19.6.08

CLASES MAGISTRALES




Miedo al futuro (*)
El hombre vive amenazado por la incertidumbre y el temor al incumplimiento de sus expectativas. Reflexiones del autor con el sociólogo francés Guy Sorman.
Por Pacho O’Donnell
El hombre no es una realidad ya hecha, sino que, por el contrario, está siempre haciéndose. Es esencialmente proyecto, está arrojado hacia el futuro. Ese es el horizonte de cumplimiento de sus expectativas, pero también de sus fracasos. Y en última instancia, puesto que siendo mortal aspira infructuosamente a no serlo, su experiencia más propia es la del fracaso. Por la misma razón está esencialmente amenazado por la incertidumbre del futuro. Es comprensible que tema el incumplimiento de sus expectativas. En este sentido, el miedo al futuro y el miedo al fracaso son casi equivalentes.
“El fracaso es ley universal, tanto en el orden racional, en que el pensamiento en busca de lo absoluto se estrella fatalmente con lo relativo, como en el orden de las técnicas, que parecen servir sólo para perfeccionar los métodos idóneos para aniquilar al género humano entero” (Regis Jolivet, “Las doctrinas existencialistas”).
¿Cómo librarse del miedo al fracaso, es decir, al futuro? Sólo cuando somos capaces de valorar más el camino que la llegada. Porque, en realidad, ¿cuándo se llega? Los romanos tenían una expresión al respecto –que Friedrich Nietzsche hizo suya–: “amor fati”. Es lo que hay, como dirían los jóvenes de hoy, vivamos el presente. No habrá entonces fracaso que pueda destruirnos. Pero, para ello, tendríamos que abandonar definitivamente la ilusión de triunfar, o la arraigada creencia de que, en caso de lograr un éxito, este significa realmente algo. ¿Seríamos capaces de tal desapego? Esta es la vía de los místicos para vivir en el mundo sin quedar atrapados por sus espejismos. Meister Johannes von Eckhart, en el siglo XIV, hablaba de “gelassenheit”, palabra alemana que significa “desasimiento”, pero también “serenidad”.
El miedo al futuro es lo que da de comer a los augures. Queremos saber que es lo que nos sucederá en los tiempos por venir. Entonces, surgen los oráculos, las diferentes técnicas de adivinación –es decir, lo que se denomina “las mancias”– y las profecías. Robert Flacelière comentaría al respecto: “Como observa Cicerón, la palabra latina ´divinatio` indica claramente que la actividad significada por ese término se halla en estrecha relación con las cosas divinas, con la religión, y también que constituye una parte esencial de esta, ya que la etimología de la palabra la hace apta para designar el conjunto de las cosas religiosas. En efecto, la adivinación supone, ante todo, la creencia en una Providencia que cuida del hombre y consiente en ayudarlo, revelándole lo que ignora” (“Adivinos y oráculos griegos”).
La necesidad moderna de profetas da pie a los asesores financieros del Mercado de Valores, a los estrategas militares que diseñan posibles hipótesis de conflicto, a los pronosticadores del tiempo que nos advierten si debemos planificar una excursión o quedarnos en casa, a los encuestadores políticos que pretenden anticiparse a las decisiones electorales.
A veces, las profecías determinan las condiciones de su autocumplimiento. Por ejemplo, Macbeth, en Escocia, es un fiel súbdito de su rey, pero unas brujas le predicen, entre otras cosas, que está destinado a gobernar la nación; este augurio, al ser relatado por el caballero a su esposa, despierta en ella la ambición que desencadenará la tragedia. Convence a Macbeth de asesinar al rey alojado en su casa. Ya coronado, es acosado por otra de las profecías: que quien lo sucedería en el trono sería su hijo o el hijo de un amigo. Shakespeare hará que todo fluya hacia el sangriento cumplimiento del augurio que no hubiera sucedido de no ser porque fue creído y actuado.
