31.10.11

DIARIO DE LA DESOCUPACIÓN









Diario de la desocupación
Página 15 - Talento desperdiciado




Mi hijo es un prodigio de orden personal. Su inteligencia es dirigida. Aunque para cuestiones de plata se parece mucho más a su mamá, no somos ni siquiera similares en asuntos intelectuales. Como decía mi padre, la mía es una inteligencia anarquista, explosiva, vaga y aplicada a lo contra productivo. Decía que yo andaba urgido de estructura, por no decir que era de una indisciplina del carajo. Y ahora que lo veo realizarse como hombre y que no falta un día en qué algún buen amigo (o cariñosa amiga) me diga que me encanta perder plata, que "merecería" mucho más metálico del que tengo o del que me importa, no hago sino comprobar que lo mío pasa por la rebelión del conforme que no se dejo jamás seducir por las exuberantes curvas del dinero. Debo sentirme diferente por que yo no gane ni perdí en el juego, simplemente abandoné la mesa del póker de esa vida de las apariencias en las que nos envuelve el circulante, por irme tras de las verdades absolutas, o de las razones de mis quereres, porque era un jugador inapelable del placer y porque me gusta ser tan transparente que no hay nada que mejor me represente que un libro de poemas autografiado por Sabina, los cuentos de Ribeyro, la inminencia del cambio de todas las cosas o el afecto de mis partners.

H.D.P.

3.10.11

DIARIO DE LA DESOCUPACION


Diario de la desocupación
Página catorce – Una cualquiera como todos.

Es Flor. Aunque ya no es una flor. Tampoco es que ande marchita, digamos que a sus treinta y tantos marzos, aún rebosan los pétalos de su personal quimera. Es una edad ideal porque en la línea de los veinte mis musas suelen ser tan excesivas que tranquilamente yo pudiera parecer un tío paseando a la sobrina. Y que pasadas las cuatro décadas, a las damas que me inspiran les da por la religión –new age con toques de metafísica- y entonces todo lo ven besitos y chispitas de luz, o sino les da por la manipulación con rostro de inocencia, para hacerte sentir culpas de algo que ni siquiera has pensado hacer o lo que es peor, por el cinismo de la mujer que  siente que para ser moderna, tiene que ser practica hasta niveles bastante pobres en donde se desdibujan las señales de la moral,  la ética y la cultura. Y no es que estas cosas me parezcan importantes, lo que me parece detestable es hacer alardes.
Pero vuelvo a Flor, que sabe que me puede llamar los lunes de las primeras semanas del mes (que es cuando cambio el cheque de esclavo liberto para cobrar las monedas que pagan mis holgadas modestias) y que además de un buen trato amical, en donde puedo hacer las veces de psicólogo y confesor (me debo parecer al personaje de la novela “El corazón es un cazador solitario” de Carson Mcullers, el sordomudo al que la gente le hablaba y le contaban sus problemas porque pensaban que sabía escuchar y yo, como el,  soy  una tapia) también le cumplo como todo buen cliente. Porque Flor se dedica al meretricio, legal, con carné de sanidad y todo lo que la ley demande al caso, y además es una rabiosa practicante de su fe, hace pocos años conversa y devenida en  Testigo de Jehová (¿?)
Nos encontramos en una pizzería caleta (escondida y recatada) de Magdalena en donde tomamos un par de copas de vino mientras va pormenorizando su diaria lucha como mujer y en donde habla con soltura y hasta buen gusto de los temas que puedan ser de actualidad y cuando el vino hace lo suyo, que es relajarme hasta que pierda la perspectiva del todo y me fije sólo en ella, en su animal belleza, en su implícita y brutal sensualidad, pone discretamente la mano sobre mi pierna y me pregunta con cierta malicia, a dónde vamos.
Siempre es al mismo juego y al mismo sitio.
Es un buen hotel, cómodo, no muy caro, (aunque una vez casi me sacan un riñón por una botella de vino argentino) con jacuzzi y espejos por todos lados, en donde su figura hermosa se convierte en un calidoscopio de belleza y en donde pasamos unas horas que yo compenso con discreta caballerosidad, colocando en su cartera unos billetes.
Pero a la calma le sigue el temporal. El asunto siempre es a la contra.
Entonces ella llora. Sufre. Se desespera. No sabe como alcanzar el equilibrio entre su vida, sus creencias religiosas, que suelen ser muy fuertes (a veces temo que invoque a Jehová en pleno intercambio de pasiones y gemidos) y se pinta el atávico cuadro histérico en donde la culpa la ahoga y el mundano (ósea, el diablo) aparece por todos lados impidiendo su próxima llegada al cielo y condenándola a la estación del purgatorio hacia el averno.
Lágrimas de por medio, luego de un rato se calma, se levanta, pasea su desnudez con tranquila inocencia, se baña,  y se viste con cuidado, con esmero, poniendo entusiasmo y coquetería, arreglándose hasta lucir tan linda como suele ser, para regresar a las calle de los besos sin amor (*) a ganarse el pan como lo hace todo el focking mundo.
Como canta el Sabina: ando buscando una mujer, tan puta como yo….

