como al muerto le gustaba la jarana la cosa fue con bailongo y aguadito de amanecida. (Yo usé este tema cuando escribí el cuento Las exequias de Jacinto Janampa que publiqué en una revista de la universidad gracias al mecenazgo de un profesor amigo, (gracias Gino Cavani), que nos inspiraba creatividad)
Claro que por la relación que solemos entablar con el licor no debe sorprendernos que los cementarios se conviertan en cantinas y que la cerveza tenga sabor a sudor de muerto (*) Esto es una cuestión cultural y se manifiesta en los sectores populares con mayor arraigo, por eso no podemos ponernos tan exquisitos. Claro que es vulgar y propio del patetismo del peruano común buscar justificaciones para meterse una turca en homenaje a Papito que hace años dejó el trago, la juerga, las obligaciones y que de seguro si pufiera decir algo del mas allá, diría: déjense de joder, no me metan en sus trancas, borrachos desgraciados.
“La bondad de su corazón había conquistado a todos los que lo conocieron. Ahora lloramos su ausencia y heredamos su recuerdo”, es el epitafio de José María Chaffio, quien falleció hace doce años. Desde aquel penoso catorce de abril del noventa y cinco, sus familiares y amigos no han dejado de ir a visitarlo en cada fecha especial. El Día del Padre, que se celebró ayer en todos los hogares del Perú, no podía ser la excepción y la familia de José María se unió en el cementerio Nueva Esperanza, ubicado en Villa María del Triunfo. Como ellos, centenares de limeños visitaron en distintos camposantos, a sus padres, para celebrar con quienes ya no están más en tierra y los escuchan seguramente desde algún lugar. Beatriz Cueva es la nuera del fallecido José María, y asegura que el tercer domingo de junio es la fecha indicada para visitar a su suegro. Con pisco quebranta en mano y con la sonrisa de oreja a oreja confiesa que el padre de su esposo era un gran bailarín y asegura que si estuviese vivo hubiese celebrado alegremente. “Como todo chiclayano mi suegro era muy alegre, le gustaba mucho el pisco y por eso venimos a brindar junto a él en su día y a echar un poco de trago en su tumba para que lo beba con nosotros”, dice Beatriz. Una historia similar es la que vive todos los años en esta fecha Alfredo Vásquez, quien no puede evitar sonreír junto a la tumba de su padre fallecido hace seis años, a quien ayer visitó con varias botellas de cerveza.
Aunque la historia oficial jamás lo acepte, en este píadoso país alguna vez se hicieron sacrificios humanos (como en la película Apocalypto). La imagen del Sacrificador está presente en los textiles y en la escultura. Paralelamente se sacrificaba un aúquenido y se consumía (de seguro que con alguna bebida espirituosa) la vicuñita que era como ingerir la energía de quien fuera brindado a los dioses de ese entonces. De ahí nuestro extraño culto a los finaditos. Un entierro provinciano que se valore precisa banda de músicos huayneros y hasta danzantes de tijeras. Pachamanca de todas maneras y aguardiente o cerveza para aconpañar. En la Costa y en la Selva los usos varian según la zona. En Ica por ejemplo yo asistí a un velatorio con viudas lloronas, mariachis, arroz con pollo y pisco. Claro que como al muerto le gustaba la jarana la cosa fue con bailongo y aguadito de amanecida. (Yo usé este tema cuando escribí el cuento Las exequias de Jacinto Janampa que publiqué en una revista de la universidad gracias al mecenazgo de un profesor amigo, (gracias Gino Cavani), que nos inspiraba creatividad)
Claro que por la relación que solemos entablar con el licor no debe sorprendernos que los cementarios se conviertan en cantinas y que la cerveza tenga sabor a sudor de muerto (*) Esto es una cuestión cultural y se manifiesta en los sectores populares con mayor arraigo, por eso no podemos ponernos tan exquisitos. Claro que es vulgar y propio del patetismo del peruano común buscar justificaciones para meterse una turca en homenaje a Papito que hace años dejó el trago, la juerga, las obligaciones y que de seguro si pufiera decir algo del mas allá, diría: déjense de joder, no me metan en sus trancas, borrachos desgraciados.
(*) Julio Ramón Ribeyro en la novela "Los geniecillos dominícales"
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