En cuanto al concepto del futuro, hay quienes lo conciben como una prolongación del presente, sin mayores sobresaltos, dando por sentado que los cambios actuales no les afectarán y que nada hará vacilar el familiar entramado económico ni la estructura política que conocen. Eso será auspicioso para quienes han logrado hacerse un lugar al sol, pero siniestro para los muchos que subsisten en los márgenes de pobreza y desamparo. Pero también están quienes temen al futuro, miedo alimentado por las crisis que crepitan en los titulares periodísticos, y en los noticieros radiales y televisivos. Gran número de personas –alimentado por una continua dieta de malas noticias, películas de catástrofes, apocalípticos relatos bíblicos y dramas de pesadilla escritos por prestigiosos autores– parece haber llegado a la conclusión de que la sociedad actual no puede ser proyectada en el futuro porque no existe futuro. Se ha perdido aquella confianza de nuestros abuelos acerca de que el progreso, es decir, el futuro, traería mejor sanidad, mejor educación, mejores condiciones laborales, mejor esparcimiento. El punto de quiebre fueron las guerras mundiales en las que el progreso tecnológico descubrió su atroz capacidad destructiva y deletéreas, lo que fue multiplicado hasta el infinito por Hiroshima y por la angustiante Guerra Fría en la que el mundo parecía a punto de volatilizarse con sólo apretar un botón. Y el cine no ayudó a tranquilizarnos, como fue claro en la película “Cómo aprendimos a amar la bomba”, en la que, con un eficaz humor negro, se planteaba la posibilidad de la hecatombe planetaria. Hubo otros filmes basados en la posibilidad de una falla mecánica, de la intrusión de un hacker, de un sabotaje, de la mutua desconfianza de los líderes de las superpotencias, etc. También están aquellas películas que con efectos especiales de enorme efecto nos muestras “el día después” y el calvario de los eventuales sobrevivientes. Es de recordar también la magnífica historieta argentina “Los eternautas”, con guión de Héctor Oesterheld y dibujos de Solano López.
Claro que la visión negativa del futuro no es privativa de nuestra época. El principal ideólogo de nuestra Revolución de Mayo, Juan José Castelli, gravemente enfermo y acosado por sus enemigos en Buenos Aires, escéptico en cuanto a la evolución del movimiento independista, expresará la que posiblemente es la frase más dramática de nuestra Historia: “Si ves al futuro, dile que no venga”.
“Vladimiro: Y ahora ¿qué hacemos?
Estragón: Esperamos.
Vladimiro: Sí, pero mientras esperamos.
Estragón: ¿Si nos ahorcásemos?”.
(S. Beckett, “Esperando a Godoy”)
El futuro es lo que construimos en el presente. En ese sentido, toda acción humana es teleológica, lo que quiere decir que está dirigida hacia un fin –en griego “telos” significa “fin”–. Cuando decimos que una determinada conducta tiene sentido, significa que tiene un “para qué”, y no meramente un “por qué”.
“Disparé una flecha al aire,
y cayó, no supe dónde.
Mi vista no podía
seguir su raudo vuelo.
Lancé al aire una canción,
y cayó, no supe dónde.
¿Qué vista podría seguir
una canción por los aires?
Mucho después, en un roble,
encontré la flecha intacta;
y la canción, toda entera,
en el pecho de un amigo”.
(L. Longfellow)
Aprovechando una de sus visitas a Buenos Aires, dialogué sobre el tema con el sociólogo francés Guy Sorman.
Pacho O’Donnell: Escribiste en tu último libro: “Cuando uno piensa en el futuro, surge el temor a un enfrentamiento entre el Islam y Occidente”.
Guy Sorman: Antes de hablar del futuro, me gustaría referirme al pasado. Yo no soy viejo, pero tampoco joven. Entonces, puedo recordar la pobreza en Europa, las hambrunas en India o en China, la amenaza soviética. Venimos de un mundo muy peligroso y muy pobre. Quizás el futuro no vaya a ser perfecto, pero el pasado tampoco fue precisamente bueno. Y pudimos sobrevivir a amenazas realmente serias, como la guerra atómica entre el comunismo y Occidente. El verdadero problema de hoy no son los musulmanes contra la civilización occidental. El problema son los musulmanes contra los musulmanes. Hay una gran lucha dentro del mundo islámico, entre moderados y fundamentalistas. Los fundamentalistas son una minoría, pero muy activa, y los moderados todavía no han podido organizarse. ¿Quién ganará? ¿Los partidarios de un Islam iluminado o aquellos de un Islam oscuro? Ese es el debate.
O’Donnell: ¿Quién ganará?