(*) Fito Páez dixit (“Mas guapa que ninguna”)


H.D.P. 

DIARIO DE LA DESOCUPACION

Diario de la desocupación
Página trece. La palabra que nos define

“Todos conocen las palabras que arroban, las palabras que asustan, las palabras que hieren, -dice Luder- Sólo nos falta descubrir la palabra que mata”
(Julio Ramón Ribeyro)


En la película “El secreto de sus ojos” mientras los personajes de Pablo Sandoval y Benjamín Esposito, encarnados por Francella y Darín, buscan ubicar al asesino, revisando unas cartas que el sospechoso le ha escrito a su madre, descubren que un hombre puede cambiar de trabajo, mujer, hijos, familia, religión, o Dios pero que no puede renunciar a su pasión, porque ella es la que lo define por completo.
Conversaba con un amigo al que la vida le ha deparado pruebas (de esas que la sociedad se sabe servir para estigmatizar la pasión) y viendo su total capacidad de aceptación y de perdón hacía la mujer que lo destruía con sus sucesivos, sádicos y casi interminables juegos y desencantos (acto de fe al que lo conducía el más grande y crudo amor) sentí una tremenda revelación, acaso como un escalofrío en el alma, porque yo no era ni meridianamente capaz de realizar semejante acto de entrega y compasión.
¿No fue el mismo Jesucristo quien nos dio las claves de la más sublime aceptación?
Se lo explique a mi mejor amiga, tratando de hacerle comprender el cómo éramos simples marionetas de nuestros propios sentimientos y se me ocurrió preguntarle, cuál era la palabra que podría definirla en la totalidad de su pasión. Sin pensarlo me dijo ambición.
Entonces até los cabos –tema discutible por cierto para ser totalmente honesto- y entendí que como una desenfrenada yegua había entrado por la puerta de un escondido temor.
No era la ambición lo que podría identificarla (yo que la conozco se que es mas buena que el pan y un nudito de generosa dadivosidad) sino el miedo a ese fantasma de la humanidad que suelen ser la exacerbación de los deseos o los quereres, cuando no los bárbaros apegos en los que se esconde cualquier exagerado anhelo que se pueda convertir en tormento.
La palabra que nos define, es la obsesión que nos persigue. Porque puede ser la recompensa pero también el castigo. Porque te ilumina y te obscurece, porque es un plano de equilibrio.
La palabra que nos define es -como ese genial título de la última entrega de Pedro Almodóvar- es la piel que habitamos, pero que no mostramos, ya que nos delata, la que nos hace fuertes y débiles, pero a la vez, ciento por ciento humanos.
¿Cómo terminar estas líneas a las que acompaña en mi siempre necesaria cortina musical este temazo de Fito Páez, que se llama La ley de la vida?
¿Quieren saber cuál es la focking palabra de marras que me define?
La que ustedes quieran, soy lo que soy, no lo que quisiera ser, ni lo que se imaginaba mi padre, ni lo que haría feliz a mi vieja, ni lo que tranquilizaría a mis insensatas revanchas, a mis resentidos dragones cotidianos, yo soy lo que soy, yo simplemente soy.
¿Fe?

H.D.P.