2.3.13

DIARIO DE LA DESOCUPACIÓN


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La vida es de nadie...

Eramos niños. Peloteros, ruidosos, felices. Por tanto, ilusos.
Comíamos el sanguito rico y tentábamos a la suerte si adivinábamos cuantos monedas tenía el vendedor del popular dulce en la mano y podíamos ganar el muñequito procaz que mostraba sus miserias. Era otra ciudad definitivamente hermosa, que tenía, como alguien escribió (*) forma de poto. Un trasero de flores.
Los Papas no tiraban la toalla y los perdedores eran buenos perdedores y sabían aceptar el triunfo del oponente. No pensábamos en revocar o no revocar, sino en amar, con paz y con música. Nuestro primer concierto fue un Charly García -un genio, sin discusión- y nuestros primeros tronchos, los mas audaces con raros peinados nuevos de fondo. La resaca tenía el argumento de la poderosa guinda. Y en los slams de las amigas creíamos leer el futuro auspicioso del primer beso, el primer romance.
No tenemos nada que ver con esta ciudad de dos caras, la del insulto de los horrorosos nuevos ricos (lo son así nos duela)y sus pantallas planas, sus departamentos como ratoneras asesinas. La de pobrezas extremas. La faz que sonríe con sordidez.
La del arrebato como institución , la del robo como doctrina. La de los políticos sin casta ni linaje, metecos de cuarta, churupacos.
Yo iba al estadio con mi padre y con mi hermano. Y eramos hinchas de la U, del mejor de los equipos, sin embargo mi hijo odia el fútbol y yo nunca lo pude llevar a la cancha o al estadio de violentos fanatismos, de etnocentrismos estúpidos que separan.
La violencia esta en todo, vive en el resentimiento, en la injusticia, en la negación de la búsqueda del bien común. En los traumas que nos ha dejado la crisis del mundo -partido en dos pedazos agonizantes por voraces banqueros- y en el fracaso de la familia como institución, como ente formador de valores.
Creo en la redención. Creo ciegamente en el amor. No me hago mala sangre con los idiotas y las idiotas de turno que creen poder herirme y a las cuales no cobijo ni siquiera en mis chanzas, porque ya no valen la pena, por que son parte de la noche triste y ciega.
El mundo cambiará -y para bien- sin mentiras amarradas a las patas, cuando se abran los corazones con la alegría de la esperanza y la ilusión, en la idea fundamental, que lo que realmente vale, se encuentra siempre en lo mas simple.

(*) Fernando Ampuero en Miraflores Melody.