Sorman: Creo que ganarán los moderados. Ganarán porque su situación ha cambiado radicalmente en los últimos años. Tomemos la intervención norteamericana en Irak. Puede gustarte o no, eso no importa. La consecuencia de esta intervención es que muchos partidos políticos moderados se han comenzado a organizar. Se celebran elecciones en Marruecos, Egipto, Arabia Saudita, Kuwait. Entonces, el paisaje cambia completamente debido al impacto de la guerra. Pienso que los moderados no dejarán que los fundamentalistas ganen.
O’Donnell: En tu último libro también escribiste que la misión norteamericana es esparcir libertad y democracia, incluso por la fuerza.
Sorman: Es muy difícil hablar sobre los Estados Unidos sin resultar polémico.
O’Donnell: Los llamaste “el imperio de la libertad”.
Sorman: Sí. Cuando nombras a los Estados Unidos, todos saltan del asiento: “estoy en contra”, “estoy a favor”. Mi posición es muy calma, neutral. Simplemente, trato de entender. La ambición, desde el principio de la creación de los Estados Unidos, fue construir un imperio de libertad en la Tierra. Esa misión es la raíz esencial. Así fue cómo empezaron.
O’Donnell: Jefferson hablaba de libertad y felicidad.
Sorman: Ellos piensan que el propósito de la sociedad es hacer feliz al humano. Eso es muy extraño para un argentino o un francés, porque nosotros no pensamos que la sociedad tenga que hacernos felices. Nos conformamos con que pueda ayudarnos a evitar la tragedia. La aspiración a la felicidad es en cambio la piedra angular de los Estados Unidos. Ahora bien, para traer felicidad al mundo, este debe ser libre en democracia. La misión estadounidense desde el siglo XVIII ha sido construir el imperio de la libertad, por cualquier medio, incluyendo la fuerza.
O’Donnell: Tú no piensas que la invasión a Irak fue exclusivamente por petróleo…
Sorman: No, algo influye, pero no es la razón principal. En toda la historia americana siempre han intentado aumentar el alcance de la libertad, de los países democráticos. A veces, se han detenido, como con la Unión Soviética, porque era demasiado peligrosa. Pero cuando pueden avanzar en la extensión de la geografía de la libertad lo hacen, esa es la dirección de la política exterior americana.
O’Donnell: Los intelectuales franceses y europeos no comparten tu opinión.
Sorman: Yo no tengo opinión, no soy un hombre de opinión. Simplemente, trato de advertir sobre la realidad y de enseñarla. Mi posición es, primero, entender qué son los Estados Unidos y cuál es su misión. Luego, eres perfectamente libre de decir “estoy en contra”. Lo que critico es el antiamericanismo que no está basado en el conocimiento. Conoce primero y recién entonces puedes tomar posiciones ideológicas. En cuanto a los intelectuales franceses o europeos, la mayoría están en contra de los Estados Unidos, pero no todos ellos. Está bastante dividido. Creo que están molestos por la dominación cultural que ejerce los Estados Unidos y el hecho de que los norteamericanos no tengan demasiado respeto por los intelectuales. Es mucho más confortable ser un intelectual en Francia que en los Estados Unidos.
O’Donnell: Hablando de tu “incorrección política”, has criticado a los ecologistas que insisten en que el capitalismo y el progreso están en contra del medio ambiente.
Sorman: Sí. Yo priorizo el conocimiento. Hablemos del calentamiento global, hablemos del medio ambiente y esas cosas, pero hagámoslo desde un punto de vista científico. Quizás haya calentamiento global, probablemente lo haya. ¿Cuál es el factor humano en el calentamiento global? No lo sabemos. ¿Cómo podemos intervenir si no lo sabemos? Este es un debate racional en el cual estoy preparado para introducirme. Pero decir que debemos destruir el capitalismo americano, o cualquier forma de capitalismo, porque arruinará el planeta… no tiene nada que ver con el conocimiento. Es una ideología. Entonces, estoy en contra de la ecología cuando es ideológica y estoy a favor cuando está basada en la ciencia. No me gusta confundirlas.
O’Donnell: Por ejemplo, la lucha contra la energía nuclear.
Sorman: Se debe ser coherente. Si alguien cree que hay calentamiento global, debe saber que el único medio hoy disponible para producir electricidad sin calentamiento global es la energía nuclear. Es más accesible, es segura. Es una tecnología dominada. Tomemos países como China e India, no tienen petróleo pero quieren desarrollarse. Eso es normal, deberíamos estar felices de verlos crecer más y más. Y sólo pueden hacerlo con la energía nuclear, es el único medio del que disponen.
