24.6.07

PARA QUE LEA Y APRENDA NUESTRO MANDATARIO



La ley y el sexo por Jorge Bruce (*)
Someter la sexualidad humana al imperio de la ley es una antigua aspiración de la civilización. Desde la prohibición del incesto, que es la piedra angular del ordenamiento sexual, hasta la penalización de los más variados comportamientos, en función de una mirada cultural que va evolucionando con el paso del tiempo, las sociedades han procurado canalizar la libido de las pulsiones de manera funcional a la convivencia. El problema, por supuesto, es que nunca es sencillo ponerse de acuerdo sobre un asunto tan movilizador y saturado de fantasmas como el de los impulsos psicosexuales. Esta cadena erótica va desde su estado más primitivo -la mera urgencia de la descarga- hasta los más elaborados, esos deseos complejos, integrados a una cadena infinita de representaciones o sublimaciones. En términos más simples, no es lo mismo la arrechura que el enamoramiento, aunque puedan ir perfectamente de la mano. por así decirlo.
Tampoco es lo mismo, para referirnos al debate que agita y caldea el imaginario de los peruanos en estos días fríos, el sexo con consentimiento que el sexo con sentimiento. La mayoría de intervenciones que he escuchado o leído al respecto se centra en los aspectos judiciales del asunto. Que si esto favorece a los violadores parece ser el gran cuco de quienes se oponen a esta modificación de la ley actual. El otro punto mencionado por diversos críticos del cambio es que la sexualidad de los adolescentes es inmadura y por lo tanto no están en condiciones de tomar decisiones adecuadas. Pero lo que no se asume es que el deseo está ahí, en los cuerpos y las mentes juveniles, diga lo que diga el Congreso. Y también lo está, distorsionado, en las mentes perturbadas de los violadores. Estos últimos siempre han alegado -y siempre lo harán- que su víctima consentía o provocaba el acto tanático perpetrado. Lo cual no es ninguna novedad. Los más dañados psicopatológicamente, incluso, lo creen así.
El espectro de la condena jamás impedirá que los violadores recurran a métodos de coerción, los que recorren toda la gama de violencia psíquica y física. Una ley abusiva no hará que disminuyan los abusadores. De lo que se trata es de proteger a los niños, no de perseguir a los adolescentes, proscribiendo su sexualidad. Además, la edad cronológica es un referente arbitrario, necesario pero no infalible. Así como hay adultos sin el desarrollo afectivo suficiente para llevar su sexualidad con un mínimo de responsabilidad, existen adolescentes que ejercen su derecho al placer y a la libertad con buen criterio. A tenor de lo expresado estos días, conozco chicas y chicos más al tanto de asuntos sexuales que una serie de ministros y congresistas ultraconservadores, cuya estrecha visión se conforma al adagio franquista: "No es por vicio, no es por fornicio, es por hacer un hijo en tu santo servicio". La ley debe cuidar a los jóvenes, poniendo límites donde haga falta, pero no fiscalizando su intimidad. La modificación propuesta resulta más sensata y cercana a la realidad que la legislación vigente, culpógena y desfasada. No sé si el otorongo tocó la flauta, pero la melodía suena mejor.
Más que a los violadores, con quienes la ley sigue igual de severa, muchos de sus opositores parecen temerle al deseo adolescente. Eso, señoras y señores de la autoridad moral, no se cambia por decreto. Se vive y luego se educa responsablemente, es decir, con conocimiento de causa. Si no, es como si yo me metiera a reglamentar la manera ortodoxa de confesarse, hacer penitencia o darse golpes de pecho.

(*) Publicado en el diario Perú21

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