Arrogancia bursátil por Jorge Bruce (*)
Araíz de la montaña rusa -sobre todo en el tramo de la bajada vertiginosa en la que todos gritan- de la Bolsa de Valores de Lima, han aparecido muchos análisis y consejos de expertos en los medios. El tono predominante ha sido uno condescendiente y paternalista. Como diciendo: 'estas cosas no son para chicos'. O bien: 'se requiere mucho conocimiento para meterse en bolsa'. Por cierto, no han faltado intervenciones culpógenas que combinan ambos argumentos en una sentencia lapidaria: 'es debido al ingreso de tanto inversionista pequeño e inexperto que se produjo el bajón'. Puede que haya algo de cierto en todo esto -aunque nadie parece saber con certeza lo que ha ocurrido, acaso debido a que concurren muchos factores, internos y externos, haciendo inmanejable el conjunto de variables- pero el punto que interesa resaltar aquí es la actitud excluyente y despectiva que todo esto traduce ante quienes no son considerados dignos de acceder al exclusivo club de las altas finanzas.
Un experto me decía, sin ánimo de hacer escarnio pero evidenciando cierta concepción de la naturaleza del dinero: "Cuando las abuelitas comienzan a invertir sus ahorros, es tiempo de retirarse de la bolsa". También esto puede que tenga una parte de verdad (aunque sea menos lógica que intuitiva). Lo que queda claro es que todos esos récords batidos por la -igualmente pequeña- bolsa de Lima atrajeron a un montón de personas deseosas de participar de esa bonanza, quienes observan relumbrar los índices y nunca los ven posarse en la penumbra agujereada de sus bolsillos. En esa situación, ¿quién es el principal responsable de que mucha gente haya perdido dinero al endeudarse para entrar en la bolsa o vender antes de tiempo, acicateada por la angustia de perderlo todo? Es tentador -desde un pedestal narcisista- atribuir esos comportamientos a la ignorancia, la inexperiencia o la avidez de ganancias espectaculares. Más riguroso resultaría hacer la autocrítica de la imprevisión en el manejo de la bolsa -en lo que atañe al equilibrio entre papeles y montos invertidos- que, en sendos artículos publicados por dos especialistas de canteras ideológicas opuestas como Daniel Córdova (El Comercio) y Humberto Campodónico (La República), fue advertida días antes de que el riel se lanzara cuesta abajo, antes de volver a ascender con chirriante zozobra.
No se puede pintar un panal de miel tan sabrosa ante las miradas hambrientas de pequeños ahorristas y, luego, cuando estos acudan como las cien mil moscas del cuento, limitarse a decir que por golosas murieron presas de patas en él. Probablemente las responsabilidades se distribuyan entre diversos actores -incluidos quienes arriesgaron su plata- y esto es lo que debería procurarse descifrar para tomar las medidas preventivas correspondientes. Pero desde ya sería útil abandonar ese aire desdeñoso y perdonavidas de los enterados, el cual incrementa la desalentadora convicción de que, entre nosotros, la riqueza material está reservada para quienes gozan de las conexiones privilegiadas o los códigos secretos. Hasta en eso nos las arreglamos para funcionar de manera excluyente e irritante, desprovista de solidaridad, empatía o compasión. Esto genera envidia, rabia y desesperanza, en vez del deseo de superarse y construir una sociedad inclusiva y democrática, en donde el bien común no sea tan solo una fría cifra macroeconómica, un titular chauvinista o un ardoroso discurso electoral.
La caída de la bolsa y otros ingredientes (inflación calculada en 0.10% que resulto 0.49%) y la recesión en un mes de compras sólo demuestran la poca confianza que inspira este gobierno. El artículo de Jorge Bruce (para variar, brillante) explica cuan desorientado y disociador es el discurso nacional aún en temas económicos.
(*) Columna del diario Perú21.
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