O’Donnell: Al pensar en el futuro, uno recuerda el 11 de septiembre y el creciente temor a la sociedad de control, como en “1984”, de George Orwell. La idea de que el deseo de combatir el terrorismo generará estados muy fuertes que ejerzan control sobre las formas de expresión, la correspondencia, los desplazamientos.
Sorman: Es un riesgo real. Yo vivo parcialmente en los Estados Unidos y he visto aumentar el control. La vida en los Estados Unidos no es lo que solía ser. Es menos relajada, hay más policías, debes exhibir tu identificación en todas partes. Sabes que el estado se sofistica cada vez más en sus métodos de control. Por lo que pienso que hay un riesgo y que las organizaciones de derechos humanos deben tomar partido y nivelar la influencia del estado. Sabes que mi respuesta suele ser “la democracia”. El estado está haciendo su trabajo, pero nosotros debemos controlar al estado. Controlarlo a través de movimientos específicos, movimientos de derechos humanos y la prensa libre. Es un modo de encontrar la medida justa entre la lucha contra el terrorismo y la libertad.
O’Donnell: En la literatura y el cine, hay importantes obras que refieren un futuro trágico. Recordamos “1984”, “Fahrenheit 451”, “Metrópolis”, de Fritz Lang, “Blade Runner”… ¿Qué piensas de ello?
Sorman: La tragedia vende, el optimismo, no. Y al decir “vende”, me refiero no sólo al mercado, sino también a las ideas. Es más fácil promover ideas trágicas que ideas optimistas. Porque cuando eres pesimista, tarde o temprano sucederá una tragedia en algún lado y podrás decir “¿Lo ves? Te dije que esto pasaría”. Las guerras ocurren, la tragedia ocurre. Pero no creo que sea muy útil predecirlas. No me parece que eso ayude a la raza humana. Como dije al comenzar esta conversación, hay muchas tragedias, hay muchas guerras. Pero a lo largo de mi vida también he visto grandes mejoras en la calidad y en la duración de la vida. ¡Mira la expectativa de vida actual!


O’Donnell: Cuidado, eso no ocurre tanto en países como el nuestro. Especialmente, si piensas que más de 50% de la Argentina está bajo la línea de pobreza.
Sorman: Si quieres hablar del problema específico de tu país, estoy listo para hacerlo. Yo viajo alrededor del mundo. Estuve la semana pasada en China, allí puedes ver cambios. Vas a India, también notas cambios. En Europa, también. Organización, construcciones, maneras de vida. Vuelves a la Argentina y es como un museo. Nunca cambia nada.
O’Donnell: Cuando pensamos en el futuro, el cristianismo nos amenaza con el infierno, con el pecado. Para un cristiano, el futuro es amenazador.
Sorman: Tienen al paraíso también.
O’Donnell: Sí, pero el paraíso siempre parece de más difícil acceso que el infierno. Se nace con el pecado original. El bebé recién nacido ya es un pecador.
Sorman: No es fácil ser católico. Pero creo que uno de los fenómenos más importantes del mundo, hoy en día, es el progreso, el fabuloso aumento de la Iglesia protestante. Todos hablan del Islam, pero el Islam no está progresando, son muchos musulmanes, pero no convierten a nadie al Islam. A su vez, la Iglesia católica está declinando tanto en número como en influencia y vigencia. Y creo que con el nuevo Papa lo hará aún más porque ha elegido contar con una pequeña iglesia, enfocada en sus valores tradicionales. Si uno observa el impacto social en la actualidad, la religión emergente es el protestantismo. La Iglesia protestante es optimista, dinámica…
O’Donnell: Tiene que ver con la esperanza.
Sorman: Esperanza, individualismo y con el mensaje “tú-puedes- hacerlo”. Es una Iglesia que insta a la acción. En muchos países, por ejemplo, Brasil, ya son más protestantes que católicos. Pero también África Occidental, Rusia, China… China no es un país muy abierto, por lo que es difícil asegurarlo, pero ciertas estadísticas hablan de más de 60.000.000 de chinos recientemente convertidos al protestantismo. Es una cifra muy importante aun en un país tan grande. Dondequiera que viajes en China, encuentras protestantes, muchos de ellos entre los intelectuales, pero también entre la gente común que busca un significado para sus vidas.
O’Donnell: ¿Qué papel tendrá China en el futuro?
Sorman: China quiere ser una potencia asiática, recién entonces una potencia mundial. Les gustaría ser en Asia lo que los Estados Unidos son en Occidente. Y tratarán de construir el poder económico y militar que equilibre la influencia de los Estados Unidos. Yo no creo que aspiren a dominar el mundo. Quieren ser el imperio asiático que alguna vez fueron antes del siglo XIX. Esto es bastante riesgoso, porque amenazan a sus países vecinos, a Japón, Vietnam, Corea. Pero les llevará tiempo, sigue siendo un país pobre, muy pobre.
O’Donnell: ¿Pobre?
Sorman: Sí, dependen del mercado occidental. Si los europeos, los japoneses o los americanos dejaran de invertir en China, China moriría. Están sostenidos por las exportaciones y las inversiones extranjeras. Sin estas inversiones, no hay más China. O al menos, no una China dinámica.
O’Donnell: Durante el modernismo, había mucha fe puesta en el progreso. El progreso traería una vida mejor. Pero ahora, en pleno postmodernismo, la confianza en él se ha desvanecido. El progreso se siente peligroso, amenazador.
Sorman: Después de Auschwitz, es evidente que la técnica no acarrea un progreso moral. Esto es claro. Pero también debemos distinguir entre naciones y ver así en muchas de ellas los progresos técnicos han cambiado positivamente la vida de las personas. Si tomas una madre india, o una madre china, ahora pueden tener sólo dos o tres niños y verlos vivir, en vez de concebir 12 niños para procurarse tres sobrevivientes. Esto que nos ha pasado a nosotros, occidentales, hace más de un siglo, está ocurriendo ahora alrededor del mundo. Entonces, nuestra decepción en el progreso no es compartida en muchos países en vía de desarrollo.
O’Donnell: Sí, pero, por ejemplo, las máquinas de la industria han determinado la pérdida de muchos empleos.
Sorman: No, eso es un cambio en el empleo. Sin destrucción. Tomemos el caso de Francia, Alemania o Inglaterra hace cincuenta años. Todos trabajaban en la minería, las industrias textiles, las automotrices, ahora todo eso se fue a Europa oriental, a China, a México. Y, sin embargo, no estamos desempleados, trabajamos en servicios, en informática, en finanzas. Es un cambio.
O’Donnell: En países como la Argentina, no es fácil encontrar un nuevo empleo. Si pierdes tu trabajo, no es tan sencillo reemplazarlo.
Sorman: En ningún lugar es fácil. Requiere un dinamismo constante de la sociedad, un tipo de educación para los jóvenes que les explique que probablemente deban cambiar de empleo siete veces en la vida, que los prepare para ello. Requiere una organización social, una red que ayude a las personas a ir de un trabajo a otro. Estamos en un mercado global con competencia global. Si quieres sobrevivir, mejor que te mantengas dentro de las reglas, aunque puedan no gustarte. Frecuentemente, lo explico en economía: la regla no es moral, la regla es eficiencia. Tienes que ser eficiente porque la regla está basada en la eficiencia. La moral es otra cosa, primero acepta la regla y luego puedes buscar una vida más feliz, una sociedad más organizada y más moral. Pero si no juegas de acuerdo con las reglas económicas, estás destinado a perderlo todo.
O’Donnell: Si ahora entrara aquí alguien y te dijera que puede predecir tu vida, ¿qué piensas que vería?
Sorman: No creo en eso por una razón filosófica. El futuro no existe por definición. Uno de mis maestros, el filósofo inglés Karl Popper, diría que es bizarro que miles de libros traten de responder preguntas sin respuesta, como si existe Dios. U orientados a cosas que no existen, como el futuro. No hay futuro porque no existe por definición. O, mejor dicho, la definición del futuro es que el futuro no existe. No sabemos si estaremos aquí dentro de un minuto. Simplemente, no sabemos. Así que debemos tratar de ser felices ahora mismo. Es por eso que soy optimista y hedonista. Estar de malhumor, predecir la tragedia: ello arruinará tu vida, y quizá tu vida sea más corta de lo que creías. Mi posición es una clásica posición hedonista: tomar las cosas tal como vienen y tratar de ser felices ahora mismo.
En las hordas primitivas las disputas por una hembra o una porción de comida terminaban seguramente sin mayor daño, sólo con algunos magullones o, en el peor de los casos, con algún hueso roto, porque era difícil que los hombres prehistóricos se mataran entre sí con el sólo uso de sus manos. Es lo que hoy vemos en el reino animal. Pero desde que la humanidad dispuso de mazas, lanzas, espadas, flechas y cuchillos, la historia se escribió con sangre. Con el empleo de la pólvora, se hizo posible matar a distancia y, luego, a repetición. Así, las matanzas fueron cada vez mayores. Hoy se puede eliminar a millones de individuos sin más esfuerzo que el de oprimir un botón. Y está próximo el momento en que se puedan fabricar armas nucleares caseras, siguiendo instrucciones en internet. Parecemos ser ya impotentes para detener la marcha de la humanidad hacia la autodestrucción. Sólo un profundo esfuerzo cultural podrá acaso salvarnos.
La narrativa literaria o fílmica de anticipación o ciencia ficción ha frecuentado esos futuros distópicos con la seguridad de provocar emociones intensas en el lector-espectador. No son más que pesadillas, puede decirse. Pero el tiempo de las pesadillas es siempre el futuro, porque sólo en el futuro puede aparecer lo amenazante. Por eso, cuando queremos tranquilizar a un chico que ha tenido una pesadilla, por ejemplo, solemos decirle que “ya pasó”. Lo que “ya pasó” no es amenazante. Tampoco lo es algo que está pasando. La amenaza exige una dilación, una expectativa. Puedo temer que Fulano me dé un golpe, no que me lo haya dado o que me lo esté dando ahora.
Pero el futuro no será tan amenazante, a nivel personal, si somos capaces de preverlo, de hacer de él un escenario de nuestras expectativas realistas, despojándolo, mientras duremos y mientras dure el mundo, de proyecciones terroríficas. Este cuento se lo escuché al padre Mamerto Menapace y lo reproduzco a mi manera:
Un joven ingeniero agrónomo, con las ínfulas de todo recién graduado, dueño de algunas hectáreas en el Chaco, decide comentar sus proyectos con un vecino, el viejo don Laureano.
Luego de los saludos de rigor, y una vez que se aquietaron los perros, el joven le dijo, ufano:
–¿Ha visto, don Laureano, mi campito?
–Sí, ¿cómo no lo voy a ver? Lindo es, patroncito.
–Bueno, don Laureano, yo le quería preguntar qué opina usted sobre la posibilidad de que ese terreno me dé buen algodón...
–¿Algodón dijo, patroncito? –respondió dudando el paisano–. No, mire, no creo que este campo le pueda dar algodón. Fíjese, no. Los años que hace que yo vivo aquí y nunca vi que este campo diera algodón.
La respuesta desanimó un poco al joven ingeniero que, tomando en serio esa opinión basada seguramente en una experiencia tan respetable como la de don Laureano, lo llevó a deducir que aquella tierra padecería de algún problema de pH o de carencia de cierto oligomineral.
Consultó por otro cultivo:
–¿Maíz dijo, patroncito? No, mire. No creo que este campito le pueda dar maíz. Por lo que yo sé, este campito lo que le puede dar es algo de pasto, un poco de leña, sombra pa’ las vacas, y con suerte alguna frutita de monte. Pero maíz, tampoco creo que le dé.
Ya algo amoscado, el joven insistió:
–¿Y soja, don Laureano? ¿Me podrá dar soja el campito?
–Mire, no le quiero macaniar, patroncito. Yo nunca vi soja allí, no creo que este campito le pueda dar soja. Ya le digo: lo que le puede dar es algo de pasto, un poco de leña, sombra pa’ las vacas y con suerte alguna frutita de monte.
Esta vez, el ingeniero, despechado, llegó a una conclusión: ese paisano no podía aportarle nada interesante, sumido en la desidia e ignorancia de quien no tenía estudios. Pero como era respetuoso y no quería irse de una manera que lo ofendiera, le dijo a modo de despedida:
–Bueno, don Laureano, yo le agradezco todo lo que usted me ha dicho. Pero ¿sabe una cosa? Lo mismo me gustaría hacer una prueba. Voy a sembrar algodón en el campito y vamos a ver lo que resulta. Lo voy a sembrar lo mismo a pesar de lo que usted me ha dicho.
Entonces, don Laureano se revolvió en su silla de paja y dejando a un lado el mate, comentó:
–Bueno, bueno, patroncito. Si usted siembra... si usted siembra es otra cosa.


(*) Revista Noticias

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